lunes, 21 de noviembre de 2011

031

Buenos Aires, Argentina, 2010

En el camino la bailarina me resumió su vida: era hija de un médico que dejó la casa cuando ella estaba por cumplir los doce años. A los quince, por las peleas con la madre, se fue a vivir en una casa okupa de Buenos Aires (en esa época era punk, no bailarina de tango, claro). Su madre la obligó a regresar pero no consiguió que continuara los estudios. La bailarina pasaba el día sin hacer nada, o sí, tocando los huevos, cada vez más, hasta que la policía la cogió atracando a mano armada una farmacia, "estaba jugando con una amiga". En el correccional comenzaron los ataques de ansiedad y la medicación.
Después de salir del correccional la bailarina de tango estuvo haciendo no sé qué. Nada muy bueno, supongo, porque tenía una quemadura en el hombro, grande, que venía de un incendio en una discoteca.
Trabajando en la calle, rollo hippie, fabricando artesanías con hilos de bronce, conoció a su ex y, enamorada, se fue a vivir con él en el medio de las montañas, cerca de Bariloche, no muy lejos de donde mataron a la mamá de Bambi. Estaban a varios kilómetros del pueblo más cercano, en una cabaña construida por su ex, sin agua ni luz eléctrica.
Al principio todo bien, cagar en el monte y buscar el agua en el arroyo, se le acabaron los ansiolíticos y sin problemas; pero después de un invierno duro, donde tuvo que quedarse sola, encerrada, un par de días, muriéndose de frío, sin comida y sin poder salir porque los senderos estaban tapados por la nieve, le volvieron las crisis de ansiedad y regresó a la ciudad.
Sólo que ahora en Buenos Aires no se sentía a gusto, demasiados recuerdos, me dijo, así que aprovechando la nacionalidad española de su marido decidieron venir a probar suerte en Zaragoza, donde vivía una de sus hermanas.
Cuando estaba por contarme lo de Aragón se resbaló y cayó de espaldas, plana, como una patinadora sobre hielo. No pude ayudarla a levantarse porque ya estaba de pie.
Acabamos de llegar a la milonga de su amiga riéndonos de su caída, pero en la milonga, en cambio, nadie se reía. Sólo seis o siete personas aburridas. Me presentó como su compañero de piso, el escritor (?), y yo sólo dije que a nadie se le ocurriera sacarme a bailar.

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