Dublín, Irlanda, 2008
La foto fue hecha en una cárcel. No recuerdo el nombre, pero sí la celda donde alguien importante (un intelectual, un nacionalista, supongo) estuvo encerrado hasta que murió, según la mujer que hablaba (la visita era guiada, obligatoriamente). “Por este espacio abierto, sin vidrio, sin ventana, entraba el aire helado en invierno”, etcétera, el tipo de historias que se cuentan sobre los sufrimientos que pasan los personajes importantes utilizados para dar el ejemplo, servir como mártires y ese tipo de negocios. Pero esta parte de la historia no es la que me interesa, sino la sala donde fue hecha la foto. No la sala, el deja vu. Desde que entré dejé de estar allí. Pasé a ser parte de un grabado de Piranesi, una de sus cárceles de escaleras torcidas que no van a ningún lado, de torres con cadenas desproporcionadas, de arcos que sostienen techos que no existen. Un libro que tuve en una vida anterior reunía todos los grabados hechos por Piranesi. En algún párrafo me parece haber leído que dentro de los muchísimos lugares que Piranesi visitó para hacer el compendio de las ruinas antiguas de Italia, estuvo una temporada en Tívoli, cerca de Roma. Como prueba de su paso por el mundo Piranesi prefirió confiar, más que en sus grabados, en dejar su nombre grafiteado sobre una pared. Y el nombre sigue allí, desde hace más de dos siglos, y a mí me hizo gracia buscarlo, un buen rato, al precio de comerme el tiempo que necesitaba para ver las fuentes del papa no recuerdo cuál, hasta que por fin lo encontré, más que en la pared, en un techo. No sabía que este gesto infantil y vandálico del italiano me serviría, años después, para salir de una cárcel. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario