sábado, 24 de diciembre de 2011

045

Lago San Pablo, Ecuador, 2010

El 25 de diciembre del 2010 ha pasado a ser una foto.
Y el recuerdo del tiempo lluvioso, que ayudó a dejarme una sensación onírica al encontrar el caballo pastando al fondo de los jardines de una hacienda convertida en hotel. La sensación onírica es vívida.
Luego hay imágenes sueltas, de un pueblo, de una iglesia, de un lago. Aunque a las imágenes llego por conexión, porque sé que los sitios estaban cerca de la hacienda. En realidad, si pensara en el 25 de diciembre del 2010 no podría decir que esos sitios estaban allí ese día, como sí puedo hacerlo con el caballo. El resto del día desapareció.
Del 25 de diciembre del 2011 tengo más cosas, una especie de agenda: Maison Europeénne de la Photographie, Pompidou, camino de vuelta.
No puedo decir qué vi en la MEP. Y eso que fue hace sólo un mes.
Del Pompidou sí tengo imágenes claras, una exposición de una japonesa que se fue a Nueva York a comienzos de los sesenta. Una especie de Yoko Ono mejorada.
Una habitación oscura con pequeñas luces que cambiaban de color colgando de hilos; alrededor, espejos, y en el suelo, agua. Me quedé varios minutos, escuchando creo que Ligueti mientras miraba las luces cambiando de color y sus reflejos. Aunque seguramente me invento a Ligueti y estaba escuchando otra cosa.
Luego otro recuerdo claro, caminando por la Ile de vuelta a casa, pensando que podía escribir un texto con los recuerdos de un año atrás y los recuerdos del día, para terminar prometiendo escribir otro texto un año más tarde, el 25 de diciembre del 2012, con los recuerdos del 25 de diciembre del 2010 y del 2011, para comparar con el primer texto y ver cuántos de los recuerdos se habían perdido.
Pero entonces comencé a mirar las cosas con otros ojos, buscando recordar, fastidiando el experimento (se supone que los recuerdos debían llegar de buena fe, no sabiendo que serían usados).
He escrito el texto un mes más tarde y, por suerte, he olvidado todo lo que estuve tratando de guardar en la memoria para cuando tocara escribir sobre los recuerdos.
¿Por suerte?
Recuerdo que durante una época creía que, en esencia, somos acumulaciones de recuerdos; contenedores de imágenes filtradas, seleccionadas, consciente e inconscientemente, usadas para hilar una historia y fabricar al personaje que queremos hacernos creer que somos; pensaba que por los recuerdos se llega al cuento de la identidad y etcétera.  Ya olvidé por qué me dio por creer esto.
Ahora creo que es más relajado sentirse, en cambio, una enorme acumulación de olvidos.

jueves, 22 de diciembre de 2011

044

La Vézere, Francia, 2011

Como regalo de Navidad un pack fotográfico con la estética de Koudelka, la agudeza de Cartier-Bresson, la técnica de Salgado, la imaginación de Kertesz, la originalidad de Rodtchenko, la soltura de Klein, la psicología de Avedon, los cojones de Capa, la sutileza de Weston, la energía de Pellegrin, la acidez de Parr, el sentido de la oportunidad de Elliot, el color de Mc Curry, el desparpajo de LaChapelle y, lo más importante, los contactos de Halsman.

domingo, 18 de diciembre de 2011

043

Sfax, Túnez, 2006

Tanto se rasca la cabra, que se daña.
Tanto da leche, que no da jugo.
Tanto se cuida, que se pierde.
Tanto canta, que termina muda.

Tanto se calienta el hierro, que se pone al rojo.
Tanto se bebe, que al día siguiente se está muerto de sed.
Tanto se come, que se acaba cagando.
Tanto se limpia uno el culo, que siempre está sucio.
Tanto se invoca la Navidad, que al fin llega.

Tanto vale el hombre, cuanto se le precia.
Tanto se le precia, que se acaba despreciándolo.
Tanto se vive en sociedad, que mejor se anda solo.
Tanto se ama, cuanto menos se es amado.
Tanto se quiere hablar, cuanto no se tiene quien escuche.
Tanto se invoca la Navidad, que al fin llega.

Tan malo es, que se le desprecia.
Tan bueno, que le piden prestado.
Tanto da, que le quitan.
Tanto le quitan, que se hace malo.
Tanto crece, que no hay quien le siga.
Tan grande es, que lo pisan.
Tan rápido va, que lo alcanzan.
Tanto se invoca la Navidad, que al fin llega.

Tan claro está, que lo tapan.
Tan seguro, que lo dudan.
Tan cierto, que lo tuercen.
Tan firme, que lo ablandan.

Tanto se tarda, que fracasa la empresa.
Tan agudo es, cuanto puya.
Tan diestro, como es siniestro.
Tan querido, cuanto es temido.
Tan admirado, cuanto es poco conocido.
Tanto destaca, cuanto a lo vulgar es parecido.
Tanto se invoca la Navidad, que al fin llega.

Tanto se invoca la Navidad, que al fin llega.
Tanto llega, que siempre se va.
Tanto se tiene, que se quisiera no tener nada.
Tanto sabe, que lo ignoran.
Tanto se invoca la Navidad, que al fin llega

Príncipe, tanto vive loco, que sana,
tanto va, que al fin vuelve,
tanto se golpea, que muda de parecer,
tanto se invoca la Navidad, que al fin llega.

jueves, 15 de diciembre de 2011

042

Pigalle, París, 2010

Una amiga me propuso escribir un artículo sobre la interculturalidad. Para saber qué se cocina, cuáles son los temas actuales, aproveché, por supuesto, una de las herramientas por excelencia de la interculturalidad: la web. Entré a la Wikipedia, escribí “interculturalidad”, pasé al artículo en inglés, y allí encontré un link perfecto, al Journal of Intercultural Communication (http://www.immi.se/intercultural/). Una montaña invisible de información de la que escogí cuatro breves estudios que me interesaron. Los guardé en el ordenador de bolsillo, abrí la puerta y salí, que ya era tarde.

Sentado en el metro, escuchando en el Mp3 al nigeriano Fella Kuti, comencé a leer el primer estudio (Nixon Y., y Bull P.: “Cultural communication styles and accuracy in cross-cultural perception: A British and Japanese study”. www.immi.se. Journal 11 abril 2006). Dedicado a las diferencias entre la manera de percibir las reacciones emocionales entre distintas culturas. Proponiendo imágenes a dos grupos de culturas lejanas (ingleses y japoneses), se les pregunta las relaciones entre los personajes (¿son madre e hija?, ¿quién ha ganado el partido de tenis?, ¿están casados o son una pareja reciente?). Según las conclusiones, existe una especie de lenguaje corporal común, reconocible por ambos grupos, aunque luego, en relación con los detalles, hay notables diferencias en función de la cultura (por ejemplo, para los japoneses, que se reafirmaron como colectivistas y jerárquicos, al distinguir las posiciones de poder entre los personajes fueron mucho más acertados que los ingleses, quienes, en cambio, reafirmando su fama de individualistas, reconocieron mejor las relaciones humanas de amor o amistad). Levanté la vista, al frente tenía, en el vagón del metro, a un subsahariano; al lado, a una pareja de turistas latinoamericanos; en diagonal, a un francés, y detrás, a un grupo familiar árabe. Sonreí, pensando en el artículo, sintiendo que todos nos enviábamos, allí sentados, en silencio, mensajes de convivencia pacífica.

A la salida del pequeño concierto (chanson francaise mezclada con mil cosas, y era esta mezcla, justamente, lo que más me interesaba), regresando a casa caminando, me senté a tomar un té de menta con piñones, nostálgico, quizá, de los viajes a Túnez y Marruecos. Acabando con el té leí el segundo estudio (Fraghal, M.: “Accidental Humor in International Public”. www.immi.se. Journal 12 agosto 2006), un divertido, aunque seriamente académico, estudio sobre malentendidos lingüísticos entre diversas culturas que llevaban a bromas, muchas veces de carácter sexual, capaces de transformar en algo ridículo el contenido original del mensaje. Aunque en este caso los ejemplos llevaban a consecuencias “cómicas”, quedaba claro que el desconocimiento de la cultura del receptor puede tener, también, consecuencias trágicas (recordé la desacertada utilización de la palabra “cruzada” para una ofensiva militar norteamericana en el mundo islámico; un error que, seguramente, despertó una ola de indignación traducida en varias decenas o centenas de muertos, para ambos bandos).

Después del té decidí usar el metro, había sido un día activo, con un atelier de caligrafía china en la mañana y una película rusa en la tarde. Antes de dormir, acabé al tercer estudio (Willians K.: “Rules and regulations: is culture-learning like language-acquisition?”. www.immi.se. Journal 8 enero 2005) dedicado a la imposición de políticas de terror y la ruptura de los canales de comunicación intercultural. El estudio dejaba clara la relación entre la violencia y el desconocimiento del otro y, por argumento en contrario, entre el reconocimiento del otro y la convivencia pacífica. Es habitual que grupos de poder capaces de estimular la violencia para alcanzar sus objetivos políticos o económicos se nutran de la ignorancia por lo distinto, base del rechazo, la exclusión, la condenación y, finalmente, la persecución. Por desgracia, hubo un largo antes, y ha habido un después, para la ideología nazi.

Hoy en la mañana, finalmente, me dediqué al cuarto y último estudio (Desavelle H., y Makinen S.: “Addressing the Consumer in Standardised Advertisements: Linguistic Cues in French and Finnish Technology Products’ Advertising Texts”. www.immi.se. Journal 12 agosto 2006). A través del lenguaje utilizado en determinadas campañas publicitarias, los investigadores descubren diferencias de cultura normalmente desapercibidas. La adaptación de las campañas, un ejercicio “obligatorio” para las grandes agencias de publicidad, tiene una traducción inmediata en las ventas. Adaptaciones desacertadas han costado millones. Por eso, el tema intercultural es visto, cada vez más, como algo muy serio, en la publicidad.

La sensación que me queda, después de leer los cuatro estudios, es de sorpresa ante la importancia de lo “intercultural”. Para mí se trababa, sobre todo, de un ejercicio de comunicación individual, útil para hacer amistades en los viajes; disfrutar los productos, materiales y culturales, de países lejanos; facilitar la integración de los inmigrantes (yo mismo, uno de ellos) o, en el mejor de los casos, para vivir una historia de amor con alguien de una cultura distinta. No me había dado cuenta del impacto que los canales de comunicación intercultural tienen sobre la geopolítica o la economía. Está claro que, en el mundo actual, quien no maneja, o no es capaz de entender, correctamente, los códigos del “otro”, se encuentra en una posición de inferioridad clara. En el mundo globalizado, de mercados integrados y flujos de migración cada vez más fuertes, la interculturalidad ha dejado de ser una opción filantrópica para convertirse en una necesidad pragmática. Sin embargo, persisten fuerzas que se benefician de la ruptura del diálogo, de la negación, del rechazo; nuestra función, como voces, tendría que ser, estoy seguro, la de intentar fosilizar a estas fuerzas lo antes posible; convertirlas, rápidamente, en cosa del pasado. Y mientras escribo esta frase me interrumpe, sonando en una emisora de radio bajada de internet, aquella simpática canción que juega con las diferencias, en las voces de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong, “you say tomatOES and I say tomatOOs”, se me sale la sonrisa, agradezco al viejo espíritu del jazz (el de la aceptación, la mezcla, la improvisación, la bienvenida, el entendimiento), que al final es esto, claro, la interculturalidad, y nada más.

domingo, 11 de diciembre de 2011

041

Belem, Portugal, 2009

En algún momento, hacia los veintipocos años, hice un pacto, no sé con quién, no me di cuenta. Un acuerdo por el que alargaba mi juventud unos años y, a cambio, entregaba mis referencias personales, esas que uno pone en el CV, todas: la otredad, aquello de saber quién eres por tu ubicación en la manada, por lo que piensa de ti tu entorno. Básicamente, dejé de tener entorno, en mi cabeza, fue el precio del pacto, que yo pagué feliz, ligero. Ese contrato, quizá mefistofélico, me obligó a apuntalar el egoísmo, endurecer la coraza, a tapar vulnerabilidades. Seguir un camino revuelto, donde los pasos van y vienen según tira el viento. El pacto, mientras se disfruta de la juventud prolongada, del cuerpo que parece no envejecer, de los treinta y muchos con cara de treinta, va muy bien. Pero luego caerá la vejez de golpe, supongo, sin ahorros, sin un trabajo estable, sin buenas perspectivas de empleo; porque a un tipo de cincuenta años, sin nada entre las manos, ¿quién lo puede querer? Es el problema de negociar con el diablo, siempre, necesariamente, debes acabar jodido. Si no, qué mal ejemplo para los prudentes, los mezquinos, los moderados, los avariciosos, los bien pensantes, los conformistas, los apagados, los currantes, los mediocres, los comunes, los desilusionados, en resumen, para todos los sumisos que se portan bien, ¿no?, la hormiga y la chicharra, el cerdito de la casa de paja y el de los ladrillos, el hijo pródigo y el otro... O no, ese no es un buen ejemplo... Vainas del pimpollo de Jesucristo, que le daba por fabricar argumentos para Satanás.

040

Rue de Babylone, París, 2008

¿Y este imbécil qué hace sacando fotos aquí?
Ya viene la bronca; la tercera de hoy para mi mujer.
¿Será que nos va a mirar, el mesero?
¿Quién está llamando a mami?
¿Cómo hago para que no note con quién hablo?
El médico dijo pollo, pero me apetece ternera.
-- ¡Mesero!
Seis euros de propina, me iba mejor como chofer.
¿Cómo pudo irse así, sin decir nada?
Del cerdo lo único que se pierde es el grito; de Michael Jackson, ni eso.
Me tomaría otra cerveza pero, ¿las va a pagar, este capullo?
Con el dominio .xxx las webs porno que mantengan el .com tendrán una doble penetración.
Si no hablara tanto de su ex mujer me iría a su apartamento, pero ya no lo soporto más.
A las mujeres les gusta que le cuentes tu vida, las hace sentir seguras.
Quien juzga como poco, pero come bien.
[Y de allí en adelante ya no veo, sólo susurros]

lunes, 5 de diciembre de 2011

039

Dublín, Irlanda, 2008

La foto fue hecha en una cárcel. No recuerdo el nombre, pero sí la celda donde alguien importante (un intelectual, un nacionalista, supongo) estuvo encerrado hasta que murió, según la mujer que hablaba (la visita era guiada, obligatoriamente). “Por este espacio abierto, sin vidrio, sin ventana, entraba el aire helado en invierno”, etcétera, el tipo de historias que se cuentan sobre los sufrimientos que pasan los personajes importantes utilizados para dar el ejemplo, servir como mártires y ese tipo de negocios.
Pero esta parte de la historia no es la que me interesa, sino la sala donde fue hecha la foto. No la sala, el deja vu. Desde que entré dejé de estar allí. Pasé a ser parte de un grabado de Piranesi, una de sus cárceles de escaleras torcidas que no van a ningún lado, de torres con cadenas desproporcionadas, de arcos que sostienen techos que no existen.
Un libro que tuve en una vida anterior reunía todos los grabados hechos por Piranesi. En algún párrafo me parece haber leído que dentro de los muchísimos lugares que Piranesi visitó para hacer el compendio de las ruinas antiguas de Italia, estuvo una temporada en Tívoli, cerca de Roma. Como prueba de su paso por el mundo Piranesi prefirió confiar, más que en sus grabados, en dejar su nombre grafiteado sobre una pared.
Y el nombre sigue allí, desde hace más de dos siglos, y a mí me hizo gracia buscarlo, un buen rato, al precio de comerme el tiempo que necesitaba para ver las fuentes del papa no recuerdo cuál, hasta que por fin lo encontré, más que en la pared, en un techo. No sabía que este gesto infantil y vandálico del italiano me serviría, años después, para salir de una cárcel.

domingo, 4 de diciembre de 2011

038

Beijín, China, 2006

Mi amigo no sólo ronca, también hace ruiditos con la boca, como los viejos cuando mascan agua. Lo estoy oyendo con detalle. Tengo toda la noche para hacerlo. El insomnio es así, te pone detallista, iluminado, sublime, poético, gilipollas.
Pero no es necesario el insomnio para reconocer las virtudes sonoras de mi amigo. Un buen farmaceuta también puede hacerlo, de un vistazo. Lo digo por experiencia, nos pasó caminando en Hong Kong. Servía vasitos de té medicinal, el farmaceuta. La mesa llena de vasitos plásticos y el tipo concentrado, como Ganímedes, pero chino y viejo, escanciador. Mi amigo, sin respetar el trabajo ajeno, el esfuerzo, la constancia y la concentración, le preguntó una dirección, al farmaceuta, en inglés, claro, porque no sabe chino, mi amigo. El farmaceuta levantó la cabeza, pausa perra en su llenado de vasitos, y nos miró con todo el odio y el desprecio que una cultura milenaria ha acumulado al ser violada durante siglos por la barbarie Occidental. Algo falló, en la pregunta de mi amigo, creo. Algo hizo mal, algo muy grave, que provocó en el farmaceuta ese rencor tan histórico y, al mismo tiempo, tan vivo. No supimos qué, dónde estuvo la metida de pata. Nos miramos, "¿seguimos?, este carajo como que se arrechó", le dimos las gracias por nada y nos alejamos riéndonos de la expresión, de la ira saltarina. "Coño de su madre… pero coño de su madre", imitaba mi amigo la expresión del chino. Un poco más allá le propuse a mi amigo regresar y repetirlo todo, preguntar la misma pregunta, conmigo detrás, la cámara preparada. Yo insistía en que había que registrar esa expresión. Mi amigo no se decidía, quizá asustado por todas las películas de kung fu, Bruce Lee, y todas esas vainas que hacen ver que los chinos, aunque pequeños, pegan duro. Yo insistía, le decía a mi amigo que era demasiado buena, la expresión, todo ese odio en una sola cara, estaba muy bien. Por fin lo convencí. Regresamos a la esquina de la farmacia. Vi la mesa que daba a la calle. Vi los vasitos llenos de té medicinal. Preparé la cámara. Mi amigo se acercó, expresión de aquí voy, nojoda, hasta la mesa. Yo bajé a la calle, buscando un buen ángulo para la fotografía. Composición y volúmenes y esas cosas. Preparé la cámara. Profundidad de campo y velocidad de obturación. Enfoque. Levanté la vista y no estaba, el farmaceuta xenófobo, antioccidental, antiturista y antiglobalizador. Qué mal. Perdimos la oportunidad. El odio chino escondido. Fuera testimonio. Occidente desprotegido, incauto, frente a la sed de venganza Oriental. Como Casandra, sin pruebas, advertiremos a oídos sordos. Nos darán a todos por el culo irremediablemente, los chinos. Farmaceutas, obreros, astronautas, jardineros de escuela, todos juntos, dándonos por detrás. Son más de mil millones, la cosa dolerá. Y mi amigo y yo sin poder hacer nada, la prueba perdida. Pero pensándolo mejor quizá ya vaya bien. El mundo bajo gobierno chino. El cambio climático, la corrupción, el agotamiento de los recursos naturales, todo hecho una sopa, como ahora, pero peor. Así Occidente alejará, otra vez, las culpas. Fueron ellos, diremos a nuestros nietecitos, cuando ya no quede nada, fueron los chinos, que se lo cargaron todo, que no quisieron respetar al planeta, que les importaba un carajo el dolor animal. Pero para eso todavía falta un rato. Mientras tanto, seguimos nuestro paseo, callejuelas, escaleras, turistas amarillos, no de la piel, sino del pelo, una cerveza demasiado cara en un karaoke demasiado barato, y ahora mi amigo que, además de roncar, hace ruiditos con la boca, como los viejos.

037

Aragón, España, 2004

Mapa: Un mundo ideal
En el centro, la vivienda. Desde ella una calle larga sube hasta el río, bordeada de galerías de arte y cafés de mesas tambaleantes; una calle corta desciende al trabajo, directamente, siguiendo una línea del metro junto a la que se lee: menos de diez minutos, tres días y medio a la semana. Junto a la calle larga, un poco a la derecha, los Jardines de Luxemburgo y, después, la plaza Contrescape. Del otro lado del río, hacia arriba, el Pompidou (tierra de la tribu de La miradita petulante).
Alejándose del centro, una línea sinuosa atraviesa la Porte de non retour y se adentra en la ciudad de Barcelona (tierra de la tribu Mírame el ombligo); distintos puntos llevan nombres de amigos, amigas y amor recurrente. Al suroeste está Sitges, con dibujos turísticos de la iglesia, el paseo junto a la playa y las calles; y al norte Gerona, la Costa Brava, y Cadaqués (tierra de la tribu Aquí vivió y murió el genio-payaso de los bigotitos puntiagudos).
Hacia la derecha del mapa, ocupando un buen trozo, Italia (tierra de la tribu Cómo gritan pero qué buenas están), dividida en cinco provincias: Génova, Venecia, Florencia, Roma, y Costa Amalfitana. Tocando a Italia, en el extremo superior derecho, Moscú (tierra de la tribu No estamos cabreados, es que sobrios somos serios), y en el extremo inferior derecho, Estambul (tierra de la tribu Bienvenidos extranjeros, queremos que nos dejen ser como ustedes). Junto a Moscú, al Este, China (tierra de la tribu Aquí trabajan hasta los muertos), atravesada por una línea que sigue un itinerario de viaje; y al Este de Estambul la India (tierra de la tribu No te des mala vida, déjalo como está), con un gran punto negro en el centro que dice Orchha, y dibujos de selva y templos y cuevas con frescos.
Al suroeste de Estambul está Grecia (tierra de la tribu Somos campechanos pero no nos damos cuenta), agua, Creta (dibujos del templo de Cnosos), agua, y Egipto, con El Cairo y un gran signo de interrogación.

sábado, 3 de diciembre de 2011

036

Museo Metropolitano de Nueva York, EEUU, 2011

La última vez que Rivera había estado en México fue durante los últimos días del Porfiriato. En aquel momento México era un país adaptado a los intereses de los grandes capitales, sobre todo extranjeros; un país que dominaban, sin oposición visible, las fuerzas conservadoras: la iglesia católica, una estructura de clases rígida y piramidal, un ejército que actuaba como órgano de control y represión fiel al gobierno. Al regresar, en 1921, el país había cambiado radicalmente; por una parte, la guerra civil lo había dejado arruinado, por la otra, el gobierno estaba en manos de un hábil caudillo que sostenía, defendía y, ocasionalmente, actuaba, según un discurso revolucionario dirigido a las masas.
En algún momento entre 1916 y 1920 Rivera asimiló plenamente el pensamiento marxista; quizá coincidió con la crisis que tuvo lugar hacia 1918, cuando por diversas razones se alejó del cubismo. Fue una época dura en donde Rivera se vio extraviado, y es posible que la doctrina marxista le haya dado algunas herramientas para resolver su confusión. El marxismo, al igual que el cubismo, proponía una ruptura radical con el pasado, y además tenía la ventaja de que podía utilizarse para comprender prácticamente toda la actividad humana, mientras el cubismo era útil sólo para revolucionar las artes plásticas y, levemente, la poesía. El marxismo, en este sentido, como discurso totalizador, estaba cerca de las doctrinas esotéricas que Rivera escuchó de su padre durante la primera parte de su vida; esas doctrinas pretendían descubrir las leyes últimas del universo; el marxismo, por su parte, afirmaba haber descubierto las leyes últimas que guiaban la historia humana. A través del marxismo Rivera podía dar una justificación a su vida, convenciéndose a sí mismo de que su destino era emplear su talento creativo para luchar por la revolución comunista que traería la igualdad, la paz y la felicidad a la Humanidad. Pero el marxismo que practicaba Rivera, a diferencia de muchos otros, tendía a ser solitario. Rivera demostró, a lo largo de su vida, tener un carácter extremadamente individualista; cuando quiso ser parte de colectivos acabó casi siempre de mala manera. En los años que vivió en París Rivera no se inscribió en ningún partido político ni siguió las directrices de ningún tipo de organización; cuando una persona influía sobre él (por ejemplo, Picasso, o el intelectual francés Elie Fauré), lo hacía a través de la amistad y el ejemplo, pero no por la coerción o la jerarquía. Rivera nunca desarrolló actividades como conspirador, y a lo largo de su vida fue transparente con sus ideas políticas, tanto, que su obsesión por expresarlas llegó a tener un carácter autodestructivo, como por ejemplo en el episodio del Rockefeller Center. El hecho es que cuando Vasconcelos decide aprovechar el talento de Rivera para trabajar en la construcción de la identidad mexicana (y anular el poder ideológico que aún tenían los partidarios del sistema que sostuvo a Porfirio Díaz), Rivera encuentra la oportunidad de desarrollar su ideal de convertirse en un pintor comprometido y revolucionario.
Para Vasconcelos el entusiasmo de Rivera era fundamental, y aunque el pintor se apuntaba de forma clara a una ideología que no era la del régimen (Obregón no dudó en reprimir violentamente a los comunistas), la ineptitud del pintor para actuar como líder político, y su desinterés por la conspiración, parecen haber sido razones suficientes para que se le perdonaran sus creencias políticas. De hecho, la primera vez que Rivera fue expulsado del Partido Comunista Mexicano fue básicamente por sus relaciones amistosas con el régimen de Obregón. En todo caso, la presencia del “pueblo mexicano”, “la lucha de clases”, y la “rebelión contra el viejo sistema”, típicas de la obra de Rivera, eran parte de un discurso conveniente al mensaje que le interesaba transmitir al gobierno de Obregón.

sábado, 26 de noviembre de 2011

035

Nueva York, EEUU, 2011

Los edificios arriba, siempre; el humo de las alcantarillas; el tráfico manchado de taxis; la nieve cayendo ligera, como caspa; los patos que parecen plásticos, enganchados por el cuello; los titulares en chino, las chinitas desnudas, impresas; los números gigantes de las ofertas de ropa; las esquinas cercadas de gente; el olor de la calle, de las cocinas, de los tubos de escape; las avenidas amplias, los talleres mecánicos, los edificios viejos; los tatuadores, la ropa con cadenas; las librerías de segunda mano; los negocios bajo tierra; los grafittis de colores, o los garabatos, cubriendo las paredes; los cabellos en rasta, la ropa floja; las pipas para el cannabis, los llaveros de calaveras; las parcelas convertidas en parques privados, esquizofrénicos; las rejas metálicas; el trazado rectangular, las calles numeradas; los edificios de ladrillo; los bares chic de vidrio y madera; las mujeres peinadas, los perros pequeños; los edificios con portero; los porteros con guantes; los mendigos, las joyerías; las avenidas amplias; los nombres estampados en las plaquitas metálicas sobre los bancos de madera; los viejos sentados, los perros corriendo; los partidos de softball; los árboles, el césped, las fuentes; los corredores, los audífonos, los podómetros; el papel anunciando que se está filmando un comercial para televisión, que al público no se le pagan derechos; el museo gigante, disneylandiesco; las esculturas de mármol, las máscaras de madera, los yelmos metálicos, las figuras de porcelana, los pigmentos sobre las telas; la colección egipcia; el monolito, afuera; el falso castillete arriba, el lago artificial, abajo; las residencias de estudiantes; los edificios discretos; la música latina; los restaurantes de comida rápida; todo a un dólar; los vidrios rotos; los tipos apoyados de las paredes; los negros hablando fuerte; las mujeres con bolsas plásticas; el metro aéreo...

034

Angkor, Camboya, 2010

Te cuento de mi viaje.  Ayer me tocó hacer el tonto, víctima de los mecanismos que se crean espontáneamente para desplumar a los turistas. Resulta que el viaje de Bangkok hasta Angkor es un clásico. Son menos de 400 kilómetros pero, en la práctica, tienes la impresión de que has recorrido dos mil. Por un lado, los horarios de los trenes están diseñados para que no puedas llegar al destino antes de la media noche, si es que encuentras asiento, en un tren que tarda varias horas para llevarte a la frontera y sale una sola vez cada día. Siendo una ruta habitual me llamó la atención que hubiera tan pocos trenes, luego entendí por qué. Al no haber la posibilidad práctica de ir por tus propios medios, sólo te queda la opción de las compañías de transporte “especializadas”, que te ofrecen, o más bien te imponen, los servicios de obtención de visado y cruce de frontera (por supuesto, a un precio muy superior al oficial). Te recogen en el hotel hacia las siete de la mañana y te prometen dejarte en Angkor hacia las tres de la tarde, pero a las dos todavía estaba parado en la cola para cruzar la frontera, a mitad de camino. Durante todo el trayecto, en la camioneta hasta la frontera, el acompañante del chofer insiste en que lo mejor es pagar “un poco más” (el doble) y contratar a un taxi para llegar desde la frontera hasta Angkor, porque de otra forma hay que usar un autobús y estos vienen muy de vez en cuando; según el tipo, te pueden acabar soltando en Angkor a medianoche, pero como había reservado el hotel por Internet esto no me preocupaba demasiado. En la frontera, quienes han aceptado pagar el taxi son separados del resto y pasan sin hacer fila. Los demás tuvimos que entregar los pasaportes y ponernos en manos de un gestor, que pidió un extra por “variaciones en el tipo de cambio”. Dos chicas francesas se negaron y después de una discusión fuerte acabaron pagando (en ningún momento de la discusión les devolvieron los pasaportes, no sé qué puede haber pasado con ellos si se niegan a pagar). Finalmente, después de un par de horas, te devuelven el pasaporte del otro lado de la frontera. Entonces a los del grupo del autobús nos plantan en un lugar en el medio de la nada a esperar que al famoso autobús aparezca. El sitio en medio de la nada es una especie de cafetería de carretera al estilo occidental; si la intención era hacernos almorzar allí la verdad es que no tuvieron mucho éxito, porque casi todos habíamos comido galletas y tonterías compradas en las horas de espera de la frontera (esta parte del desplume tendrán que refinarla un poco más para que funcione). Mientras tanto, los taxistas estacionados afuera de la cafetería se ofrecen a llevarte. Cada vez éramos menos los que esperábamos al bus; en mi caso, una mezcla de orgullo y curiosidad (por ver qué otros chanchullos podían montarse), además del asunto económico, me tenía allí. Por fin, hacia las seis de la tarde, llegó el bus. Tres horas de camino y el bus se detiene, otra vez, en el medio de la nada. Por supuesto que a esas alturas, entre el cansancio y la sensación de haber sido descaradamente extorsionado y estafado, no estaba para hostias. Le hablé fuerte al chofer exigiéndole que nos soltara en el pueblo, que ese fue el trato desde el principio, y que no pensaba pagar un céntimo más hasta que me dejaran en el hotel, como se había acordado en Bangkok. La mayoría de los compañeros se unieron a la protesta y el chofer “garantizó” que los chavales de los rickshaw que revoloteaban alrededor no nos iban a cobrar por llevarnos a nuestros respectivos destinos. Llamé a mi rickshaw y le dije al chofer que repitiera eso de que no me iban a cobrar; el tipo lo repitió. Por supuesto que cuando el rickshaw me dejó en el hotel quería que le pagara, pero como ya tenía mi mochila conmigo me negué rotundamente y entré a la recepción, donde el escándalo que había comenzado en el estacionamiento tuvo que bajar de tono. Le hice al recepcionista un resumen del jaleo y le insistí al del rickshaw que le cobrara al chofer (ya lo sé, el rickshaw es el más débil de la cadena, pero algún acuerdo de comisiones tendrá con los chóferes en esta última etapa del desplume, así que no me da remordimientos). En conclusión, económicamente no salí demasiado golpeado y la verdad es que ha sido una sorpresa ver cómo se crean mecanismos de explotación económica con “servicios” no reglamentados, y cómo estos mecanismos consiguen reunir, en el mismo negocio, a las compañías nacionales de trenes, de autobuses, hoteles, agencias de turismos, policía, policía de fronteras, chóferes, y conductores de rickshaw; la verdad es que casi admiro el diseño del tinglado, que en todo momento te mantiene aislado y sin opciones, aunque me jode soberanamente haber sido víctima de él, por supuesto. Si eso pasa con el plus que pueden sacar de los turistas, imagínate los mecanismos que se generarán cuando los beneficios son realmente grandes.

viernes, 25 de noviembre de 2011

033

Jardin des Plantes, París, 2009

Nunca te dejes montar la pata en la escuela. Escupe, araña, grita y traga tierra. Encuentra un protector. Haz lo que te diga. No te le despegues. Jode siempre a los pequeños. Rómpeles la boca. Entra a una pandilla. Maltrata, sé agresivo, no tengas miedo. Ráspate las rodillas con la bicicleta. Mata iguanas. Pégale candela al monte. Orínale la cama al vigilante de la construcción. Quiébrale los vidrios al vecino. Dale con el palo al perro callejero. Espíchale los cauchos a los carros de los estacionamientos. Sácale dinero a tu madre. Si no te da, quítale de la cartera. Dile a tus amigos lo que has hecho. Repite conmigo «todos los pobres son mierda, todos los negros son mierda». Cállate si tienes familiares pobres o negros. Ignóralos, desprécialos. Aprende a decir mentiras. Haz creer a tus padres que te maltrata la maestra. Culpa a tu madre, frente a la maestra, de tu pobre desempeño. Envidia, pon tus mierdas sobre los otros. Nunca mires para adentro. Maltrata a los pendejos. Haz que la gente se pelee. Sé violento. Practica kárate. Mantente a la moda. Cuida tu corte de pelo. Emborráchate. Aprende a bailar. Rómpele la cara al bonito de la fiesta.
Cógete a la mujer de servicio. Dile a tus amigos lo que has hecho. Llévate escondido en la noche el carro de tu madre. Quítale plata y vete de putas. Compra drogas. Compártelas. Roba reproductores de carro y véndelos. Acostúmbrate a tener dinero. Cógete a las changas mostrándoles el dinero. Rómpele la cara al bonito de la fiesta. Empátate con alguien de tu clase social, aunque sea fea. Métele mano. Cógetela si puedes. Dile a tus amigos lo que has hecho, aunque no lo hayas hecho. Haz que tus padres te compren un carro nuevo. Deja a la tipa fea. Vete a la capital a estudiar la carrera que tu padre elija. Sácale todo el dinero que puedas. Estudia poco. Emborráchate. Fuma y esnifa toda la mierda que encuentres. Cógete a quien se resbale. Haz saber que tienes dinero. Rómpele la cara al bonito de la fiesta. Utiliza a la gente. Desprecia a los pendejos. Aprende de tu padre. Fíjate mejor en tu tío, el que trabaja con el gobierno. Búscate una novia rica. Escucha a tu madre, ella sabe quién te conviene. Acaba la carrera.
Olvídate de las palizas. No destruyas más carros. No uses tanta droga. Acomódate el pelo. Usa corbata. Trabaja donde te ponga tu tío. Encuentra a un protector. Haz lo que te diga. No te le despegues. Jode siempre a los pequeños. Rómpeles la boca. Entra a una pandilla. Maltrata, sé agresivo, no tengas miedo. Compra un carro grande. Busca la ganancia rápida. Relaciónate con gente del gobierno. Persigue algún contrato público. Mójale la mano a quien convenga. Mueve tus contactos, no pierdas el tiempo. Cásate. Sácale a tus suegros un tremendo piso. Abre una empresa. Pide préstamos bancarios. Mójale la mano a quien convenga. Quiebra la empresa. Cómprate una casa grande. Reprodúcete. Monta una venta de motos. Lava narcodólares. Compra un carro importado. Abre cuentas en el extranjero. Busca una amante. Construye un centro comercial. Lava narcodólares. Entra en el negocio de la multipropiedad. Lava narcodólares. Deja a medias los proyectos. Quiebra la empresa.
Regresa a la coca. Deja a tu mujer y lárgate con la modelo. Alquila un apartamento de lujo. Emborráchate. Vete cada noche de fiesta. Pelea con tus hijos. Recórtales el dinero. Monta un restaurante. Desatiéndelo. Quiebra. Busca otros negocios. Mira cómo los amigos te cierran las puertas. Amenázalos, insúltalos, maldícelos. Vende tu carro importado. Esnifa toda la coca que puedas. Deja de pasarle dinero a tus hijos. Gástate lo que te queda. Sobregira las tarjetas de crédito. Pide dinero prestado. Vende tu reloj de oro. Usa películas porno ahora que no puedes pagar mujeres. Empléate. Trabaja mal. Acepta las condiciones del despido. Arruínate. Enférmate. Olvida a tu familia, que no te quiere. Muere solo, pero muere ya, porque se te ha acabado el tiempo.

jueves, 24 de noviembre de 2011

032

Museo Británico de Londres, Inglaterra, 2009

El amor dura tanto como un frasco de perfume.
Marca de perfume, ahora también en presentación King Size.

lunes, 21 de noviembre de 2011

031

Buenos Aires, Argentina, 2010

En el camino la bailarina me resumió su vida: era hija de un médico que dejó la casa cuando ella estaba por cumplir los doce años. A los quince, por las peleas con la madre, se fue a vivir en una casa okupa de Buenos Aires (en esa época era punk, no bailarina de tango, claro). Su madre la obligó a regresar pero no consiguió que continuara los estudios. La bailarina pasaba el día sin hacer nada, o sí, tocando los huevos, cada vez más, hasta que la policía la cogió atracando a mano armada una farmacia, "estaba jugando con una amiga". En el correccional comenzaron los ataques de ansiedad y la medicación.
Después de salir del correccional la bailarina de tango estuvo haciendo no sé qué. Nada muy bueno, supongo, porque tenía una quemadura en el hombro, grande, que venía de un incendio en una discoteca.
Trabajando en la calle, rollo hippie, fabricando artesanías con hilos de bronce, conoció a su ex y, enamorada, se fue a vivir con él en el medio de las montañas, cerca de Bariloche, no muy lejos de donde mataron a la mamá de Bambi. Estaban a varios kilómetros del pueblo más cercano, en una cabaña construida por su ex, sin agua ni luz eléctrica.
Al principio todo bien, cagar en el monte y buscar el agua en el arroyo, se le acabaron los ansiolíticos y sin problemas; pero después de un invierno duro, donde tuvo que quedarse sola, encerrada, un par de días, muriéndose de frío, sin comida y sin poder salir porque los senderos estaban tapados por la nieve, le volvieron las crisis de ansiedad y regresó a la ciudad.
Sólo que ahora en Buenos Aires no se sentía a gusto, demasiados recuerdos, me dijo, así que aprovechando la nacionalidad española de su marido decidieron venir a probar suerte en Zaragoza, donde vivía una de sus hermanas.
Cuando estaba por contarme lo de Aragón se resbaló y cayó de espaldas, plana, como una patinadora sobre hielo. No pude ayudarla a levantarse porque ya estaba de pie.
Acabamos de llegar a la milonga de su amiga riéndonos de su caída, pero en la milonga, en cambio, nadie se reía. Sólo seis o siete personas aburridas. Me presentó como su compañero de piso, el escritor (?), y yo sólo dije que a nadie se le ocurriera sacarme a bailar.

lunes, 14 de noviembre de 2011

030

Cordillera andina, Ecuador, 2010

Esta tarde salgo a matar un perro. Agarro mi cuchillo, que es negro y bonito y uno de los lados es un serrucho, y salgo a matar un perro. Prendo el carro y arranco, quiero llegar a un sitio donde nadie se moleste porque vengo a matar un perro. Entro en lo que parece un pueblo donde, pienso yo, debe de haber perros callejeros, y manejo lento, buscando, porque estoy aquí para matar un perro. En una esquina siento que el carro se está quedando sin frenos. Lo estaciono frente a una casa pequeña, le pongo el anti robo, salgo, camino, buscando un perro, porque he venido a matar un perro. Llego a una pared donde hay un teléfono monedero, roto. La zona donde estoy no es buena. A los lados, en la acera y en la calle, la gente pasa corriendo, asustada. No sé si saben que he venido a matar un perro. Encuentro a un viejo que, aunque no corre, trata de caminar rápido. Pero es un viejo y lo alcanzo. Le pregunto por qué la gente corre. Me dice que tienen miedo, que la zona donde estamos no es buena y quieren llegar rápido adonde van. «¿Y a dónde van?». No me responde, o comienza a hablar en alemán, no estoy seguro. Le pregunto dónde puedo conseguir un teléfono monedero y alargando el brazo me señala uno, al lado mío. Es azul y está pegado a la pared, medio roto. «Muchas gracias» le digo al viejo, pero no lo veo, ya no está: no sé cómo ha corrido tan rápido. Levanto el teléfono y escucho mi voz, igual que con el viejo, diciendo «Muchas gracias». Pero siento que la voz no está en el teléfono. Espero un rato, y otra vez «Muchas gracias». Otro rato, «Muchas gracias». Termino cansándome y cuelgo, pero el «Muchas gracias» sigue en mi cabeza. La gente corre a mi lado. Pasan y dicen «Muchas gracias». A alguno le pregunto cómo salgo de aquí. Me responde que a esta hora ya es peligroso, está oscureciendo. Y de verdad, está oscureciendo. «Muchas gracias». Le pregunto a otro dónde hay un hotel. Levantando el brazo me lo señala. «Muchas gracias». Es un edificio viejo. Entrando, pasillos largos. El hotel debe de tener más de cincuenta años, y no debe de haber sido reparado desde hace más de veinte. En una silla un tipo con cara de atracador sostiene en las piernas a dos que parecen putitas. Les pido permiso y me dejan pasar, «Muchas gracias». En una habitación con la puerta abierta veo a una mujer limpiando. Le pregunto dónde está la recepción. Me dice que no hay recepción, que debo ir al bar, al otro lado de la calle, donde está el teléfono monedero. «Muchas gracias». En la calle veo que ahora la gente lleva linternas. Entro al cafetín, sin linterna, y una mujer me ofrece la suya. La veo y me recuerda a alguien. Creo que a una amiga de la época del bachillerato. Me parece que alguna vez salí con ella y nos besamos. Era hija de holandeses, vivía cerca de mi casa. Era muy flaca, y muy chiquita, pero tenía buenas tetas. Fue la primera vez que toqué un pezón. Le respondo, hablando de la linterna, «No la necesito. Muchas gracias». Se acerca un mesero y me dice que las linternas se usan porque hay muchos malandros. «¿Cómo hago para salir de aquí?». Te puedes ir corriendo, pero casi siempre ellos corren más rápido, o si no, te esperan en el camino, o te tiran los perros. «¿Qué me pueden hacer?». Te quitan todo; o te matan, y te quitan todo igual. Recuerdo que llevo en el bolsillo mi reloj de plata, la leontina. «¿Entonces qué hago, me quedo aquí?». No, aquí van a cerrar, no se puede quedar. «¿Y el hotel?». El hotel es caro. «¿Cuánto?». Creo que seis mil. Este tipo está loco, pienso, eso no es caro. Me reviso y no llego, en la billetera tengo tres mil y dos billetes de veinte, y en la cartera no tengo nada. Qué raro, porque yo siempre llevo en la cartera un billete de cinco mil, para las emergencias. «¿Y no aceptan tarjetas de crédito o cheques?». No. «¿Pero y entonces qué hago?». A veces hay gente que sale en caravana, si quieres te vas así. «¿De dónde salen las caravanas?». De allá afuera, junto al teléfono monedero. «Muchas gracias». Al salir, encuentro que un grupo de personas está reunido como esperando algo. Me preguntan si voy con ellos. «Sí». Oigo «Muchas gracias». Todos tienen linternas pero nadie me da una. Comenzamos a caminar y al poco tiempo estoy adelante. Alguien me ofrece un palo para defenderme. «Muchas gracias». Mientras camino me ocupo de no caerme con las piedras, pero cada vez me llega menos luz. Volteándome, veo que el grupo que me acompaña está hecho de señoras gordas con bolsas de mercado. Noto que se esfuerzan en dejarme adelante. Siento que están tratando de abandonarme, para que me atraquen, y seguir ellas en paz. El coño de sus madres. Me paro a esperarlas. Ahora están caminando más lento, casi detenidas. Tardan unos cinco minutos en avanzar diez metros. La farsa se hace demasiado evidente y decido seguir solo. «Yo voy a seguir solo, hasta luego, muchas gracias». Nadie dice nada. La poca luz de las casas me deja ver algo de suelo. Piedras que se quedan y lagartijas que se van al monte. Estoy saliendo hacia el puente de los españoles, adonde iba con mi papá cuando era adolescente. Pero pienso que no puede ser, porque eso está lejos de aquí y además mi papá está muerto. Paso las últimas casas y se acaban los focos. Después de un monte veo la autopista, con los carros huyendo del ruido y los camiones adoloridos por los contenedores. En la autopista hay luz. Está a unos quinientos metros. Comienzo a caminar rápido porque siento algo de pánico. El pánico se hace más fuerte y troto. Corro. Pero antes de llegar, cerca de la autopista, está un grupo de siluetas. Dejo de correr y camino, en diagonal, evitándolas. Siento ruidos atrás y me volteo. Los tipos se han convertido en perros. Perros callejeros. Jodidos perros callejeros. Detrás de los perros viene un hombre con algo en la mano. Los perros me alcanzan y comienzan a olerme, nerviosos, con ganas de mordisco. Me detengo, respiro, trato de tranquilizarme. El hombre ya está por llegar. No lo detallo, porque no hay luz, pero está su silueta y trato de saber qué trae en la mano. Es un cuchillo, negro y bonito y uno de los lados es un serrucho. Pienso que recogió el mío, que se me ha caído, pero recuerdo que mi cuchillo lo dejé casa.
«Amigo, ¿qué hora tiene?… Es tarde, muy tarde».
Se pregunta y se responde él mismo, con mi voz, y con mi boca.
     

domingo, 6 de noviembre de 2011

029

Mumbay, India, 2011

El tipo no está posando, está mirando la cámara que iba en mi mano izquierda (el dedo largo en el disparador, el lente en la curva entre el pulgar y el índice) preguntándose si le estoy haciendo, o le voy a hacer, una foto.
Si el tipo hubiera pensado que lo estaba fotografiando seguramente me hubiera perseguido un buen rato pidiendo dinero aunque, por el cartel que hay detrás, me da la impresión, ahora que miro la foto, de que su oficio podría haber sido curandero y no se hubiera podido mover de su lugar.
El tipo estaba parado al comienzo de la pasarela que unía la tierra firme con una islita sobre la que había un templo. En la pasarela, a ambos lados, había vendedores ambulantes y mendigos. En la entrada al templo estaban los fotógrafos profesionales, esos que van con su cámara digital imprimiendo al momento las imágenes desde una máquina vieja con una fuente de alimentación portátil.
Estos fotógrafos cobran por sus fotos, no como yo, que se supone tendría que pagar por hacerlas.
Las imágenes profesionales son de parejas o de familias rígidas con el templo al fondo; fotos intencionalmente sobrexpuestas para ganar un aire poético y ocultar los defectos de los clientes; no muy diferentes a las fotos de novias que hacen por acá. No sé de dónde viene la idea de que una foto sobrexpuesta es poética; tampoco puedo decir dónde y desde cuándo comenzó esta relación entre sobrexposición y poesía, pero funciona así.
En mi foto el tipo está verde; no es mi culpa, no manipulé la imagen (aparte del reencuadre, casi obligado con las fotos que hago desde el pecho), había un techo plástico que lo enverdecía todo.
Podría haberle dicho al tipo que posara junto a su cartel y podría haber sobrexpuesto la imagen, podría llevar conmigo una impresora vieja y podría haber hecho como que quería regalarle una copia. Podría hacer las cosas bien y, entonces, no tendría miedo a verme obligado a pagar por mis fotografías y, además, este texto, también, me lo podría haber ahorrado.