jueves, 15 de diciembre de 2011

042

Pigalle, París, 2010

Una amiga me propuso escribir un artículo sobre la interculturalidad. Para saber qué se cocina, cuáles son los temas actuales, aproveché, por supuesto, una de las herramientas por excelencia de la interculturalidad: la web. Entré a la Wikipedia, escribí “interculturalidad”, pasé al artículo en inglés, y allí encontré un link perfecto, al Journal of Intercultural Communication (http://www.immi.se/intercultural/). Una montaña invisible de información de la que escogí cuatro breves estudios que me interesaron. Los guardé en el ordenador de bolsillo, abrí la puerta y salí, que ya era tarde.

Sentado en el metro, escuchando en el Mp3 al nigeriano Fella Kuti, comencé a leer el primer estudio (Nixon Y., y Bull P.: “Cultural communication styles and accuracy in cross-cultural perception: A British and Japanese study”. www.immi.se. Journal 11 abril 2006). Dedicado a las diferencias entre la manera de percibir las reacciones emocionales entre distintas culturas. Proponiendo imágenes a dos grupos de culturas lejanas (ingleses y japoneses), se les pregunta las relaciones entre los personajes (¿son madre e hija?, ¿quién ha ganado el partido de tenis?, ¿están casados o son una pareja reciente?). Según las conclusiones, existe una especie de lenguaje corporal común, reconocible por ambos grupos, aunque luego, en relación con los detalles, hay notables diferencias en función de la cultura (por ejemplo, para los japoneses, que se reafirmaron como colectivistas y jerárquicos, al distinguir las posiciones de poder entre los personajes fueron mucho más acertados que los ingleses, quienes, en cambio, reafirmando su fama de individualistas, reconocieron mejor las relaciones humanas de amor o amistad). Levanté la vista, al frente tenía, en el vagón del metro, a un subsahariano; al lado, a una pareja de turistas latinoamericanos; en diagonal, a un francés, y detrás, a un grupo familiar árabe. Sonreí, pensando en el artículo, sintiendo que todos nos enviábamos, allí sentados, en silencio, mensajes de convivencia pacífica.

A la salida del pequeño concierto (chanson francaise mezclada con mil cosas, y era esta mezcla, justamente, lo que más me interesaba), regresando a casa caminando, me senté a tomar un té de menta con piñones, nostálgico, quizá, de los viajes a Túnez y Marruecos. Acabando con el té leí el segundo estudio (Fraghal, M.: “Accidental Humor in International Public”. www.immi.se. Journal 12 agosto 2006), un divertido, aunque seriamente académico, estudio sobre malentendidos lingüísticos entre diversas culturas que llevaban a bromas, muchas veces de carácter sexual, capaces de transformar en algo ridículo el contenido original del mensaje. Aunque en este caso los ejemplos llevaban a consecuencias “cómicas”, quedaba claro que el desconocimiento de la cultura del receptor puede tener, también, consecuencias trágicas (recordé la desacertada utilización de la palabra “cruzada” para una ofensiva militar norteamericana en el mundo islámico; un error que, seguramente, despertó una ola de indignación traducida en varias decenas o centenas de muertos, para ambos bandos).

Después del té decidí usar el metro, había sido un día activo, con un atelier de caligrafía china en la mañana y una película rusa en la tarde. Antes de dormir, acabé al tercer estudio (Willians K.: “Rules and regulations: is culture-learning like language-acquisition?”. www.immi.se. Journal 8 enero 2005) dedicado a la imposición de políticas de terror y la ruptura de los canales de comunicación intercultural. El estudio dejaba clara la relación entre la violencia y el desconocimiento del otro y, por argumento en contrario, entre el reconocimiento del otro y la convivencia pacífica. Es habitual que grupos de poder capaces de estimular la violencia para alcanzar sus objetivos políticos o económicos se nutran de la ignorancia por lo distinto, base del rechazo, la exclusión, la condenación y, finalmente, la persecución. Por desgracia, hubo un largo antes, y ha habido un después, para la ideología nazi.

Hoy en la mañana, finalmente, me dediqué al cuarto y último estudio (Desavelle H., y Makinen S.: “Addressing the Consumer in Standardised Advertisements: Linguistic Cues in French and Finnish Technology Products’ Advertising Texts”. www.immi.se. Journal 12 agosto 2006). A través del lenguaje utilizado en determinadas campañas publicitarias, los investigadores descubren diferencias de cultura normalmente desapercibidas. La adaptación de las campañas, un ejercicio “obligatorio” para las grandes agencias de publicidad, tiene una traducción inmediata en las ventas. Adaptaciones desacertadas han costado millones. Por eso, el tema intercultural es visto, cada vez más, como algo muy serio, en la publicidad.

La sensación que me queda, después de leer los cuatro estudios, es de sorpresa ante la importancia de lo “intercultural”. Para mí se trababa, sobre todo, de un ejercicio de comunicación individual, útil para hacer amistades en los viajes; disfrutar los productos, materiales y culturales, de países lejanos; facilitar la integración de los inmigrantes (yo mismo, uno de ellos) o, en el mejor de los casos, para vivir una historia de amor con alguien de una cultura distinta. No me había dado cuenta del impacto que los canales de comunicación intercultural tienen sobre la geopolítica o la economía. Está claro que, en el mundo actual, quien no maneja, o no es capaz de entender, correctamente, los códigos del “otro”, se encuentra en una posición de inferioridad clara. En el mundo globalizado, de mercados integrados y flujos de migración cada vez más fuertes, la interculturalidad ha dejado de ser una opción filantrópica para convertirse en una necesidad pragmática. Sin embargo, persisten fuerzas que se benefician de la ruptura del diálogo, de la negación, del rechazo; nuestra función, como voces, tendría que ser, estoy seguro, la de intentar fosilizar a estas fuerzas lo antes posible; convertirlas, rápidamente, en cosa del pasado. Y mientras escribo esta frase me interrumpe, sonando en una emisora de radio bajada de internet, aquella simpática canción que juega con las diferencias, en las voces de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong, “you say tomatOES and I say tomatOOs”, se me sale la sonrisa, agradezco al viejo espíritu del jazz (el de la aceptación, la mezcla, la improvisación, la bienvenida, el entendimiento), que al final es esto, claro, la interculturalidad, y nada más.

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