EN LA LEGIÓN EXTRANJERA
Después de vivir cinco años en un estudio enano de Montparnasse me desplacé a 45 minutos de París. Necesitaba espacio, iba a casarme y a pasar de ser uno a ser tres. Encontré por internet una habitación en una segunda planta de una casa en un pueblo pegado a un bosque, el típico sitio que hubiera usado para hacer senderismo el fin de semana. Invertiría la situación, viviría donde antes paseaba, y pasearía donde antes vivía. La otra opción para tener un poco más de espacio sin descalabrarme económicamente era buscar algo en las afueras de París, en el banlieu. Pueblos dormitorio, sin gracia, en los que me quedaba, de todos modos, atado a los horarios del tren. Por veinte minutos más de transporte me pareció mejor vivir en un pueblo con paredes de piedra y decoraciones que venían directamente de la Edad Media, con ruidos de partidas de caza de ciervos, perdices y jabalís en el bosque los fines de semana.
Mi arrendador era un coronel retirado del ejército francés. Él estaba en la planta baja con su mujer y, como vecina en la segunda planta, estaba una hija que iba y venía dependiendo del empleo, de la relación con el padre, y de las posibilidades de quedarse donde sus amigos. Era la menor de seis hijos adoptivos, casi todos colombianos. Fueron traídos a Francia a distintas edades, los mayores cuando tenían siete años. El método de aclimatación era drástico, no se hablaba más el español e incluso se les cambiaba el nombre. Era lo que les recomendaron los psicólogos que vieron. Cultura vs. Herencia. Los fui conociendo en el año y algo que viví, y luego vivimos, en esa segunda planta. Todos eran indudablemente franceses, pero muy diferentes entre sí. Una colección de caracteres que iban desde el laconismo del hijo mayor, militar, hasta la sonrisa suave de la hija menor, que dejó a medias la carrera de leyes y tenía un proyecto de vida nada parecido a lo que esperaba de ella su padre.
El coronel retirado es un personaje que merece un libro, más que un artículo. Desde el principio fue abierto y solidario conmigo, así que el sentido del deber me obliga a no ser lo crudo que normalmente trato de ser (a veces caigo víctima de la moral y las buenas costumbres). A las dos semanas de vivir en su casa ya me había contado su versión de su vida: entró al ejército por tradición familiar, una tradición que él intentaba hacer florecer con árboles genealógicos y fotos antiguas. Su carrera militar acabó en el Líbano, con una bala que le atravesó la pierna y lo dejó pensionado y amedallado. De allí pasó a trabajar en el servicio de inteligencia para el gobierno francés, en el área de contraespionaje industrial. Por lo que parece, y si uno acepta el argumento del documental Citizen Four, es aquí donde más se mueve el mundo del espionaje. El coronel retirado me contó que una vez encontró a un chino copiando con papel carbón una pieza en la parte inferior del prototipo de un tren de alta velocidad fabricado en Francia. Del contraespionaje pasó a hacer negocios de comercio internacional o a fabricar tiendas de campaña para el ejército y para campos de refugiados, no recuerdo qué fue antes o si lo hizo simultáneamente. Entre los negocios que me dijo haber hecho estaba un intento de envío de alimento a Irak, en pleno bloqueo del ejército norteamericano, antes de la guerra. No salió bien. También tuvo plantaciones en África, tampoco salió bien. Un proyecto de fábrica en Francia; lo estafaron. En conclusión, en algún momento entró en bancarrota y desde entonces se manejaba con una asociación que había abierto con su mujer, una señora amable, un poco triste, solidaria y religiosa. En la actualidad, el coronel se dedica a editar una revista de militares retirados que sale cada mes, me parece. Entrevistas, reportajes, honores y obituarios.
El coronel retirado es Bonapartista. Yo pensaba que eso se había acabado en la época de Maupassant, pero no, aparentemente el bonapartismo vive saludable (por qué no, si los masones se siguen disfrazando para reunirse). Según él, Francia está bajo la amenaza de los socialistas, dispuestos a destruir las instituciones y los valores nacionales, imponiéndose dictatorialmente (por ejemplo, el tema del matrimonio entre homosexuales era, para él, muy grave); llegará el momento, dice, que los militares franceses, hartos de tanta arbitrariedad y tanto despropósito socialista, darán un golpe de Estado. Si argumentaba contra lo que, para mí, eran exageraciones suyas, no me escuchaba; entonces lo dejaba hablar y, cuando podía, le cambiaba el tema. De todos modos, como dije antes, algo hizo que me tomaran, y luego nos tomaran, aprecio, y de mi parte, de nuestra parte, igual hacia ellos.
Convivir bajo un techo no es fácil, depende mucho de la capacidad para tolerar diferencias y respetar espacios; de hecho, creo que estamos genéticamente fabricados para lo contrario. Es decir, convivir es un esfuerzo consciente, una intención que se pone en práctica; ese tiempo funcionó bien a pesar de que, en muchas cosas, nuestros arrendadores eran diametralmente opuestos a nosotros. Como reconocimiento, acabé pidiéndole al coronel retirado que fuera uno de los padrinos del matrimonio celebrado a un par de calles de su casa.
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