lunes, 6 de julio de 2015

artículo para contrapunto.com (09 07 2015)



EL MISTERIOSO JUEGO DE LA OCA

Segunda parte del torneo que se celebra en el mercado laboral contra la vieja Europa. El artículo anterior trató de los inmigrantes sin formación universitaria; éste lo dedicaré a quienes llegan al Viejo Mundo con un título del Nuevo.
“Borrón y cuenta nueva”, sería la frase. Excepto para algunas contadas profesiones, los títulos universitarios del Sur, en el Norte, no valen casi nada, aunque te pusieras el birretito y te sacaras fotos con la abuela y la familia que vino del interior, nada, cero, te las puedes llevar, las fotos, a las entrevistas de trabajo, y mostrárselas a los potenciales empleadores, les da completamente igual.
La primera pregunta, y aquí volvemos con las clasificaciones, es, ¿estás legal? Comienza el juego:
Casilla 1. Si la respuesta es “no”, entonces  has llegado al peor escenario posible. Los trabajos a los que puedes acceder son casualmente los que jamás pensaste que harías y, además, no tienes protección jurídica ni acceso a la seguridad social. El golpe es fuerte y la solución complicada. Estás en un escenario hecho para darse contra la pared. Por un lado, la lucha contra el mundo exterior (ilegal, haciendo trabajos cutres, con pocas opciones para salir de ellos), y por el otro lado, la lucha contra uno mismo (la tendencia a creer que se es lo que se hace, la carga de prejuicios de clase de la cultura latinoamericana, donde los trabajos proletarios son vistos como degradantes, donde hay tantas cosas que son consideradas como una humillación). No es fácil luchar en dos frentes durante mucho tiempo, la mayoría de las personas que he visto en esta casilla abandona el juego. La solución generalmente pasa por juntarse con un o una aborigen (alguien del país), lo que permite saltar a la Casilla 4 para enfrentarse a otro tipo de problemas.
Casilla 2. Si la respuesta a la pregunta sobre el estatus legal es “más o menos”, es decir, sacaste, justamente, una visa para hacer estudios de posgrado (una visa que no permite trabajar más de 18 horas a la semana), pasamos a otra pregunta clave: ¿tienes dinero para aguantar entre uno y dos años? (alrededor de 25 mil euros, si estás solo, o 40 mil, si vienes con familia)?, ¿o ingresos para ir sobreviviendo? (mil euros mínimo en el primer caso, mil quinientos en el segundo). Si la respuesta es “no”, salta a la casilla anterior. Si la respuesta es “sí”, pasa a la
Casilla 3. Mira el reloj, no pierdas el tiempo, abre los ojos, trata de entender cómo funcionan las cosas de este lado del mundo; abre también los oídos, escucha las experiencias de otros; abre, sobre todo la boca, relaciónate, conéctate, trata de integrarte, haz amigos. Y mantén abierta la nariz, tienes que desarrollar el olfato para distinguir cuáles son los caminos que van hacia adelante y cuáles avanzan en círculo, haciéndote regresar al punto de partida sin nada entre las manos. Pero, sobre todo, mantente en movimiento, porque cada día que pasa sin salir de esta casilla te acerca al final del juego (donde se te acaba el dinero y tienes que regresar al caos, a la delincuencia, a la hiperinflación y a la devaluación, a la falta de futuro, a los cortes de electricidad y a la escasez, en resumen, al desastre venezolano, que se hace más desastre cuando te has acostumbrado a vivir en un lugar normal).
Casilla 4. Reservada para los que tienen un estatus legal (pasaporte europeo o permiso de residencia). El nombre de esta casilla es La Identidad. Como en un film de aventuras vas a luchar contra tu reflejo, contra la persona que crees ser, contra la imagen de ti que has traído del otro lado del océano. Recuerda, estás en una situación de “borrón y cuenta nueva”, tus estudios no son considerados, prácticamente no tienes relaciones y, lo más complejo, el mercado laboral es un ser que carece de sentimientos, los empleadores están buscando resolver sus problemas, no ayudarte con el tuyo. De entrada, desconfían de alguien que no tiene experiencia en el país; luego, por sentimiento de seguridad y por cultura, van a preferir emplear a un aborigen. Para decirlo rápido: los puestos de trabajo disponibles son los que los aborígenes no quieren, o esos donde la demanda de mano de obra es mayor que la oferta (porque ha habido un boom en el sector y las señales no habían llegado a quienes comenzaban a hacer estudios universitarios, pero esto es excepcional). Para decirlo breve: los primeros trabajos a los que se puede acceder son malos. Y aquí viene otra pregunta clave: ¿yo, que soy noséquiénhijodegraduadoen tengo que estar haciendo esto? Si la respuesta es negativa, pasa a la Casilla 3 y trata de ver si encuentras algo que te guste antes de que se te acabe el dinero; si la respuesta es positiva, avanza a la
Casilla 5. Estás dentro del mercado laboral haciendo quién sabe y has logrado dominar los problemas existenciales (lo que no quiere decir que no rebroten cada tanto, pero ésta es la gran ventaja de ser venezolano, la idea de volver es tan chunga que no hay espacio para ponerse filosófico); ésta es la casilla del Proyecto de Vida. Hay que decidir qué hacer con los días en el nuevo espacio, teniendo en cuenta los recursos disponibles y el contexto particular. Considerar si vale la pena hacer estudios locales para intentar avanzar en el mercado de trabajo (Casilla 6). Distinguir entre expectativas e ilusiones, entre posibilidades y fantasías, entre beneficio inmediato, mediato, y coste de oportunidad. En resumen, toca trazarse un camino y seguir avanzando en el juego hasta la casilla final, esa donde aparece una vieja oca, sonriente y amable, contenta de sí misma, satisfecha de haber vivido el juego que le tocó vivir. 

artículo para contrapunto.com (02 07 2015)



LOS ÚLTIMOS SERÁN LOS PRIMEROS

Sigo con las necesidades de seguridad de la pirámide de Maslow; este artículo lo voy a dedicar al tema del trabajo, uno de los más complicados cuando se migra a los países más adelantados. Comienzo con lo que parece ser una constante: a menor nivel de educación (excluyendo el extremo) mayor oportunidad para encontrar empleo. Una paradoja que voy a tratar de explicar en este artículo y en el próximo.
Pienso que, cuando se migra, el enemigo (el único, verdadero enemigo, de la migración, es encontrar trabajo, generar dinero)  tiene dos caras, la evidente (el mercado laboral) y la oculta (la identidad). 
Sigo con la división binaria para separar a los inmigrantes en dos grupos: los que no tienen educación universitaria, y los que sí. Y a cada uno de estos dos grupos, subdividirlos en otros dos: los que no tienen papeles y los que están en situación legal.
Comienzo con los inmigrantes sin formación universitaria y sin papeles. Contra lo que podría pensarse no son ellos quienes peor lo pasan. En el mundo real (el de los objetos medianamente voluminosos que se mueven en la calle sobre dos pies y llevando dinero en los bolsillos) los ilegales tienen que cuidarse, sobre todo, de que no los pille la policía; es decir, deben evitar hacer estupideces, llamar la atención, buscar problemas, estar en los lugares donde hacen las redadas, o atravesar fronteras. En general, una vez el inmigrante ilegal consiguen un trabajo, si se porta correctamente no tiene por qué ser excretado del país. Mucha gente pasa toda la vida en esta situación y llega a tener cuenta bancaria, coche, vivienda propia, y hace venir a la familia de quién sabe dónde. El problema, y aquí es donde está el truco, es que los ilegales no tienen seguridad social ni protección jurídica, y esto los deja indefensos frente a las burradas que les quieran hacer sus empleadores, entre otras, pagar salarios por debajo de los mínimos o hacerles trabajar jornadas como en los tiempos de Dickens. Aunque suene raro este es el tipo de inmigrantes que más “conviene” a los países industrializados. Cuando estaba haciendo el doctorado en Barcelona leí, en algún lugar, que los sectores de la agricultura y la construcción eran rentables en España gracias a los trabajadores ilegales, que sin ellos, por lo menos el agro, se viene abajo. El Estado mantiene entonces el doble discurso de “luchar” contra la inmigración ilegal, mientras por detrás se hace la vista gorda con los trabajadores ilegales que se mueven en los sectores donde conviene que se muevan. Y como los ilegales no pueden votar, su voz política es bastante suave, casi silenciosa, no importa cuántos sean. Un punto a favor de Europa: la salud pública atiende a los ilegales y no los molesta; y los niños, aunque sean hijos de ilegales, tienen que ir a la escuela. 
Segundo grupo, los inmigrantes legales sin formación universitaria; estos son los privilegiados. En general llegan de las zonas urbanas populares de los países en desarrollo donde pasaban la vida recibiendo sueldos de miseria y haciendo trabajos espasmódicos. Cuando ven la posibilidad de ganar euros saltan felices, como es natural, a hacer lo que sea, como, cuando, donde y con quien sea. Ingresan más dinero del que nunca soñaron que podrían ganar “del otro lado”. En resumen, la vida es bella. En general, en Europa, se portan bien: trabajan duro, ahorran, envían dinero a la familia, sueñan con regresar algún día a sus países con un buen capital para montar un negocio propio, se echan los tragos el sábado (los hombres), se encuentran en las plazas o en los parques los domingos (las mujeres). En muchas cosas repiten lo que hicieron los inmigrantes del sur de Europa y del Mediterráneo oriental que llegaron a Venezuela entre los años cincuenta y setenta, con la diferencia de que difícilmente esta nueva ola de inmigrantes alcanzará a fundar grandes negocios, propios, en suelo europeo: las reglas son complicadas, los impuestos altos, las leyes estrictas, la comprensión del mercado difícil y la competencia fuerte. Algunos pueden llegar a ser pequeños empresarios exitosos, abrir restaurantes o tiendas, llevar adelante pequeñas empresas relacionadas con la construcción, el mantenimiento, o servicios básicos, pero saltar a manejar un negocio con más de veinte empleados es difícil, algo que sí hicieron, en su momento, quienes migraron de Europa a Latinoamérica hace medio siglo.
Pero aunque trabajen duro y se porten bien, este grupo de inmigrantes no es bien visto por los Estados europeos (por eso es tan difícil que obtengan un visado de trabajo pacíficamente), se tiene la idea (y algunas estadísticas apoyan) de que el inmigrante legal sin formación universitaria es un riesgo: muchas veces, cuando descubren cómo aprovechar las ventajas de la seguridad social (ayudas a familias numerosas, al desempleo, etc.) los inmigrantes se meten, en cuerpo y alma, a sacar todo lo que puedan de los fondos públicos. 
En Francia he visto además otro problema: la población que ha migrado de África (subsahariana o del Magreb) difícilmente se integra a las costumbres locales, la barrera cultural es fuerte, el sistema los empuja a formar guetos y la segunda generación, los hijos de quienes migraron, entra fácilmente en dinámicas antisociales por la misma sensación de exclusión. El sistema educativo, además, favorece la formación de castas según el lugar de residencia.
En España me parece que funciona de otra manera, por lo menos antes de la crisis. Como el nivel de educación de la media de los españoles es más bien bajo, el contraste con los inmigrantes sin formación universitaria es relativamente pequeño. Además, lo “latino” es sinónimo de fiesta, diversión, sexo fácil, buen rollo. Y por su parte, también, creo que los “latinos” han sabido, y han querido, adaptarse a España. Ayuda el idioma y ayuda, también, que la cultura, la forma de ver y hacer las cosas, es relativamente cercana. 
Una anécdota para ilustrar: yo iba caminando por una calle de Barcelona en un barrio de clase media (jubilados y empleados con salario mínimo, o casi) y en la acera tres chavales de unos diez años estaban jugando con un balón de fútbol. Chaval 1 pasa (o intenta pasar) el balón al chaval 2, el balón sale desviado, el chaval 2 dice, agresivo, “marico, ¿tú no sabes chutar?”, inmediatamente el chaval 3 interviene, “oye, ¿tú por qué le dices marico?, estamos jugando, tú no tienes por qué decirle marico”. Y a mí me vino la revelación: la misma escena en Latinoamérica hubiera pasado por un chaval 3 diciéndole al chaval 1 “¡mira mira te dijo marico!, ¿te vas a dejar decir marico? Etc.” Por el acento, los tres eran hijos de caribeños (dominicanos, creo); por la cultura, ya comenzaban a ser de este lado, por lo menos dos de ellos.

artículo para contrapunto.com (25 06 2015)



PROBLEMA 3: UNA BUENA Y UNA MALA NOTICIA

El segundo escalón de la pirámide de Maslow tiene que ver con las necesidades de seguridad: del cuerpo, del empleo, de los recursos, de la moral, de la familia, de la salud y de la propiedad. La mala noticia: ésta es la etapa más compleja de la migración, sobre todo para quienes saltan sin papeles.
Pero hay una buena noticia: aunque migres a Siria porque encontraste por internet una casita simpática, con jardín, a un precio de regalo, y aunque luego descubras que en el barrio se están matando los del califato islamista y los del gobierno y los que reciben armas de occidente y los que se las mandan de otros países árabes y los kurdos, sea donde sea que vayas (incluso a lugares en guerra civil), lo más probable es que tu seguridad personal mejorará notablemente cuando salgas de Venezuela. Sólo en Honduras, entre todos los países del mundo, es más fácil ser asesinado que en Venezuela, según distintas fuentes - aunque podemos usar la UNODC (Global Study on Homicide, 2013), un organismo de las Naciones Unidas que toma estadísticas oficiales, seguramente muy por debajo de las cifras reales.
Y ahora, hablando en serio, si hay algo que complica el regreso a Venezuela para quienes hemos estado viviendo fuera, es la violencia. En mi caso es una especie de repulsión física, parecida a la náusea, que me viene cuando pienso en el miedo constante, en la sensación de estar bajo amenaza al caminar en la calle o al abrir la reja de la casa (y yo me fui cuando todavía la situación era “suave”, y sufrí un robo a mano armada).  Creo que los diez años que estuve sin ir a Venezuela tienen mucho que ver con esta repulsión. Vivir paranoico por la inseguridad es anormal (aunque uno lo asuma como natural por sentirlo cada día), es agotador (aunque uno se quiera convencer de que esas cosas le pasan sólo a los demás) y es, básicamente, degradante: que exista una probabilidad real de que un hijo de puta, por simple placer sádico, en unos pocos segundos destruya tu vida o la de tu familia, es de las cosas más terribles que pueden afectar la vida de un ser humano.
Dos anécdotas que sirven como ejemplo. Cuando me mudé a Barcelona pasé los primeros seis meses mirando a ambos lados al abrir la puerta del edificio; un gesto pequeño, pero que refleja cómo el miedo se lleva tatuado en el inconsciente. Ahora, en el pueblito de Francia donde vivimos, si la niña de nueve años se queda sola en casa mientras vamos al supermercado, dejamos la puerta sin llave “por seguridad” (los peligros locales son, no sé, quizá un incendio o una explosión eléctrica).
Contra lo que se piensa normalmente la violencia no es un sinónimo de la pobreza. De un viaje a Benín (África Subsahariana) sólo recuerdo un momento incómodo: preferí dejar pasar a dos chavales que caminaban detrás de mí en la playa; era la zona de los hoteles y había leído que había habido robos. En Senegal la única situación delicada que me viene de la memoria fue una especie de interrogatorio improvisado que me hizo un militar, después de verme hablar con un tipo que cumplía su condena barriendo las calles. En India, aunque la gente duerma en el suelo y viva sin nada más que lo que lleva puesto, sientes que no se les pasa por la cabeza quitarte nada. Marruecos, Túnez, Egipto, Camboya, Tailandia, países todos más pobres que Venezuela, y jamás un momento de peligro, aunque caminara de noche por donde me llevara el azar. Sólo en Shanghái, por estar haciendo el payaso con un amigo y meternos en un sitio poco recomendable, nos extorsionaron unos dólares usando a dos tipos con cara de chungos que llegaron acompañados por una cuenta inflada.
Latinoamérica, por desgracia, es otra historia. De Ciudad de México recuerdo haberme devuelto a brincos atravesando una avenida al ver que me estaba metiendo por donde no debía, detrás de una hilera de puestos callejeros cerca del centro. Y en Buenos Aires, en un mismo día, me dijeron en cuatro ocasiones que no siguiera caminando por donde iba porque me podían atracar para quitarme la cámara.
¿Por qué Latinoamérica tiene 43 de las 50 ciudades más peligrosas del mundo? No hay  una respuesta simple, pero muy probablemente tiene algo que ver con la distribución de la riqueza. Hay un índice sencillo, el Coeficiente Gini, que muestra de manera inmediata la situación del país: este coeficiente divide a la población en segmentos de acuerdo con su nivel económico y atribuye a cada uno de ellos el porcentaje de la riqueza nacional que recibe (el 10% más rico de la población se queda con el X% del PIB, el siguiente 10% se queda con…). Por ejemplo, en un país como Brasil (uno de los más desiguales del mundo) el coeficiente Gini es de 0,52, mientras que en Canadá es de 0,33 (0 sería la igualdad absoluta, cada habitante recibiendo exactamente el mismo ingreso, y 1 la situación ideal para los tiranos, una sola persona se queda con toda la riqueza generada). Cuando vemos el mapamundi coloreado según el coeficiente Gini encontramos una curiosa coincidencia con el mapamundi que muestra el nivel de violencia; EEUU, por ejemplo, es un país rico pero desigual, y sus índices de violencia son mayores que los de Europa Occidental, en general bastante más igualitaria y menos rica.
Pero el caso de Venezuela es particular. Aunque la desigualdad es notoria, la violencia es desproporcionada. Y es aquí donde vemos una parte del film de horror en que se ha convertido el país: muchas cosas hacen pensar que en Venezuela la violencia es parte de las “políticas públicas”, es decir, que hay una intención gubernamental detrás, que se hace (o, más bien, se deja de hacer) lo necesario con el objetivo de que la violencia florezca y se perpetúe. ¿Por qué?, mi versión de respuesta conecta este artículo con el de hace dos semanas.

artículo para contrapunto.com (18 06 2015)



PROBLEMA 2 (DEL PROBLEMA 2): VACIAR EL BAÑO

Como decía en el artículo de hace dos semanas, entre las necesidades fisiológicas de Maslow no aparece el baño; la excreción sí, pero no el baño, es decir, la ducha, bañera, tina, palangana, tobo, río, charquito o lo que se use para sacarse la mugre y el mal olor del sudor.
En Europa el tema del baño es uno de los que más “shock cultural” genera, y se agrava si uno vive en lo que fuera un país de colaboracionistas: la historia castiga a quienes ayudaron a los nazis a gasear judíos, gitanos, homosexuales y enanos. Los países que se defendieron (o sea, sólo Inglaterra y Rusia) vieron cómo muchas de sus ciudades fueron arrasadas por los bombardeos y ahora, como premio, tienen edificios hechos después de 1950 con unas comodidades mínimas, por lo menos en el baño.
Pero en Francia y España, categoría cutre, los baños pueden estar afuera del apartamento y ser comunes para todo el piso. En categoría un poco menos cutre cada apartamento tiene su baño, pero generalmente la poceta (el wáter) anda por un lado, y el lavamanos y la ducha por otro, lo que crea unas complicaciones que por respeto a la moral y a las buenas costumbres mejor no detallo. También hay edificios viejos con baños hechos “a medida”; lo que significa que cortaron la cocina y empujaron unas tuberías para inventarse un baño donde no había. Ese baño adaptado funciona perfectamente, sólo hace falta ser enano o gitano.
En el edificio donde viví en Montparnasse, por ejemplo, había junto a la escalera, en cada piso, un pequeño cobertizo con una llave de agua. El edificio debía de ser de principios del siglo XX. La gente llenaría sus cacerolas en la llave y con eso se cocinaba, se bebía, y se limpiaba. Bañarse sería una excentricidad del verano. Hacia los años sesenta o setenta “modernizarían” los apartamentos llevando agua corriente a cada uno, tuberías por fuera y cañerías por donde entraran. Y justamente, del asunto de las cañerías, nace mi historia tórrida. 
Creo que por celos un día la poceta dejó de funcionar. Pocas noches antes le había lanzado un preservativo y ella lo usó para que se enredara en la hélice que se encargaba de lo que bajaba cuando uno le daba al botón (la hélice lo trituraba y lo empujaba fuera del depósito por una tubería de diámetro estrecho). Hasta el día en que se trancó no me fijé que debajo de la tapa, justo detrás de la espalda cuando uno se sienta, había unas figuritas que prohibían tirar cosas y, explícitamente, preservativos. Llamé a un plomero (fontanero) para que me hiciera un presupuesto: entre mano de obra y repuestos, dos tercios de mi salario mensual. Ni de chiste, no iba a dejar de viajar a Cracovia por culpa de un wáter. Muy bien muchas gracias no hay problema yo lo llamo si acaso, tome sus treinta euros por hacerme el presupuesto y desplazarse gracias otra vez. Cuando cerró la puerta me puse manos a la obra; entonces descubrí lo de la hélice y el preservativo y el valor que se necesita para ser plomero: varias veces estuve a punto de vomitar, y eso que estaba jugando con mis propios juguetes, los trozos de [auto-censura].
El hecho es que después de entender cómo funcionaba el mecanismo, abrir y cerrar un par de veces, y repetirlo todo en dos o tres sesiones, lo “arreglé”. Entonces me fui a dormir tan contento y feliz de haber nacido (después de darme el baño más meticuloso de toda mi vida). 
Pero los finales felices no funcionan así. A las dos semanas la poceta tuvo el primer ataque de epilepsia. Cuando estaba sana, cada tanto, a la poceta le daba un sacudón que activaba la hélice y enviaba lo que había en el depósito a la tubería de aguas negras. Ahora, enferma, le venía el sacudón, pero la hélice no paraba, y el depósito comenzaba a soltar agua (guarra). La primera vez lo desconecté, aun sabiendo que mezclar agua y electricidad es de lo peor que se puede hacer. Volví a conectar, le hélice seguía sonando; sin saber qué hacer, cabreado, le di dos patadas al depósito a ver si se callaba, se calmó la hélice. Y fue en ese preciso momento cuando comenzó nuestra relación tóxica.
Cada tanto la poceta entraba en crisis, yo le daba un par de patadas y ella se calmaba. Una vez volví tarde en la noche y el piso estaba inundado; goteras en el apartamento de abajo, por las que me hicieron firmar una declaración convertida luego en una reclamación por daños (más de dos mil euros) que, por suerte, pagó un seguro de responsabilidad civil que yo había contratado sólo porque era obligatorio.
A partir de ese momento la aislé, le cortaba la electricidad y el agua al salir durante el día, pero no podía hacerlo durante muchas horas porque entonces el calentador amenazaba con fundirse, y si lo desconectaba a él también, entonces no iba a tener agua caliente para bañarme. Luego, como es natural, los ataques comenzaron a ser más frecuentes, sobre todo en la noche. Me acostumbré a dormir atento al ruido y a saltar y correr hasta el baño para el tema de las patadas.
Hubo periodos más tranquilos y temporadas turbulentas, pero la violencia doméstica se fue haciendo habitual y la poceta comenzó a no funcionar hasta que le daba patadas, o a no parar de funcionar aunque se las diera. Y entonces decidí casarme, no con la poceta, que la ley no lo permite, sino con quien fuera mi amor platónico de la adolescencia, aunque creo que es mejor no mezclar una historia con la otra, que no se parecen ni se escriben igual. Seguiré subiendo la pirámide de Maslow, pero aquí ya no hay espacio, lo haré en la próxima entrega.

artículo para contrapunto.com (11 06 2015)



PARÉNTESIS (POR ENCARGO): ALGUNAS LÍNEAS SOBRE LA POLÍTICA EN VENEZUELA

Siguiendo una petición de los editores el artículo de esta semana trata de política venezolana; la petición sugiere seguir las ideas del texto de Vanessa Davis dedicado a Maquiavelo (http://bit.ly/1AVB9Dl). Comparto el interés que la lectura de Maquiavelo tiene, y creo que junto con Guicciardini estos florentinos consiguen clavar la mirada en la situación política de su tiempo con una claridad que sólo se encuentra remontando a la Antigüedad (hasta los autores romanos). Lo que no comparto es la visión de El Príncipe como un libro difícil de leer, cruel, “malvado”; creo, simplemente, que es amoral, como lo debería ser todo buen análisis de las ciencias humanas. Entender las variables que mueven al Hombre no es construir un discurso bienpensante, florido y moralizador, es, creo, intentar descubrir paralelismos, constantes, iluminar causas, condiciones, y efectos; fabricar métodos para llegar a percepciones más fiables de la compleja vida de los humanos y del tejido de construcciones simbólicas que constituyen su cultura.
Pero para entender la realidad venezolana actual preferiría usar otro libro: Animal Farm (Rebelión en la Granja), de George Orwell. Para quienes no lo conocen este libro es una sátira fabricada a partir de una visita que Orwell hizo a la Unión Soviética por los años de la Segunda Guerra Mundial. Orwell, como la mayor parte de los intelectuales de su época, era un admirador de la Revolución bolchevique, y fue hasta Rusia con la mejor intención después de haber combatido a los fascistas en la Guerra civil española. Contra lo que esperaba, regresó aterrado por lo que vio: el fraude que había logrado levantar Stalin (y que serviría de modelo a prácticamente todos los totalitarismos de izquierda del siglo XX).
En resumen, el libro expone una situación inicial donde los animales de una granja, hartos de la situación de explotación en la que se encuentran, deciden rebelarse y expulsar a los humanos de la propiedad; y una situación final donde los cerdos que habían liderado la Rebelión se convierten en caricaturas de los antiguos dueños y se establecen indefinidamente en el poder a través del uso de la intimidación y la violencia, tergiversando los “mandamientos” de las primeras etapas de la Rebelión y llevando a los animales a vivir una vida aún más triste, sin posibilidad de escape.
Hace muchos años, en una maestría de la Universidad Central de Venezuela, me crucé con un profesor tremendamente lúcido con quien muchas veces me quedé conversando al terminar su hora de clase. Era un general retirado que se había reconvertido en docente básicamente porque le gustaba enseñar, y esa condición le daba una libertad de pensamiento que falta en la mayor parte de los académicos. En una de estas conversaciones post-curso recuerdo que soltó una idea que me quedaría en la cabeza, “actualmente, con las ciencias sociales, podemos predecir con poco margen de error lo que va a pasar con una población si aplicamos determinadas fuerzas, lo que no sabemos es por qué ocurre, no conocemos las causas”. Un par de años más tarde supe que el general de cuyo nombre no quiero acordarme se había convertido en una de las cabezas pensantes de la Revolución Bolivariana. Luego murió, como tantos.
Creo que lo ocurrido en Venezuela no es un “golpe de suerte” de una horda de arribistas inescrupulosos, pero tampoco es una verdadera revolución popular; creo que es un proyecto bien pensado y puesto en marcha. El objetivo del proyecto es la perpetuación en el poder de un grupo de personas que han decidido aplicar, en una población vulnerable, un conjunto de “fórmulas” tomadas, principalmente, de los totalitarismos de izquierda del siglo XX. Con estas fórmulas buscan 1. Enriquecerse y convertirse en los nuevos dueños del país; 2. Controlar las instituciones y, en consecuencia, el destino de los habitantes de Venezuela; 3. Anular a los individuos y a los colectivos que puedan amenazar al proyecto. 
El modelo que han decidido aplicar va a contracorriente del proceso de globalización y recibe el know how del Estado cubano; lo que se gana con este modelo es aislar al país (provocando la desaparición de las fuerzas económicas nacionales que puedan competir o amenazar al sistema, financiando, por ejemplo, un golpe de Estado), además de facilitar la opacidad de la gestión de la riqueza nacional (principalmente el petróleo), y encubrir los beneficios que genera el narcotráfico (las pruebas de los vínculos entre el gobierno venezolano, la guerrilla, y la producción y exportación de la droga sudamericana parecen concluyentes, desde hace años, no lo digo por el tema actual de la DEA).
Otra de las ventajas del modelo “revolucionario” es el dominio de la verdad y del lenguaje (de nuevo se puede citar a Orwell, pero esta vez con 1984). No se trata sólo del cantinfleo característico del líder supremo, sino de la negación descarada de los hechos y la construcción de una realidad inexistente, con todos los malabarismos estalinistas de reescritura de la historia y la desaparición de personas y personajes.
Finalmente (el tema da para mucho pero el espacio lo tengo limitado), es importante reconocer que el modelo venezolano no es una copia fiel de los totalitarismos comunistas, sino que ha sabido hacer importantes adaptaciones: 
1. Crear un clima cotidiano tan hostil (delincuencia, inflación, devaluación, ausencia de seguridad jurídica, escases, cortes eléctricos) que muchos de los que tienen la posibilidad de dejar el país lo hacen, vendiendo sus propiedades a los nuevos dueños de Venezuela; es importante resaltar el verbo vender, porque aunque el proyecto se venga abajo, estos bienes pasaron a manos de sus nuevos propietarios de buena ley, lo que no es el caso de Cuba, en donde los antiguos propietarios podrían pedir la devolución de sus propiedades si el sistema se cae.
2. Crear una incertidumbre constante en la población, no a través de la amenaza de una invasión extranjera (como hicieron y hacen soviéticos, chinos, camboyanos, cubanos, norcoreanos, etc.), sino con el discurso de la especulación, el acaparamiento, y las maniobras antirrevolucionarias del escuálido sector privado que dejan subsistir para, me parece, mantener el circo de la revolución amenazada. 
3. Sostener una semi-democracia que ha pasado a ser una pseudo-democracia, con numerosas elecciones que “legitiman” al gobierno. Es innegable que cerca de la mitad del país apoya al modelo chavista (por las razones que sea); es innegable, también, que durante los primeros años del proyecto se ayudó a la población que vivía en pobreza extrema y se logró mejorar notablemente su nivel de vida (esto, de acuerdo con estudios de organismos de las Naciones Unidas); pienso que este matiz popular del proyecto sirve para fomentar su replicación en países con características similares a Venezuela. La idea de “extender la revolución” viene de lejos, no es particular del chavismo. Por otro lado, me parece evidente que las elecciones se hacen porque, en realidad, no amenazan al régimen, y que éste no va a entregar el poder pacíficamente, por el simple y puro respeto a las instituciones democráticas. Creo que es ingenuo pensar que un gobierno que habla de defender la revolución hasta la muerte puede retirarse luego de una derrota electoral, suponiendo que en algún momento dejara que esta derrota tenga lugar. Las Naciones Unidas usan una frase para distinguir a un país democrático de uno que no lo es: aquél donde el poder puede cambiar de manos efectivamente luego de unas elecciones; creo que no es el caso de Venezuela. 
4. Y para terminar, pienso que la última característica particular del proyecto bolivariano es la “tolerancia” frente a la oposición. Hasta ahora, en Venezuela, no ha habido la persecución y la represión política típica de los sistemas totalitarios, y aunque los derechos humanos están bastante deteriorados, y constantemente hay casos escandalosos, se vive en un nivel de represión intermedio, comparable a Rusia o Turquía, países que son, para la comunidad internacional, democráticos. Desde mi punto de vista esta tolerancia le sirve al gobierno para dar vida a un teatro que mantiene la idea de que existe una amenaza interna responsable de los males que el país está sufriendo. A Venezuela no la han bloqueado como a Cuba o Irán, ni está bajo amenaza externa, como Corea del Norte; entonces, a falta de una presión exterior, el chavismo crea sus propios fantasmas nacionales y los utiliza como chivos expiatorios.
Mi opinión sobre lo que ocurre en Venezuela ha sido levantada desde la distancia, y nace de las informaciones que me llegan, principalmente a través de la prensa internacional y de las personas próximas que aún viven allá, de un uso bastante personal de las teorías que me he cruzado estudiando relaciones internacionales, y de lo que he leído por mi cuenta. Lo que presento es un esquema superficial y muy general´
Por último, no es mi intención acusar a todos los chavistas de ser cómplices de esta Rebelión en la granja. Creo que hay aún gente sincera que cree en la Revolución bolivariana, y aunque me parezca que están viviendo, como el Quijote, dentro de un mundo ilusorio que se levanta, no de las novelas de caballería, sino de las informaciones oficiales, no deja de ser loable que esta gente esté dispuesta a sacrificar cosas a favor de ese proceso revolucionario que, en teoría, busca aumentar el nivel de vida de todos los venezolanos (una actitud que, sinceramente, pocas veces se vio durante la llamada Cuarta república).
Disculpen lo largo del artículo, pero es difícil hablar de este tema en poco espacio.

artículo para contrapunto.com (04 06 2015)



NOVATADAS DE UN LATINOAMERICANO EN EUROPA. PROBLEMA 2: LLENAR EL TECHO

Siguiendo el tema del artículo de hace tres semanas, cuando (gracias a Dios y, sobre todo, al dinero) se consigue un techo donde vivir comienza el problema de cómo llenarlo. De entrada hay dos situaciones; de salida, infinitas. 
Primera situación: apartamento amoblado. Caso común, los muebles o son viejos o no te gustan. Si son viejos, el propietario normalmente no tiene inconveniente en que los renueves, siempre que te comprometas a dejar los que has comprado; en otras palabras, te das cuenta de que mejor hubieras alquilado sin amoblar, que es más barato. Si no te gustan los muebles el asunto se complica; lo más probable es que al propietario sí le parezcan de lo más elegantes sus floreros verdes con dorado, su cortinas de sirenas y unicornios, su sofá rosa con encajes, o sus lámparas de araña mona versión tienda de todo a 1€. Si éste es el caso, lo mejor es regresar al país de origen e irse a vivir con la abuela, que es más o menos lo mismo pero sale gratis.
Segunda situación: apartamento sin amoblar. Perfecto, puedes crear tu espacio a tu medida, te dices, pero te das cuenta de que no es así, de que sólo puedes crearlo a la medida de tu presupuesto y, evidentemente, el presupuesto sólo te alcanza para comprar la mitad de las cosas que necesitas, no importa cuáles ni cuántas sean. 
La lógica dice que hay que subir por la pirámide de Maslow y comenzar resolviendo las necesidades fisiológicas [respiración, alimentación, sexo y homeostasis… lo de homeostasis yo tampoco sé qué es, pero la Wikipedia sí, y dice: “La homeostasis (del griego homos (ὅμος), ‘similar’, y stasis (στάσις), ‘estado’, ‘estabilidad’) es una propiedad de los organismos vivos que consiste en su capacidad de mantener una condición interna estable compensando los cambios en su entorno mediante el intercambio regulado de materia y energía con el exterior”, bueno… me quedo más o menos igual, pero supongamos que quiere decir que si has alquilado en invierno tienes que correr a buscar una estufa eléctrica, porque seguramente la calefacción no funciona ni funcionará hasta que el conserje se tome la molestia de saber que existes, y eso puede tardar entre dos meses y doce años).
Repasando:  Uno, respiración; sí, hay que abrir las ventanas, el olor de los pisos deshabitados es siempre a cloaca y, si a eso se le añade que probablemente el edificio tiene un siglo o casi, huele también a humedad prehistórica; a guerra civil o, con suerte, a guerra mundial; a caniche que nunca quiso orinar donde debía; a viejito que murió y lo encontraron a las dos semanas; a fiesta de estudiantes con estragos de alcohol o marihuana; a todo, menos a lo que dice el contrato de alquiler, que no dice nada. 
Dos, alimentación; buena pregunta, ¿qué comer cuando la cocina no funciona porque hay que hacer el contrato con la compañía de electricidad, de gas, o comprarle al pakistaní la bombona de butano, pero el tipo sólo pasa los martes en la mañana y hoy es miércoles por la tarde? Respuesta, sándwich de queso. Siguiente pregunta, ¿dónde comer?, no hay mesa, no hay silla, no hay, ni siquiera, electricidad. Respuesta, sándwich de queso, parado, una semana, a oscuras. Bebida: dicen que el agua de grifo es potable, pero no, sabe a diablos, está llena de cal. Subir agua o zumo o refresco a un sexto piso sin ascensor es, como diría la abuela, sacrificado. Toma té, el sabor a cal desaparece.
Tres, sexo: voy a usar un adjetivo grandilocuente y ridículo pero en este caso certero, resolver esta necesidad es un trabajo hercúleo. Los que venden colchones dicen “transporte a domicilio”, y significa “transporte hasta la puerta del domicilio, después ve a ver cómo resuelves”, supongo que para ahorrar tinta no lo ponen completo. Subir un colchón matrimonial seis pisos por unas escaleras estrechas es de las cosas más gloriosas que se pueden hacer en la vida. Empujas, sudas, te tuerces, halas, vuelves a empujar, te falta el aire, el corazón a mil, te agachas y regresas abajo, al otro lado del colchón, vuelves a empujar, consigues subir un escalón, Gloria a Dios en las alturas, faltan 67. Horas de trabajo forzado que hay que acabar porque ha caído la noche, no se puede hacer ruido, y si lo dejas en el medio de la escalera, ¿dónde vas a dormir? En el suelo, y que se jodan los vecinos si tienen que bajar o subir, ya no puedo más, termino mañana.
Cuatro, Marlow es un guarro, no dice nada del baño, y éste es un Gran Tema, amplio y ambicioso, merece un artículo completo, el de la semana que viene.

artículo para contrapunto.com (26 05 2015)



EN LA LEGIÓN EXTRANJERA

Después de vivir cinco años en un estudio enano de Montparnasse me desplacé a 45 minutos de París. Necesitaba espacio, iba a casarme y a pasar de ser uno a ser tres. Encontré por internet una habitación en una segunda planta de una casa en un pueblo pegado a un bosque, el típico sitio que hubiera usado para hacer senderismo el fin de semana. Invertiría la situación, viviría donde antes paseaba, y pasearía donde antes vivía. La otra opción para tener un poco más de espacio sin descalabrarme económicamente era buscar algo en las afueras de París, en el banlieu. Pueblos dormitorio, sin gracia, en los que me quedaba, de todos modos, atado a los horarios del tren. Por veinte minutos más de transporte me pareció mejor vivir en un pueblo con paredes de piedra y decoraciones que venían directamente de la Edad Media, con ruidos de partidas de caza de ciervos, perdices y jabalís en el bosque los fines de semana.
Mi arrendador era un coronel retirado del ejército francés. Él estaba en la planta baja con su mujer y, como vecina en la segunda planta, estaba una hija que iba y venía dependiendo del empleo, de la relación con el padre, y de las posibilidades de quedarse donde sus amigos. Era la menor de seis hijos adoptivos, casi todos colombianos. Fueron traídos a Francia a distintas edades, los mayores cuando tenían siete años. El método de aclimatación era drástico, no se hablaba más el español e incluso se les cambiaba el nombre. Era lo que les recomendaron los psicólogos que vieron. Cultura vs. Herencia. Los fui conociendo en el año y algo que viví, y luego vivimos, en esa segunda planta. Todos eran indudablemente franceses, pero muy diferentes entre sí. Una colección de caracteres que iban desde el laconismo del hijo mayor, militar, hasta la sonrisa suave de la hija menor, que dejó a medias la carrera de leyes y tenía un proyecto de vida nada parecido a lo que esperaba de ella su padre.
El coronel retirado es un personaje que merece un libro, más que un artículo. Desde el principio fue abierto y solidario conmigo, así que el sentido del deber me obliga a no ser lo crudo que normalmente trato de ser (a veces caigo víctima de la moral y las buenas costumbres). A las dos semanas de vivir en su casa ya me había contado su versión de su vida: entró al ejército por tradición familiar, una tradición que él intentaba hacer florecer con árboles genealógicos y fotos antiguas. Su carrera militar acabó en el Líbano, con una bala que le atravesó la pierna y lo dejó pensionado y amedallado. De allí pasó a trabajar en el servicio de inteligencia para el gobierno francés, en el área de contraespionaje industrial. Por lo que parece, y si uno acepta el argumento del documental Citizen Four, es aquí donde más se mueve el mundo del espionaje. El coronel retirado me contó que una vez encontró a un chino copiando con papel carbón una pieza en la parte inferior del prototipo de un tren de alta velocidad fabricado en Francia. Del contraespionaje pasó a hacer negocios de comercio internacional o a fabricar tiendas de campaña para el ejército y para campos de refugiados, no recuerdo qué fue antes o si lo hizo simultáneamente. Entre los negocios que me dijo haber hecho estaba un intento de envío de alimento a Irak, en pleno bloqueo del ejército norteamericano, antes de la guerra. No salió bien. También tuvo plantaciones en África, tampoco salió bien. Un proyecto de fábrica en Francia; lo estafaron. En conclusión, en algún momento entró en bancarrota y desde entonces se manejaba con una asociación que había abierto con su mujer, una señora amable, un poco triste, solidaria y religiosa. En la actualidad, el coronel se dedica a editar una revista de militares retirados que sale cada mes, me parece. Entrevistas, reportajes, honores y obituarios.
El coronel retirado es Bonapartista. Yo pensaba que eso se había acabado en la época de Maupassant, pero no, aparentemente el bonapartismo vive saludable (por qué no, si los masones se siguen disfrazando para reunirse). Según él, Francia está bajo la amenaza de los socialistas, dispuestos a destruir las instituciones y los valores nacionales, imponiéndose dictatorialmente (por ejemplo, el tema del matrimonio entre homosexuales era, para él, muy grave); llegará el momento, dice, que los militares franceses, hartos de tanta arbitrariedad y tanto despropósito socialista, darán un golpe de Estado. Si argumentaba contra lo que, para mí, eran exageraciones suyas, no me escuchaba; entonces lo dejaba hablar y, cuando podía, le cambiaba el tema. De todos modos, como dije antes, algo hizo que me tomaran, y luego nos tomaran, aprecio, y de mi parte, de nuestra parte, igual hacia ellos. 
Convivir bajo un techo no es fácil, depende mucho de la capacidad para tolerar diferencias y respetar espacios; de hecho, creo que estamos genéticamente fabricados para lo contrario. Es decir, convivir es un esfuerzo consciente, una intención que se pone en práctica; ese tiempo funcionó bien a pesar de que, en muchas cosas, nuestros arrendadores eran diametralmente opuestos a nosotros. Como reconocimiento, acabé pidiéndole al coronel retirado que fuera uno de los padrinos del matrimonio celebrado a un par de calles de su casa.

artículo para contrapunto.com (19 05 2015)



UN AÑO DE MILONGA

Después de una separación tenía que encontrar dónde vivir rápidamente; había visitado varios sitios bastante cutres (televisores sonando fuerte, niñitos gritando, ropa colgando en el medio de la sala) hasta que por fin encontré lo que quería: un lugar exótico. Una chica argentina alquilaba una habitación en un apartamento que se usaba durante el día para dar clases de tango. Desde que entré y vi a la pareja bailando en el centro del salón supe que ése era el sitio. De los bailes en pareja el tango siempre ha sido mi preferido. 
Mi primera vivienda en Barcelona estaba a tres calles de la Sagrada Familia; la segunda, a tres calles de La Pedrera; este apartamento quedaba a tres calles de la cárcel. Creo que lo mío, en Barcelona, era perseguir lugares célebres.
Al principio salía poco de mi habitación, era la primera vez que vivía compartiendo piso y me sentía extraño, supongo que un tema animal de espacio; además, el jaleo personal en el que estaba me había exacerbado el yo escritor, y pasaba el día dándole a una novela. Pero una mañana salí y encontré desayunando con la dueña del piso a un guitarrista de tango que se había presentado varias veces en un bar que yo había tenido unos años antes; además de tocar, el guitarrista pasaba por mi bar cada tanto, como cliente, porque le gustaba el sitio. El guitarrista me saludó entusiasmado y les contó a los bailarines cómo era el bar. A partir de allí los bailarines de tango me abrieron su mundo.
Cada semana había en Barcelona por lo menos tres milongas (así llaman a los encuentros donde se reúne la gente que baila, muchas de las milongas se hacían después de clases colectivas de tango). En estas milongas, por supuesto, además de bailar, se liga. Ése de allá estaba con la que está bailando a la izquierda pero la dejó por aquella del fondo, sólo que la del fondo siguió enrollada con el de pelo largo, que es pareja de la pequeñita vestida de rojo que está sentada con aquél, un porteño que acaba de venir a vivir a Barcelona. Tres cuartas partes de los habitués eran locales, el resto, argentinos. Mucha gente de oficina que rompía la rutina bailando e intercambiando fluidos.
En una de esas milongas la argentina, que ya era amiga y me usaba como consejero (no sé por qué), conoció a un bailarín profesional de Buenos Aires que estaba de gira en Europa. Se enamoraron y el tipo se vino a vivir con ella (es decir, con nosotros, con ella, conmigo y con la pareja que vivía en la habitación de al lado, él profesor de tango y ella abogado). 
Cuando hablaba con el bailarín profesional parecía como si el universo todo hubiera sido creado para que el tango exista. Era un buen tipo: simpático como puede ser un argentino (hay que entrar en su rollo, los argentinos normalmente no se mueven al rollo ajeno), cómicamente arrogante, hablador, exagerado, como un adolescente grande (me llevaba media cabeza de estatura). Cuando se soltaba no había manera de pararlo: que el tango nuevo es para maricas y el tango clásico es el serio; que las milongas en Buenos Aires se dividían en dos tipos, las que él iba, y las de los boludos; que conoció Corea y Japón, los Estados Unidos y Europa, bailando con la compañía de tango; que los maestros del tango decían; que desde nene, cuando su padre vio lo bueno que era, lo apoyó para que se hiciera bailarín, al principio de baile folclórico, porque él vivía en provincia, y luego se pasó al tango, al irse a vivir a Buenos Aires, el único sitio donde se podía ser bailarín profesional; que sus canciones preferidas de tango eran; que no sé quién y el tango; que esto fue lo que le dijeron los grandes maestros del tango que le vieron bailar… En resumen, el tipo, estaba claro, tenía el genio adentro.
Y aquí viene la parte seria del artículo (que para esto se supone que son los artículos de opinión, para hablar de generalidades, no para echar cuentos): una conversación que no termina de cerrarse nunca con mi mujer y tiene que ver con el talento.  Según ella el talento existe, se nace; para mí no, el talento se fabrica, a partir de algunas ventajas iniciales, pero se hace. El problema está en que, cuando te encuentras a gente talentosa como el bailarín profesional de tango, hay argumentos para ambos bandos. Si de “nene” no hubiera destacado bailando, el padre no lo hubiera apoyado; pero si aun bailando bien el padre, por machismo o por lo que sea, no lo apoya, allí se queda la historia y probablemente el bailarín sería ahora obrero de la construcción. Si con el apoyo y metiéndose de lleno el bailarín no hubiera tenido algún tipo de virtud que le diferenciara de los otros, quizá hubiera abandonado el baile después de un par de años dándose golpes contra las paredes; pero, ¿cuánto hay de verdadera facilidad y cuánto de empeño? No hay manera de medirlo. Empeñarse no es sinónimo de destacar, pero lo que sí está claro es que sin empeño nadie llega (hay demasiada competencia prácticamente en todo). En mi versión, los primeros 20 años de vida son determinantes, o te forjaste una “cultura”, unas “competencias”, en lo que sea que quieras hacer, o serás uno más, sin nada especial que decir. A diferencia del profesor de tango de la habitación vecina, el bailarín profesional no ensayaba; pasaba el día jugando Playstation y fumando; eso no impedía que fuera mucho mejor que el otro. Pero cuando le pregunté al profesor a qué edad comenzó él con el tango fue ya avanzada la adolescencia, y no en la niñez, como fue el caso del profesional; además, su manera de sentir el tango era mucho más racional, menos efervescente que la del bailarín profesional. Para éste, el tango era la vida, para aquél, sólo la parte más importante de la vida.

artículo para contrapunto.com (12 05 2015)



NOVATADAS DE UN LATINOAMERICANO EN EUROPA. EL TECHO

PROBLEMA 1. Vivienda
A pesar de que en Latinoamérica se estuvo entrenando durante muchos años para desconfiar del prójimo y suponer que todo intercambio que mueve dinero tiene truco, el inmigrante latinoamericano, para encontrar apartamento rápidamente y dejar de pagar pensión, hotel, o para no fastidiar más a los amigos…
En Barcelona: contrata los servicios de una agencia inmobiliaria.
La agencia inmobiliaria, que a cambio de una cantidad equis ha prometido resolver el asunto rápidamente, entrega una lista con nombres y números de teléfonos de arrendadores que, al ser llamados, o cuelgan directamente el teléfono, o dicen que hace tiempo ya alquilaron ese apartamento, o preguntan suspicaces de dónde has salido tú.
Después de llamar a todos los números telefónicos de la lista, el latinoamericano comienza a sospechar que la agencia inmobiliaria lo ha timado. Mientras tanto, sigue pagando hotel cada mañana. 
El latinoamericano vuelve a la agencia inmobiliaria y explica la situación, dando a entender que no era eso lo que esperaba de los servicios contratados. La inmobiliaria procede a entregar una nueva lista de nombres y teléfonos, esta vez con más páginas.
El latinoamericano da por perdido el dinero y cambia de agencia. Ahora, le dicen que como es extranjero y no tiene trabajo difícilmente va a lograr alquilar nada a menos que deje un depósito de seis meses, más un mes de comisión, más un mes de depósito legal, más un mes de ya no me acuerdo. En resumen, el latinoamericano tiene que soltar casi un año de alquiler para poder dejar el hotel, entrar a un piso vacío, y “ahorrarse” lo que está gastando.
En París: como desconfía de las agencias inmobiliarias, ahora el latinoamericano utiliza una página web donde los propietarios ofrecen directamente sus inmuebles.
El latinoamericano contacta con una latinoamericana, escritora también, profesora universitaria, con conocidos comunes en el ambiente literario, qué golpe de suerte.
El latinoamericano llega a París, sube las escaleras, toca el timbre, le abren la puerta del estudio, el marido de la escritora, propietario también, dice que como el aspirante a inquilino es extranjero y no tiene trabajo no le puede dar el piso en alquiler. Alarma. Con todos los cuentos que el latinoamericano ha escuchado sobre lo difícil que es encontrar un piso en París hace saber que, para él, la peor opción es comenzar de cero la búsqueda inmobiliaria, sobre todo, porque cada mañana tiene que pagar hotel, pensión, y no tiene amigos a quienes fastidiar.
El latinoamericano ofrece un depósito bancario de un año por adelantado como garantía contra lo que sea (desempleo, cárcel, enfermedad, desaparición, lotería, secuestro, maremoto, Gotzilla). Por supuesto que este depósito está completamente fuera de lugar (la ley francesa no permite más de dos meses de garantía, creo recordar), pero cómo se hace. Los propietarios aceptan. El golpe de suerte se ha convertido en un toquecito de suerte, piensa el latinoamericano, que ve cómo se alejan de él las tres cuartas partes de su patrimonio. Moraleja: con dinero todo se resuelve, pero siempre se necesita más dinero del que se tiene.
Unos meses más tarde, cuando el latinoamericano conoce la experiencia de otras personas, se convence de que sí, fue un gran golpe de suerte, haber podido alquilar, en pleno Montparnasse, andaba iluminado; porque las probabilidades de encontrar un estudio en París siendo extranjero y sin empleo son de 1 entre 9.837 según las estadísticas*. Por esta experiencia el latinoamericano a veces se hace creer que, de alguna manera, la ciudad lo estaba esperando.

LA SOLUCIÓN: buscar por internet un piso compartido, o alquilar una habitación en la casa de un particular, aunque sea en las afueras, sacrificando temporalmente la privacidad para, después, con calma, trabajo, y conocimiento del terreno, alquilar, sí, un sitio como Dios manda. 
Esto me lleva a un par de historias, cuando viví en Barcelona en el piso de una bailarina argentina de tango, y cuando alquilé una habitación en la casa de un militar retirado del ejército francés, en las afueras de París. Pero se me ha acabado el espacio, sigo luego.


*Situación Clásica en París: los propietarios convocan a una sesión general para enseñar el piso y escoger al afortunado ganador del contrato de alquiler. Normalmente hay entre diez y veinte personas en la sesión, muchos con corbata, o tacones, o ambos, y una carpeta llena de fotocopias de fichas de pago y premios al mejor empleado del año. No importa lo oscuro y maloliente que pueda ser el apartamento, siempre habrá alguien mejor cualificado que tú para ocuparlo.







artículo para contrapunto.com (05 05 2015)



VENEZOLANOS DEL OTRO LADO DEL ESPEJO

Terminé el artículo anterior diciendo que cuando el humor de tu país de origen ya no te da risa como antes es porque algo serio está pasando; y no es que el humor venezolano sea malo (al contrario, creo que en Venezuela hay muy buenos humoristas, ácidos e inteligentes, y un sentido del humor siempre vivo aunque la gente se esté matando) es porque, en general, cuando uno es nuevo en una cultura, el humor es de las últimas cosas que se adquieren porque te faltan las referencias o porque te han educado para reírte de unas cosas pero no de otras; y por argumento en contrario, cuando se pierde el humor criollo es porque ya uno se fue, mentalmente, dejó de ser parte de aquello.
Los síntomas de la pérdida de raíces siguen avanzando como una enfermedad curadora, apareciendo cuando te encuentras con venezolanos. Las categorías de personas son las mismas que cuando vivías “allá”, pero la experiencia del encuentro es diferente:
- están los “panas”, el pequeño grupo de personas que siempre te han acompañado (su presencia), con quienes puedes hablar de lo que sea sintiéndote en confianza, conectados a ti como algo natural. Los reconoces porque pueden haber pasado cinco o diez años desde el último encuentro y pareciera que los has visto la semana pasada. Los días que dura el encuentro se vuelven especiales, parecen siempre escasos y se quedan en la memoria. Este vínculo es raro, infrecuente, y no depende de la nacionalidad (los “panas” se hacen dondequiera que uno esté);
- después están los “conocidos” con quienes coincides casualmente, por ejemplo, cuando te los “envían” (el primo de alguien, el sobrino de la señora aquella, ¿te acuerdas?) para que les enseñes la ciudad. Muchos venezolanos (o más bien,  muchos caribeños) con frecuencia parecen haber venido para demostrarse a ellos mismos, utilizándote como canal, que les va bien en la vida, que son muy listos, que están claros con todo (supongo que París y el mito que hay alrededor de esta ciudad favorecen la actitud, como si necesitaran justificar su vida en un país arruinado, demostrando las ventajas de estar allá)… al principio te sorprendes, no sabes por qué lo hacen, pero cuando ves que no es sólo un caso, sino que la historia se repite, entiendes que es un tema cultural, hecho sin doble intención e inconscientemente. De todos modos, ésa era la gente que en Venezuela te daba igual, que te cruzabas cada día y con la que te relacionabas por razones prácticas, pero con quien no llegabas nunca a ir más allá;
- y finalmente están los “otros” (una vez, en un bar de Barcelona, no habían terminado de presentarme a una venezolana cuando me dijo “pero tú no eres de los nuestros”, a lo que debí responder, “gracias, amiga, menos mal”); el tipo de gente que cuando aparece en la calle bajas la cabeza no vaya a ser que te reconozcan como coterráneo; normalmente se mueven por docenas, gritando de un extremo a otro del restaurante, cargados de bolsas, llamando la atención con la ropa y los gestos, necesitando hacer saber que están allí, no sé para qué.
Los encuentros con venezolanos te demuestran, por una parte, que tu sistema de valores se ha desajustado; que la mayoría de las cosas importantes para ellos te suenan raras a ti, y que muchas veces, lo que más te extraña, es verlos convencidos de que su versión de la realidad es universal y la única válida. “Luigi es así porque es bohemio”, escuchas, y te hace gracia porque con la presión que tienes “de este lado” para resolver sin ayuda la vida cotidiana no puedes darte el lujo de vivir “del arte”, como quizá si podrías haber hecho si te hubieras quedado en Venezuela.
Te demuestran, también, que la vocación por la diversión, a este nivel, sólo se encuentra  entre caribeños y africanos; reírse de todo, todo el tiempo, la burla por la burla, en lugar de “el arte por el arte”, a lo bestia, salvajemente, y eso es una maravilla. Los encuentros con venezolanos hacen que se te despierte el cerebro; que desaparezcan la moral y las buenas costumbres; que digas las cosas menos adecuadas en el momento más inoportuno, sólo para ver la reacción que provocan; que bebas como nunca lo haces en Europa; que agudices la mirada; que saques caparazón para las puyas que vienen y que no te descuides jamás, preparado para reaccionar siempre, de buen rollo, riéndote. 
En resumen, los encuentros con venezolanos te permiten, durante un rato, volver a ser quien eras en tu vida anterior, lo que no sé si es mejor o peor, pero, sea lo que sea, es particularmente divertido.





artículo para contrapunto.com (26 04 2015)



“Estimado Armando Luigi Castañeda, la Editorial Contrapunto de Venezuela lanzó en junio de 2014, el portal informativo y de opinión Contrapunto.com (…) estos columnistas recibirán un pago mensual de (…)”
-¿Cuántas cachapas con queso y cochino hacen esto, más o menos? - le pregunté a mi mujer. 
Como, por la inflación, desde hace tiempo la moneda venezolana para mí dejó de significar algo, la solución que encontré fue relacionar el bolívar fuerte con lo que se llevó la mayor parte de mis euros la última vez que visité el país: la cachapa con queso y cochino; un economista creo que lo llamaría “paridad cambiaria”, y funciona así: X Bs.F = 1 cachapa con queso y cochino = X €. Cuando cae el bolívar, sube la cachapa con queso y cochino, pero ésta no cambia su valor en euros.
- Déjame preguntarle a una amiga, luego te digo – me respondió.
 De todos modos, cuando vives afuera, no es por dinero que escribes para una publicación venezolana: sea cual sea el pago, aunque consigas cambiarlo a moneda extranjera rápidamente, no será nada. Uno escribe para “existir” en Venezuela, para que no terminen de olvidarte. Lo del dinero sólo sirve para conocer la “seriedad” del medio que te hace la propuesta.
“La intención es contar con columnistas que posean una visión amplia de la realidad venezolana y si es posible latinoamericana e internacional (…) En tu caso, considerando el tiempo que llevas viviendo en el exterior [el mismo tiempo que Venezuela disfruta de su “Revolución”, porque me fui justo antes de que comenzara] y tu experiencia como escritor y fotógrafo, te proponemos trabajar las columnas para escribir, en clave de crónica, las experiencias que vas viviendo como venezolano en el extranjero (…)”
- Está bueno, ¿no?, la idea – le comenté a mi mujer, que se había asomado a leer – Con eso me obligo a escribir más. Puede ser divertido. Sobre todo porque pareciera que tengo libertad de hablar de los viajes o de lo que sea, por lo que dice un poco más adelante. Si tuviera que reducirlo a la vida cotidiana en dos meses ya me quedo seco.  A ver qué me invento para empezar.
Todo esto fue a principios de mes, pero hasta hoy no había podido volver al tema, ayer me tocó presentar un examen de las oposiciones para entrar a trabajar como profesor de la Educación Nacional. No se veía bien ponerme a escribir por gusto, se suponía que tenía que estudiar para el examen. Pero cuando se tiene el mal hábito de la escritura, siempre, voluntaria o involuntariamente, se están rumiando ideas.
Por ejemplo, podría comenzar hablando de cómo uno, sin darse cuenta, se va “desprendiendo” del país. O el país se le va desprendiendo a uno, no lo sé. El hecho es que, a pesar de que con Internet y el teléfono uno mantiene el contacto con la gente, el mundo de allá se va alejando, lenta e inevitablemente. El proceso es distinto para cada quien, por supuesto, pero creo que hay una especie de guion común, como un esqueleto, con síntomas que se repiten, y que son más o menos estos: 
- dejas de seguir las noticias de los medios venezolanos, te agotan, te deprimen, te repugnan – a menos que seas chavista y entonces Venezuela deja de ser Cubezuela para convertirse en Tropidisney. Pero curiosamente, y esto creo que queda para toda la vida, cuando muy ocasionalmente aparecen noticias sobre el país en la prensa internacional es imposible dejar de escucharlas o leerlas;
- te interesan cada vez menos los temas que los amigos “de allá” comparten; sobre todo, porque la mayoría de los venezolanos “de allá” están, desde hace años, monotemáticos con el tema de la política nacional; 
- dejas de mirar los resultados deportivos, si es que te gustaba el deporte; a mí el deporte siempre me ha dado un poco igual, no puedo decir mucho, pero este síntoma lo he visto repetirse en venezolanos que migraron;  
- el humor ya no te da risa como antes… y entonces, en este momento (el de la risa que ya no sale), comienzas a darte cuenta de que algo serio está pasando, pero…
“(…) una columna semanal, a razón de cuatro entregas al mes, con una extensión de entre 2.500 a 3.000 caracteres con espacios por entrega (…)”
…dice la propuesta de Contrapunto.com, y ya estoy en 4.096 caracteres con espacio (un poco más, por los que suma esta línea), tendré que continuar la semana que viene.