viernes, 26 de octubre de 2012

"La fama, o es venérea, o no es fama" en Amazon.com

La editorial Sudaquia ha publicado la novela que terminé recientemente: La fama, o es venérea, o no es fama. Un relato con aires de autoficción escrito "en tiempo real" bajo los efectos del humor y la libertad creativa.


http://www.amazon.com/fama-ven%C3%A9rea-Spanish/dp/1938978102/ref=sr_1_10?s=books&ie=UTF8&qid=1351267848&sr=1-10&keywords=sudaquia

martes, 9 de octubre de 2012

065

Isla de Margarita, Venezuela, 2012

El día antes de subir al avión que me trajo a Venezuela había en mi bandeja de correo electrónico una invitación a participar en un proyecto destinado a recoger testimonios de escritores venezolanos que viven en el extranjero. No todos los testimonios son experiencias de exilio, algunos de los participantes dejamos el país antes de comenzar “los cambios”. He estado a punto de escribir “abandonamos el país” en vez de “dejamos el país”; la frase hubiera funcionado bien en mi caso.
Mi idea inicial era fabricar una especie de diario de viaje que recogiera el contraste entre el país esperado y el país encontrado. El país esperado es ese que se ha construido en mi cabeza, a la distancia, con los comentarios de la familia y los amigos, las noticias sueltas de la prensa internacional (hace tiempo que no leo la prensa venezolana), algunos informes de organismos internacionales, etc.; unido este material a la versión que tenía cuando me fui.
Ese país mental tiene un Estado omnipresente, adaptado del modelo cubano que, por su parte, ha sido una tropicalización del modelo estalinista, con sus mecanismos de control de la economía, su maquinaria de propaganda del régimen y el culto a la personalidad del líder, su aislamiento de la economía global, y su burocracia intencionalmente torpe. Este país mental tiene, a diferencia del modelo cubano, un nivel de criminalidad de zona de conflicto, como si se viviera una guerra civil continua y no declarada.
La Venezuela que se creó en mi mente se mueve, como todo, según su propia lógica: la construcción de un sistema que busca perpetuarse indefinidamente para sustentar a una nueva elite que recoge el grueso de los beneficios petroleros y, casi seguramente, una parte importante de las ganancias que genera el tráfico de drogas en y desde Venezuela. Esta nueva elite convierte sus beneficios en bienes seguros (inmuebles, básicamente) gracias a las expropiaciones arbitrarias y a la presión ejercida sobre la antigua burguesía para que abandone el país y venda sus propiedades. Esa presión aprovecha un ambiente hostil basado en la criminalidad, los cortes de agua y electricidad, el control de la moneda, la inflación, el desempleo, el hostigamiento oficial, y la escasez de productos en el mercado.
En la Venezuela levantada en mi cabeza la nueva elite justifica el sistema (en algunos casos más, en otros menos sinceramente) con un discurso revolucionario nacionalista, radical y populista que defiende la repartición de riquezas, la ayuda a los más pobres, la defensa contra una supuesta conspiración internacional y contra quienes buscan regresar al modelo anterior. Para sustentar el discurso una parte de los beneficios petroleros se destina a los sectores con menos recursos, favoreciendo el clientelismo en una población que está dispuesta a defender por las armas al régimen que le está dando beneficios (algo que no va a hacer, para apoyar un cambio político, la población con un nivel económico mediano o alto). Tiendo a creer, apoyado por estadísticas y análisis de organismos de Naciones Unidas, que el sistema ha sido relativamente efectivo en su lucha contra la pobreza extrema y que un buen número de venezolanos ha mejorado su nivel de vida en los últimos años (lo que explica parcialmente el alto nivel de popularidad que mantiene el líder).
Esa Venezuela que formaron mis ideas tiene un gobierno que apuesta por el aislamiento internacional, desmantelando al sector privado, estatizando las actividades productivas, centrando la economía nacional en la exportación (cada vez más a países emergentes) de materias primas controladas por el gobierno, anulando a cualquier grupo económico o empresarial interesado en insertar al país en el proceso de globalización económica y de aumento de la productividad que exigen los mercados internacionales. Los ejemplos a seguir son Cuba y Corea del Norte, la Libia de Gadafi o Irán; básicamente, regímenes que han sobrevivido décadas apoyados en el aislamiento y en una actividad económica de explotación de recursos naturales controlada por los dirigentes políticos.
La Venezuela que me fabriqué tiene una sociedad dividida en dos, algo típico de los países en desarrollo, de un lado la minoría que tiene una situación económica relativamente cómoda, con un nivel de educación académica mediano o alto y un estilo de vida parecido al de los países desarrollados (con una fuerte influencia norteamericana); y, del otro lado, una mayoría con pocos recursos y un nivel de educación académica medio o bajo, que hace malabarismos para ir resolviendo el día a día; un país con una débil clase media, reducida además por el desmantelamiento de la actividad privada bajo el sistema actual. Contra ese país doble va, en mi representación, el discurso oficial, aunque, en la práctica, como en la granja de Orwell, la nueva elite, en la Venezuela que me he inventado, se ha dedicado a copiar caricaturizadas las costumbres de los antiguos privilegiados.

lunes, 10 de septiembre de 2012

064

Isla de Coche, Venezuela, 2012


IMAGEN 12
De regreso al puerto del ferry, en una carretera pegada al mar, encontramos un restaurante con una terraza que daba directamente al agua. El sitio se estaba viniendo abajo pero tenía gracia. Los dueños del restaurante, una pareja de viejos, parecía sacada de una revista de fotografía. El viejo bajó con nosotros a las mesas junto al mar, la señora se quedó arriba, mirando el televisor puesto entre una imagen del Sagrado Corazón de Jesús con estampas de santería y velones, y un calendario de cerveza con una mujer en bikini hinchada de silicona (ocupando el sitio de la Virgen). El viejo dijo que estaba tratando de vender el lugar porque no tenía capital para arreglarlo. Se supone que la bahía era un sitio turístico, pero no había inversionistas. Intentó tramitar un crédito con un organismo del Estado pero el funcionario que gestionaba su caso pedía 50 millones para soltar los 200 del préstamo. El viejo no quiso entrar en el juego porque esos 50 millones tendría que pagarlos él después. Podría haber cogido la plata e irse donde no le vinieran a cobrar, pero él no quería dejar el pueblo todavía. No, no tenía hijos. Tuvo uno, pero se lo mataron hacía un par de años unos vendedores de droga que todavía andaban por allí. La policía no hizo nada, los traficantes estaban protegidos por la Guardia Nacional. El viejo tuvo que quedarse quieto, pero no importa, podía esperar, no tenía prisa. Durante los años que estuvo en el ejército, además de aprender a manejar armas, aprendió a tener paciencia. 

IMAGEN 13
En la mañana hubo un tiroteo a cien metros del centro comercial. Dos sindicatos de la construcción enfrentados en un terreno donde están construyendo un edificio. Parece que había unas cien personas peleando, aunque no todas estaban armadas. La balacera duró un buen rato, no sólo en el terreno de la construcción, sino hasta la acera al frente del centro comercial. Una bala fría pegó contra el vidrio del banco que está en la planta baja, por suerte era un vidrio de seguridad. La gente que trabaja en el centro comercial no sabía dónde meterse, mientras duraba la balacera. Esa misma tarde un amigo nos comentó que había dejado el negocio de la construcción por culpa de los “sindicatos”. Cada tanto venían a pedirle dinero; si no soltaba, los obreros no iban a la obra. Si metía otros trabajadores llegaban los del sindicato con bates y cadenas, a castigar a los nuevos. O iban a buscarlo a su casa, para intimidarlo. Si por mala suerte tenía que despedir a un obrero porque no venía a trabajar o aparecía borracho, venían los del sindicato. Decidió parar un día que le reclamó a un obrero que habían visto robándose material de la construcción, y el obrero lo amenazó con un cuchillo.


viernes, 1 de junio de 2012

063

Krabi, Tailandia, 2010

Una fotografía que reúne, en un lugar imposible de ubicar, una cantidad de objetos que de ninguna manera tendrían que estar allí.
Y al lado, la imagen de un objeto que podría haber existido si alguien se hubiera tomado la molestia de ponerlo delante de la cámara.

lunes, 28 de mayo de 2012

062

Petit Palais, Paris, 2011

Tenía un gusto tan grande por lo terrible y por lo grotesco que, por contraste, sacaba de allí un aire vulgarmente angelical. Luego aprendió a esconderse justo antes de hacer las cosas indebidas, dando pie a la gente para fantasear lo que, probablemente, nunca tendrá el coraje de hacer.

viernes, 25 de mayo de 2012

061

Viena, Austria, 2010

EXTERIOR. NOCHE. CALLE DE FINALES DEL SIGLO XIX
Fiesta de pueblo mexicano: niños, gallinas, mujeres, perros, hombres y ancianos moviéndose de un extremo a otro de la pantalla, la mayoría vestidos con sencillez, casi todos con actitud despreocupada.
En lugar de música, voces o gritos de niños, se escuchan llantos y lamentos de mujeres.
La cámara  retrocede, la vista de la calle está enmarcada por la ventana de una habitación.

INTERIOR. DORMITORIO AMPLIO DE UN CASERÓN ANTIGUO
A la izquierda de la ventana una cama donde dos mujeres amortajan a otra, comenzando por los pies. A la derecha de la ventana un hombre mira el suelo mientras otro susurra frases de las que sólo se alcanza a oír palabras sueltas: “viaje”, “esferas”, “hermanos”; la ropa de ambos hombres, con chalecos y leontinas, contrasta con la sencillez de las mujeres que lloran y amortajan.
El sonido de una puerta que se abre. Aparece una mujer vestida también pobremente. Lleva en brazos a dos recién nacidos. Tiene los ojos llorosos.
MUJER CON NIÑOS.- Señor, ¿sus hijos pueden despedirse de… --hace un gesto hacia la cama.
El hombre que mira el suelo no reacciona; su acompañante afirma ligeramente con la cabeza.
La mujer con los niños se acerca a la cama, se inclina, y grita:
MUJER CON NIÑOS.- ¡Está viva! ¡La señora está viva!
Las mujeres dejan de amortajar, el hombre que mira el suelo levanta la cabeza, el otro frunce el ceño.
MUJER CON NIÑOS.- ¡Se lo juro por la Virgencita, la señora está viva, me está oyendo!
El hombre que miraba el suelo sigue inmóvil, como en shock, el otro camina rápidamente hasta la cabecera de la cama, coge una vela de la mesa de noche, la acerca a la cara de la mujer que estaba siendo amortajada. Se incorpora todavía con el ceño fruncido.
HOMBRE DEL CEÑO FRUNCIDO.- Quítenle eso --señala la mortaja.
Ocupando la totalidad del encuadre un pie liberado de la mortaja. Unas manos de mujer lo sostienen, unas manos de hombre encienden una cerilla. El fuego de la cerilla sobre el talón; uno, dos, tres, cuatro segundos, hasta que se apaga y vemos que se ha formado una ampolla en el talón. La cerilla cae de los dedos inmóviles.
HOMBRE DEL CEÑO FRUNCIDO.- Diego, sí, tu mujer está viva.
El hombre que miraba el suelo corre a la cabecera de la cama, gritos de agradecimientos celestiales de las mujeres que amortajaban, revuelo en el cuarto y, mientras tanto, asomada a la ventana, una niña disfrazada de la Muerte (la Catrina, como en El sueño de la Alameda), lo mira todo y, en algún momento, da media vuelta y se va.

miércoles, 9 de mayo de 2012

060

L’Etretat, Francia, 2011

En un pueblo de Normandía hay un grupo de “copistas fotográficos” que, con técnicas de la época, intentan reproducir con precisión (las mismas sombras en las rocas, los mismos dibujos en las nubes, los mismos ritmos sobre las olas) imágenes hechas un siglo atrás.
La mayoría de los copistas, a pesar de las horas y el esfuerzo, muere sin haber logrado una sola copia buena. Pero cada treinta o cincuenta años alguien consigue una (las mismas sombras en las rocas, los mismos dibujos en las nubes, los mismos ritmos sobre las olas). El entusiasmo casi místico que sigue es suficiente para darle vida al grupo durante otro medio siglo.

jueves, 22 de marzo de 2012

059

Colonia, Alemania, 2009

Quisiera hacer dos imágenes simultáneas del mismo grupo de personajes donde, en gestos y actitudes, la segunda imagen contradiga completamente a la primera; que una imagen diga exactamente lo opuesto a la otra, sólo por haber sido tomada desde un sitio diferente.

miércoles, 21 de marzo de 2012

058

Nueva York, EEUU, 2011

Creo que el chaval uruguayo se merece un fragmento, por buen tipo. Un fragmento que hable de él, quiero decir. De su valor, como caso de estudio.
Antes de ayer estuvo contando cómo funcionaba su escuela secundaria, en Estados Unidos. Cada mañana juramento a la bandera con la mano en el pecho. Si no lo haces, te levantan una amonestación, y si insistes, te pueden expulsar del instituto. De todos modos lo hacían, lo del juramento a la bandera con la mano en el pecho, para no quedar mal con los compañeros, porque allá lo peor es que te acusen de antipatriótico.
Después, en clase, todo el tiempo estaba puesto CNN; la maestra le bajaba el volumen al televisor cuando hablaba, pero siempre, la telepantalla de CNN. El chaval uruguayo dice que vio el ataque de las torres gemelas allí, en directo. Y funciona perfectamente, el adoctrinamiento de CNN, por ejemplo: estábamos hablando de viajes, él me dijo que yo estaba loco, que cómo me podía ir a todos esos países cutres, llenos de gente rara y de terroristas.
--Son mucho más tranquilos que aquí.
--Pero no sé, ché, todos son pobres, y sólo hay gente sufriendo, pasando hambre; mirá, si ponemos en el Google India, mirá, todo es cutre, feo, mirá las fotos.
--Al Taj Majal yo no lo veo cutre.
--Pero mirá la cara de esta mujer, está sucia.
--Joder, es una gitana del Rajastán, ¿cómo quieres que esté limpia si eso es en el desierto?
--Decime un país de África, de esos que tú vas.
--Senegal.
--Mirá, unos niños sufriendo.
--¿Sufriendo?, yo veo que están cagados de la risa.
--Bueno, pero están desnudos, son pobres; en cambio, si ponemos Australia, mirá, todo es guay, es bonito, las playas, los canguros, guay.
--Pon Costa Rica.
--Ya, es guay, playas y palmeras.
--Pero Costa Rica es tercer mundo, hay muchos pobres.
--Sí, pero Latinoamérica se salva; Australia, Norteamérica, y Europa, todo lo demás fuera, son países problemáticos, controversiales, atrasados.
--Busca fotos de Shangai, para que veas qué atrasados.
--Bueno, pero estos son conflictivos, ¿no fueron ellos los que tiraron las bombas en Pearl Harbor?
--¿Quiénes, los chinos?
--No, fueron los de Vietnam, ¿no?, ¿no fueron los de Vietnam?, ¿fueron los coreanos?, ¿quiénes fueron?, los coreanos, ¿no?
--¿No te lo dijeron en clases de historia?
--Sí, no sé, las clases de historia las daba el coach de fútbol americano, y se pasaba las dos horas comentando los partidos; de verdad, era así, te lo juro; y entonces en los exámenes te preguntaba cuál había sido la noticia más importante de la semana en el CNN, y para responder tenías que dar tu opinión. Eso fue todo lo que yo aprendí de geografía y de historia, nada más.

lunes, 19 de marzo de 2012

057

Chartres, Francia, 2008

Hija mayor de una familia donde la figura dominante era la madre, vivió una adolescencia complicada por los altibajos económicos y el abandono del padre, con quien siempre mantuvo una relación de amor-odio. Introvertida, sentimental, melancólica, atractiva pero distante. Después de acabar la carrera de arquitectura con uno de los mejores promedios de su promoción, trabajó como azafata de vuelo porque necesitaba dinero.
Con sus ahorros se fue a México para hacer un postgrado. Allí conoció y se fue a vivir con un hombre parecido a su padre: enérgico, derrochador, emotivo, imprevisible, irracional. También trabajó para una mayorista de viajes donde pronto le dieron un cargo con responsabilidades.
Las cosas parecían funcionar bien pero la lejanía de su madre y la inestabilidad de su pareja la deprimieron. Renunció a su trabajo y regresó a su país, donde la crisis política y la ruina económica la empujaron otra vez fuera. Con la excusa de visitar a su hermana llegó a Barcelona y se reunió, poco después, con un hombre que había conocido en una página web de encuentros amorosos. Comenzaron un affaire apasionado y, poco después, ella se mudó a vivir con él, en un pueblo pequeño de Galicia.
Allí supo que el hombre de la web estaba incrustado a su familia, y la familia, desde el principio, la miró mal, porque para los pueblerinos las latinoamericanas sólo servían como putas. El mundo del hombre de la web estaba hecho, básicamente, de instalaciones de calefacción de la empresa familiar. En el pueblo el hombre de la web estaba bien ubicado: el negocio familiar era próspero, se creían importantes.
El hombre de la web la colocó en un pequeño escritorio, frente a un ordenador, al fondo del galpón usado como taller de reparaciones de los aparatos de calefacción. Allí recibía las llamadas de los clientes, que se ponían agresivos al ser atendidos por una sudamericana que no hablaba gallego y no los reconocía por sus nombres de pila. El hombre de la web perdió el entusiasmo del primer mes y ya no habló más de matrimonio; ella comenzó a sentirse parte del mobiliario.
Aguantó unos meses hasta que un día no pudo más y subió a un avión que la soltó donde su hermana, en el medio de una depresión nerviosa.
Se quedó un par de meses con la hermana, buscando trabajo, y llegó a la conclusión, deprimida y tras fracasar en la búsqueda, de que los catalanes no le gustaban, que eran cerrados, secos y fríos.
Entonces fue a buscarse a sí misma en El camino de Santiago. Lo acabó y decidió establecerse en el destino, a una hora en coche del hombre de la web, que no tardó en encontrarla (ya lo había intentado en Barcelona) y poco a poco retomaron el contacto.
Cedió y regresó al pueblo gallego y aquí es donde viene la parte interesante de la historia: la familia del hombre de la web había cambiado, no en el trato, no en el carácter, no, habían cambiado los individuos, y todo lo que rodeaba al hombre de la web también; ya no era el heredero de una empresa familiar de instalaciones y mantenimiento de aparatos de calefacción, ahora era empleado de una pequeña oficina bancaria; el padre muerto, sólo tenía una madre anciana, medio ciega ya, y una hermana que la recibió contenta de volver a verla, aunque ella era la primera vez que la veía.
Al principio pensó que era un teatro simpático, una forma del hombre de la web de decirle que ahora las cosas iban a ser diferentes, pero el supuesto teatro comenzó a prolongarse más de lo normal, de lo lógico, aunque de lógico y normal, claro, no tenía nada. Intentó averiguar qué estaba pasando en realidad, buscando, sin encontrar, caras conocidas en un pueblo que sí seguía siendo el mismo. Mientras más buscaba más lo encontraba todo normal. Sólo podía ser ella, pensó, su cabeza, algo dañado adentro, pero en una consulta privada, en Santiago de Compostela, aparte de las tendencias depresivas, el psicólogo no le encontró nada fuera de lo normal. Finalmente decidió dejarlo todo como estaba, total, mucho mejor ahora que antes.

viernes, 16 de marzo de 2012

056

Orccha, India, 2003

Experimento: relacionar olores con templos (humedad vieja para las iglesias; alfombra polvorienta para las mezquitas; madera carcomida para las sinagogas; mierda de murciélago para los hinduistas; incienso barato para los budistas; pintura fresca para las pagodas; comida podrida para los animistas; orina rancia para los paganos).
Con este experimento se demuestra que los dioses pueden ser invisibles, pero no inodoros. Se demuestra, también, que para ser un fervoroso creyente es mejor no tener muy buen olfato.

055

Pontoise, Francia, 2010

Se continúa persiguiendo al castillo, como un agrónomo desubicado. Se entra a una oficina de turismo atravesada en una callejuela. Se huele que las viejitas informantes están allí para no aburrirse. Se espera que, en cualquier momento, saquen su único ojo, ese que comparten mientras deciden qué hacer con la vida de los turistas. Se les compra un paquete de cartulinas con rutas a pie por la zona. Se agradece un mapa que propone perseguir reproducciones de pinturas impresionistas, in situ. Se desciende de un número a otro, mientras oscurece, lentamente. Se camina con un sabor fresco en la boca. En algún punto, mirando dos viejas casas aún paradas como las pintó Van Gogh, se saborea la felicidad, la buena, esa que sella los días que saldrán de repente a la conciencia, en el medio de un almuerzo, parado en la calle, después de follar, cuando menos se espera. Más adelante, una venta de vestidos horribles, incluyendo uno de novia, incrustados dentro de la montaña en una especie de cueva escaparate, el salto surreal que acaba de atrapar la memoria de la caminata. Muchos pasos más allá, después de una docena de reproducciones, y justo cuando acaba el sexto y último disco de Billie Holiday, se llega a una ciudad más bien anónima, de esas clásicas de la Francia profunda: siete iglesias antiguas, trozos de murallas, un castillo, ocho torres, tres paseos comerciales, un par de buenas vistas sobre el río, lo de siempre, que hoy se deja pasar, porque es de noche, y porque se sigue hasta la estación de tren.
En el tren, de vuelta, mientras la felicidad pone todavía la sonrisa en la cara, una negra se sienta al lado. Llega su olor y, por un momento, se abandonan tren y civilización al mismo tiempo. Entonces viene esa hambre muda que aprieta el estómago, las ganas de perderse y desaparecer, no se sabe por qué, en el interior de África, como ya se ha hecho, a medias.
Con este experimento se demuestra que, con un poco de buen gusto, se puede explotar un tipo de turismo que no atrae prácticamente a nadie, pero queda bien. Se demuestra también que el gusto y el olfato son el sentido mejor guardado en las tripas, demostrando la persistencia genética de las madres cuadrúpedas que, hace años, parieron a nuestras madres bípedas, hasta que se demuestre lo contrario.

jueves, 15 de marzo de 2012

054

Nueva York, EEUU, 2008

Una ciudad de la que han borrado los nombres de las calles, de la que han perdido el censo de los habitantes. Una ciudad de la que sólo quedan, entonces, edificios, vías, cables, tuberías, vehículos, muebles, cosas, gente.

miércoles, 14 de marzo de 2012

053

Estambul, Turquía, 2011

Cuando quieras te explico cómo descargar cosas gratis de Internet. En vez de darte un pez, lo mejor es que te enseñe a robarte los pescados.

viernes, 9 de marzo de 2012

052

Bordeaux, Francia, 2010

Quien juzga come poco, pero come bien.

miércoles, 7 de marzo de 2012

051

Avenida Montaigne, París, 2011

Imágenes para el recuerdo: brindando, con los ojos vidriosos hacia la cámara; el coche nuevo, delante de la casa comprada el año pasado; el bebé, babeando; un atardecer, aunque salió con los colores raros; estatuas ecuestres y figuras mitológicas echando agua; la torta de cumpleaños; los vestidos de noche apretados; el plato del restaurante caro; con la toga, el birrete, y el títulito entre las manos; sosteniendo la torre de Pisa o la torre Eiffel, da lo mismo; en el acto escolar o en el concurso de belleza; la barbacoa en el patio; el tatuaje nuevo; la fiesta de disfraces; las porcelanas sobre el mantelito; una pancarta de bienvenida; en la sesión de aeróbicos; con las joyas nuevas; los cuadros famosos del museo; los jardines floridos y los arco iris, caigan donde caigan; los payasos en el circo y el elefante en el zoológico; la misa o, mejor, la primera comunión; los compañeros de clases; aquí con no sé cuál político, en la otra con una actriz de televisión; las del matrimonio, casi todas; el cumpleaños de la abuelita; la luna, pero salió borrosa.

martes, 6 de marzo de 2012

050

El Cairo, Egipto, 1999

Borges abominaba la multiplicación monstruosa del universo que producen los espejos. Bajo esa lógica, ¿qué decir, entonces, de la fotografía? Una multiplicación que separa al original de su reflejo, convirtiendo al reflejo en original. Una multiplicación que abandona al original para que lo carcoma el tiempo, mientras el reflejo permanece quieto, ajeno a la vejez y a la enfermedad; ajeno, por un buen tiempo, a la muerte. Una multiplicación que empuja al original dentro de la masa anónima de objetos mientras su reflejo pasa de mano en mano, a veces convertido en mercancía y, si tiene suerte, en obra maestra. Una multiplicación que acentúa la debilidad de lo existente frente a la dureza de las apariencias que, multiplicadas, fabrican, en nuestra mente, una deforme y minúscula versión del universo.

sábado, 18 de febrero de 2012

049

Bordeaux, Francia, 2010

La espiral empaqueta.
La espiral es una circunferencia que huye por el plano que la contiene. Es la mejor forma de crecer sin ocupar demasiado espacio. Es muy frecuente en los animales cuando aparece la contradicción de que se necesita algo masivo, voluminoso, grande o largo, y que a la vez no afecte a la movilidad (cuernos, colas, lenguas, trompas, caparazones…), y en las plantas cuando ha de crecer algo que luego debe desplegarse. Si desplegáramos todas las espirales que tenemos en casa (papel de cocina, papel higiénico, cintas de audio, de vídeo, adhesivas, métricas, discos de música, resortes…) tendríamos que abandonarla porque no cabríamos en ella.
Caracola. Caballito de mar. Cuerno de carnero.
Rollo de papel. Cinta adhesiva. Cuerda de reloj.

048

Bangkok, Tailandia, 2010

No sé qué contarte de Bangkok, apenas la he visto superficialmente y es una ciudad compleja. En muchas cosas me recordó a Caracas o a Ciudad de México: la mayor parte de la ciudad está hecha de edificios grises y medio destruidos, con aire de posguerra; el tráfico y la sobrepoblación; la estética de las tiendas y los vendedores ambulantes; los restaurantes, edificios y negocios de lujo, fuera de contexto entre el gris y el descuido; las zonas verdes y los parques como si hubieran sido bombardeados; hay tenderetes de los Camisas Rojas en todas partes, como en ese cuento de Kafka donde los bárbaros se van instalando poco a poco en la ciudad y el narrador se lamenta porque el final ya se prevé, y no hay remedio. Aquí la gente, mientras tanto, vive tranquilamente, como si no importara la escenografía; la paciencia oriental, supongo. Hasta ahora no he sentido en las calles, para nada, esa tensión cotidiana de la criminalidad violenta que es tan normal en América Latina; nada de tipos con cara de crimen mirándote de arriba a abajo sacando cuentas para saber si vale la pena atracarte.
Temprano en la mañana estuve caminando por unos galpones que funcionan como mercados populares en la orilla del río; lugares oscuros, curiosamente bien organizados, que venden, sobre todo, alimentos, flores, utensilios de cocina, juguetes y ropa barata. En los mercados sentí como si todo está funcionando normalmente; e incluso en la calle, junto a los Camisas Rojas, tuve la impresión de que la gente sigue en sus asuntos, como si las manifestaciones estuvieran ocurriendo en una realidad aparte.
Le pregunté a un tipo en una venta de flores, que hablaba algo de inglés, quiénes eran esos (señalando un lugar donde estaban los Camisas Rojas, como si yo no supiera de ellos); me respondió que era gente del campo (countryside) que había venido a pedirle cosas al gobierno. ¿Qué tipo de cosas? Desvió la conversación, no quiso responder; me imagino que el gobierno tiene sus informantes y el tipo no quería problemas. Me parece que los Camisas Rojas son la típica población excluida de los sistemas donde la riqueza se acumula en las ciudades, como pasa normalmente en estos países que comienzan a industrializarse. Esta gente puede quedarse a vivir bajos los techos plásticos, sin nada, indefinidamente, porque, de todos modos, dondequiera que esté no tendrá nada. La mayoría da un aire fuerte a indigencia, como si sólo les faltara estirar la mano para convertirse en mendigos (creo que mejor miras las fotos cuando las cuelgue en el facebook).
La vida bajo los techos plásticos parece moverse lentamente, mientras cada tres o cuatro calles alguno (sin aire de pre-mendicidad) empuña un altavoz con su discurso. Por la diferencia entre el aspecto de los Camisas Rojas y de los tipos de los altavoces tiendo a pensar que los primeros son la carne de cañón usada por los segundos para tratar de satisfacer sus aspiraciones políticas, desplazando o insertándose en el gobierno actual; un poco al estilo de los líderes estudiantiles, ya sabes de qué perfil estoy hablando.
No sé, no debería sacar conclusiones con un paseo de un día y, aunque haya caminado bastante, la ciudad es inmensa. Mañana en la mañana me voy a Camboya pero tengo previsto pasar un par de días más en Bangkok dentro de tres semanas, antes de subir al avión de vuelta. Te daré noticias frescas cuando regrese.

martes, 7 de febrero de 2012

047

Eurodisney, París, 2010

Marin sumerge a Disneyland en un caldo de disolventes verbales, analizándola como una representación del sistema de valores dominantes norteamericanos y de las relaciones que los Estados Unidos mantienen con el mundo exterior; según él, el parque tiene una voluntad evidente de difusión ideológica.
Disneyland aparece como una especie de laberinto donde los visitantes actúan sin tener conciencia de que están siendo guiados a través de narraciones míticas que ofrecen soluciones ficticias a las contradicciones profundas y a las tensiones de la sociedad norteamericana. La oración me ha quedado demasiado larga, ya lo sé, pero es más o menos la síntesis de lo que decía el cuadernillo que regalaban en la entrada, con los textos de Marin y una introducción del tutor de mi proyecto, aunque no me di cuenta de que era él hasta que me preguntó qué me había parecido la exposición cuando me vio el cuadernillo en la mano, media hora más tarde, en su despacho, y yo le respondí algo así como que me había roto la ilusión y la nostalgia que todavía me daba el parque, riéndome. Pero mejor acabo con Disneyland antes de entrar al despacho del tutor.
Marin trabaja sobre el mapa del parque para llegar a los relatos (storytellings) fundamentales. El espacio exterior, el estacionamiento, árido y sin presencia humana, es el lugar donde los visitantes abandonan uno de los fetiches de la cultura norteamericana, el vehículo, en un espacio que recuerda a los barrios periféricos y a las zonas industriales de las grandes ciudades norteamericanas. El estacionamiento es el último lugar que el visitante ocupa antes de ingresar en la utopía. Existe una frontera cerrada entre este espacio exterior sin interés y el espacio interior, circular, poblado de maravillas.
La entrada al parque es el punto donde el dinero del mundo real es cambiado por “moneda” válida sólo en la utopía (cuando era niño, recuerdo, funcionaba de esta forma; ahora han eliminado el sistema; el trabajo de Marin es de los años setenta). Entregando su dinero el visitante gana la admisión a la utopía.
Una vez dentro, la Main Street USA comunica el punto de ingreso con el corazón del parque, el castillo, un edificio que presenta en tres dimensiones las imágenes bidimensionales de los cuentos infantiles. La conversión de las ilustraciones en objetos y personajes físicos es el sello de la utopía de Disney. La Main Street USA, además de introducir al visitante en la fantasía usando una falsificación (fake) de una ciudad norteamericana de finales del siglo XIX (el periodo en que terminó de formarse el país), es un espacio de intercambio donde el visitante puede usar su dinero del “mundo real” para adquirir productos de la utopía; el lugar donde se afirma la “verdad del consumo”, que es “la verdad” presente de forma oculta o evidente en todo el parque.
Para Luis Marin el mapa del parque presenta dos espacios definidos a izquierda y derecha del castillo. A la izquierda, los mundos de la frontera y de la aventura, que representan lo remoto en el tiempo y en el espacio; a la derecha, el mundo del futuro, que presenta, a escala reducida, la superioridad tecnológica norteamericana.
En el mundo de la frontera las narraciones giran alrededor de la conquista del oeste, justificando la lucha por la explotación de los recursos de una tierra habitada por salvajes (los indios norteamericanos, que son autómatas mecánicos idénticos a seres vivos, disolviendo el límite entre el ser vivo y la máquina). La frontera no es el límite, sino su trasgresión.
En el mundo de la aventura la distancia deja de ser temporal (como en el mundo de la frontera) y se vuelve geográfica; el visitante llega a tierras exóticas y peligrosas del mundo actual; en estos lugares hay caníbales que repiten los gestos de los indígenas del mundo de la frontera.
En cambio, en el mundo del descubrimiento, las tecnologías norteamericanas sirven para presentar un futuro próspero y deslumbrante, donde los enemigos a vencer ya no son los pueblos primitivos, sino las fuerzas de la naturaleza.
Marin identifica algunas narraciones recurrentes en las atracciones del parque:
La fantasía de la acumulación primitiva: en el pasado pre-industrial el enriquecimiento venía del saqueo, no de la producción.
La moral económica: la vida es un continuo intercambio, en la mayoría de las atracciones las historias giran alrededor de este hecho.
El mito del progreso tecnológico: los seres humanos se adaptan mecánicamente a los utensilios que les rodean, cada vez más abundantes y más sofisticados, aunque esencialmente la familia burguesa sigue siendo la misma, no importa el contexto.
Las máquinas y las criaturas: en la utopía la naturaleza es una simulación, porque la naturaleza real es primitiva y salvaje; pero, al mismo tiempo, en el laberinto que propone la utopía, la máquina es la realidad, tan válida como la naturaleza simulada.
El modelo reducido: lo que del lado izquierdo del parque son simulaciones de seres vivos, del lado derecho son escalas reducidas de objetos existentes, como cohetes espaciales o submarinos nucleares. La máquina vuelve a ser ese ente omnipresente que en la utopía sustituye a la realidad.
Lo hiperreal e imaginario: el parque ofrece, por un lado, la ilusión de un mundo que viene a ser una especie de fantasía infantil congelada y, por el otro lado, sumerge a los visitantes entre la multitud para dar la sensación de que todos son parte de un inmenso colectivo que fluye dentro del laberinto del parque. La fantasía de la utopía se cierra cuando el visitante regresa al exterior, al estacionamiento árido y masificado, reflejo de la realidad desprovista de magia del mundo industrial.

viernes, 27 de enero de 2012

046

Fontainebleau, Francia, 2010

Empezó con una historia de mediados del XIX. Una aristócrata ve morir a su marido durante las guerras napoleónicas y es salvada de la muerte por un oficial del ejército francés que la esconde. El oficial debe partir con el ejército en retirada, dejando a la mujer sola. Acaban las guerras y el oficial se dedica a los negocios, con los que le va bien. Impulsado por el amor y el remordimiento, y ayudado por el azar, reencuentra a la aristócrata que años antes salvó de la muerte aunque no de la locura (parece que fue explotada sexualmente por el ejército invasor o algo parecido). Entonces, el oficial reconvertido en hombre de negocios se dedica en cuerpo y alma a tratar de devolver la razón a la aristócrata. Cree, como muchos en su época, que el enfermo puede “despertar” de su locura si se enfrenta a las circunstancias que le hicieron perder la razón. El oficial reconvertido en hombre de negocios reconvertido en terapeuta organiza la reconstrucción de los hechos: ordena ampliar el lecho de un río, compra armamento en desuso, hace confeccionar ropas que ya nadie viste, contrata a varias centenas de campesinos para que se hagan pasar por soldados. Reproduce tan perfectamente el escenario que algún amigo cercano se espanta creyendo que vuelve a estar en el lugar de los hechos. Pone en marcha el plan: hace traer a la aristócrata que, efectivamente, responde bien al tratamiento, recobra la razón, le dice que lo ama y, acto seguido, muere.
Sigue con una isla donde se ha instalado un manicomio. Como nadie supervisa a la institución su director decide probar terapias experimentales. Con la idea de que los enfermos pueden “despertar” de la locura si se enfrentan a las circunstancias que les hicieron perder la razón se organizan representaciones teatrales. En una de ellas un esquizofrénico obsesivo compulsivo (en la época tendría otro nombre), que pasa día y noche creyendo estar a punto de ser llevado a la guillotina, vive un juicio en una falsa asamblea revolucionaria que lo libera de toda culpa. El enfermo pierde el miedo a la guillotina pero no abandona la locura. Alguien le explica que la asamblea ha sido una farsa y el enfermo recupera su miedo, sin perder la locura; entonces se le trata como a un caso perdido, es decir, se le deja de tratar.
El asesor artístico del teatro de los locos de la isla era el marqués de Sade; parece que para combatir el aburrimiento fabricaba los argumentos de las obras. Han publicado un libro sobre los archivos del hospital. El libro se ha vendido bien aunque, según, es un completo desastre desde el punto de vista histórico, y un peligro por el contenido político reaccionario que lleva escondido. De la compañía de teatro quedan rastros, principalmente, por los informes de un tipo que enviaron como supervisor con la idea de destruir la carrera del director del hospital. Los guiones de Sade han desaparecido, y en los informes sólo aparece porque se le acusa de aprovechar los ensayos de las obras teatrales para seducir a las actrices amateur enajenadas.