miércoles, 12 de enero de 2011

seleccion suiza 2






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¿Y qué estás buscando, exactamente?
“Mi hipótesis es que Cesárea Tinajero, la protagonista de Los Detectives Salvajes, ¿la conoces? es un personaje de la Realidad, y ya la tengo identificada. Los detalles todavía son un secreto, pero tú me puedes ayudar porque ella tuvo una relación muy importante con un gran amigo del Maestro Rivera, y tú puedes buscarme cosas de ellos allá. Él se llama Julio Mella y es un Héroe Cubano. Oficialmente estuvo preso en La Habana entre 1921 y 1924 pero yo tengo documentos que demuestran que en realidad la familia lo mandó exiliado a Europa y allí se hizo íntimo amigo del Maestro Diego Rivera y participó en actividades Artísticas, Revolucionarias y radicales [aquí faltó la mayúscula]. También conoció al Maestro Roberto Matta, el fundador del Infrarrealismo que luego conectó con el Estridentismo, donde participó Cesárea Tinajero, la de verdad verdad. Julio Mella fue el que convirtió a Cesárea Tinajero en Vanguardista. A Julio Mella lo mataron en Ciudad de México en 1929, y su muerte es todavía un misterio. ¿Me haces ese favorcito, plis? Yo te puedo dar materiales inéditos y que nadie conoce del Maestro Diego Rivera para que los uses en tu doctorado.”
Vale, el negocio comenzaba a sonar un poco mejor. Tendría que ver si podía incrustar esos “materiales inéditos” en la memoria de tesis sin desbaratarla. La ventaja era que todavía no había escrito una sola línea y que el tutor no veía el tema, o sea, que si proponía otra investigación probablemente no se ofendería.
En esa época también estaba con la idea de escribir una novela con el material de la investigación; una especie de diario personal de construcción de una imagen, o una figura, o un personaje, el Diego Rivera fabricado por mí, mi versión de las referencias y las historias y las imágenes y las sensaciones y las experiencias y las relaciones y los estados de ánimo que se unen a esas dos palabras que forman ese nombre propio, todo lo que dentro de mí se va uniendo a las palabras “Diego” y “Rivera”, juntas, a medida que avanzaba en mi investigación y acumulaba información.
Todavía no sabía cómo montar el libro, pero suponía que si es posible llevar un diario de la construcción de un edificio levantado al otro lado de una ventana, por ejemplo, no tenía por qué ser demasiado difícil hacerlo con un nombre propio. El asunto, por supuesto, estaba en evitar la aridez de un simple recuento; jugar con técnicas literarias para mantener el interés de la lectura, quizá aprovechando algunos trucos de la novela negra, no lo sé, todavía estoy buscando la fórmula.  

El material de base era bueno, Rivera tuvo una vida asombrosamente novelesca. Los textos inéditos de la mexicana me podían servir para jugar con el suspenso; el mismo hecho de su aparición, hablo de la aparición de la mexicana, venida del azar y salida de la nada, ya era de por sí un comienzo, como mínimo, oscuro, suficiente para crear algo de misterio; aunque una estudiante de letras mexicana, la verdad, tampoco es el prototipo de la femme fatale que conviene a una novela, la  femme fatale tendría que salir de otro lado.

La historia del asesinato de Julio Mella me parecía conocida. Pues sí, revisé, Diego Rivera le dedica un capítulo en una biografía complaciente que fabricó junto a una periodista norteamericana a partir de varias entrevistas; un libro titulado “Diego Rivera. Mi arte, mi vida.”. El libro me recordaba a una autobiografía apócrifa de Howard Hugues que recogí en un desahucio, en plena acera, pocos días después de llegar a Barcelona, pero esa es otra historia.