lunes, 6 de julio de 2015

artículo para contrapunto.com (25 06 2015)



PROBLEMA 3: UNA BUENA Y UNA MALA NOTICIA

El segundo escalón de la pirámide de Maslow tiene que ver con las necesidades de seguridad: del cuerpo, del empleo, de los recursos, de la moral, de la familia, de la salud y de la propiedad. La mala noticia: ésta es la etapa más compleja de la migración, sobre todo para quienes saltan sin papeles.
Pero hay una buena noticia: aunque migres a Siria porque encontraste por internet una casita simpática, con jardín, a un precio de regalo, y aunque luego descubras que en el barrio se están matando los del califato islamista y los del gobierno y los que reciben armas de occidente y los que se las mandan de otros países árabes y los kurdos, sea donde sea que vayas (incluso a lugares en guerra civil), lo más probable es que tu seguridad personal mejorará notablemente cuando salgas de Venezuela. Sólo en Honduras, entre todos los países del mundo, es más fácil ser asesinado que en Venezuela, según distintas fuentes - aunque podemos usar la UNODC (Global Study on Homicide, 2013), un organismo de las Naciones Unidas que toma estadísticas oficiales, seguramente muy por debajo de las cifras reales.
Y ahora, hablando en serio, si hay algo que complica el regreso a Venezuela para quienes hemos estado viviendo fuera, es la violencia. En mi caso es una especie de repulsión física, parecida a la náusea, que me viene cuando pienso en el miedo constante, en la sensación de estar bajo amenaza al caminar en la calle o al abrir la reja de la casa (y yo me fui cuando todavía la situación era “suave”, y sufrí un robo a mano armada).  Creo que los diez años que estuve sin ir a Venezuela tienen mucho que ver con esta repulsión. Vivir paranoico por la inseguridad es anormal (aunque uno lo asuma como natural por sentirlo cada día), es agotador (aunque uno se quiera convencer de que esas cosas le pasan sólo a los demás) y es, básicamente, degradante: que exista una probabilidad real de que un hijo de puta, por simple placer sádico, en unos pocos segundos destruya tu vida o la de tu familia, es de las cosas más terribles que pueden afectar la vida de un ser humano.
Dos anécdotas que sirven como ejemplo. Cuando me mudé a Barcelona pasé los primeros seis meses mirando a ambos lados al abrir la puerta del edificio; un gesto pequeño, pero que refleja cómo el miedo se lleva tatuado en el inconsciente. Ahora, en el pueblito de Francia donde vivimos, si la niña de nueve años se queda sola en casa mientras vamos al supermercado, dejamos la puerta sin llave “por seguridad” (los peligros locales son, no sé, quizá un incendio o una explosión eléctrica).
Contra lo que se piensa normalmente la violencia no es un sinónimo de la pobreza. De un viaje a Benín (África Subsahariana) sólo recuerdo un momento incómodo: preferí dejar pasar a dos chavales que caminaban detrás de mí en la playa; era la zona de los hoteles y había leído que había habido robos. En Senegal la única situación delicada que me viene de la memoria fue una especie de interrogatorio improvisado que me hizo un militar, después de verme hablar con un tipo que cumplía su condena barriendo las calles. En India, aunque la gente duerma en el suelo y viva sin nada más que lo que lleva puesto, sientes que no se les pasa por la cabeza quitarte nada. Marruecos, Túnez, Egipto, Camboya, Tailandia, países todos más pobres que Venezuela, y jamás un momento de peligro, aunque caminara de noche por donde me llevara el azar. Sólo en Shanghái, por estar haciendo el payaso con un amigo y meternos en un sitio poco recomendable, nos extorsionaron unos dólares usando a dos tipos con cara de chungos que llegaron acompañados por una cuenta inflada.
Latinoamérica, por desgracia, es otra historia. De Ciudad de México recuerdo haberme devuelto a brincos atravesando una avenida al ver que me estaba metiendo por donde no debía, detrás de una hilera de puestos callejeros cerca del centro. Y en Buenos Aires, en un mismo día, me dijeron en cuatro ocasiones que no siguiera caminando por donde iba porque me podían atracar para quitarme la cámara.
¿Por qué Latinoamérica tiene 43 de las 50 ciudades más peligrosas del mundo? No hay  una respuesta simple, pero muy probablemente tiene algo que ver con la distribución de la riqueza. Hay un índice sencillo, el Coeficiente Gini, que muestra de manera inmediata la situación del país: este coeficiente divide a la población en segmentos de acuerdo con su nivel económico y atribuye a cada uno de ellos el porcentaje de la riqueza nacional que recibe (el 10% más rico de la población se queda con el X% del PIB, el siguiente 10% se queda con…). Por ejemplo, en un país como Brasil (uno de los más desiguales del mundo) el coeficiente Gini es de 0,52, mientras que en Canadá es de 0,33 (0 sería la igualdad absoluta, cada habitante recibiendo exactamente el mismo ingreso, y 1 la situación ideal para los tiranos, una sola persona se queda con toda la riqueza generada). Cuando vemos el mapamundi coloreado según el coeficiente Gini encontramos una curiosa coincidencia con el mapamundi que muestra el nivel de violencia; EEUU, por ejemplo, es un país rico pero desigual, y sus índices de violencia son mayores que los de Europa Occidental, en general bastante más igualitaria y menos rica.
Pero el caso de Venezuela es particular. Aunque la desigualdad es notoria, la violencia es desproporcionada. Y es aquí donde vemos una parte del film de horror en que se ha convertido el país: muchas cosas hacen pensar que en Venezuela la violencia es parte de las “políticas públicas”, es decir, que hay una intención gubernamental detrás, que se hace (o, más bien, se deja de hacer) lo necesario con el objetivo de que la violencia florezca y se perpetúe. ¿Por qué?, mi versión de respuesta conecta este artículo con el de hace dos semanas.

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