lunes, 19 de marzo de 2012

057

Chartres, Francia, 2008

Hija mayor de una familia donde la figura dominante era la madre, vivió una adolescencia complicada por los altibajos económicos y el abandono del padre, con quien siempre mantuvo una relación de amor-odio. Introvertida, sentimental, melancólica, atractiva pero distante. Después de acabar la carrera de arquitectura con uno de los mejores promedios de su promoción, trabajó como azafata de vuelo porque necesitaba dinero.
Con sus ahorros se fue a México para hacer un postgrado. Allí conoció y se fue a vivir con un hombre parecido a su padre: enérgico, derrochador, emotivo, imprevisible, irracional. También trabajó para una mayorista de viajes donde pronto le dieron un cargo con responsabilidades.
Las cosas parecían funcionar bien pero la lejanía de su madre y la inestabilidad de su pareja la deprimieron. Renunció a su trabajo y regresó a su país, donde la crisis política y la ruina económica la empujaron otra vez fuera. Con la excusa de visitar a su hermana llegó a Barcelona y se reunió, poco después, con un hombre que había conocido en una página web de encuentros amorosos. Comenzaron un affaire apasionado y, poco después, ella se mudó a vivir con él, en un pueblo pequeño de Galicia.
Allí supo que el hombre de la web estaba incrustado a su familia, y la familia, desde el principio, la miró mal, porque para los pueblerinos las latinoamericanas sólo servían como putas. El mundo del hombre de la web estaba hecho, básicamente, de instalaciones de calefacción de la empresa familiar. En el pueblo el hombre de la web estaba bien ubicado: el negocio familiar era próspero, se creían importantes.
El hombre de la web la colocó en un pequeño escritorio, frente a un ordenador, al fondo del galpón usado como taller de reparaciones de los aparatos de calefacción. Allí recibía las llamadas de los clientes, que se ponían agresivos al ser atendidos por una sudamericana que no hablaba gallego y no los reconocía por sus nombres de pila. El hombre de la web perdió el entusiasmo del primer mes y ya no habló más de matrimonio; ella comenzó a sentirse parte del mobiliario.
Aguantó unos meses hasta que un día no pudo más y subió a un avión que la soltó donde su hermana, en el medio de una depresión nerviosa.
Se quedó un par de meses con la hermana, buscando trabajo, y llegó a la conclusión, deprimida y tras fracasar en la búsqueda, de que los catalanes no le gustaban, que eran cerrados, secos y fríos.
Entonces fue a buscarse a sí misma en El camino de Santiago. Lo acabó y decidió establecerse en el destino, a una hora en coche del hombre de la web, que no tardó en encontrarla (ya lo había intentado en Barcelona) y poco a poco retomaron el contacto.
Cedió y regresó al pueblo gallego y aquí es donde viene la parte interesante de la historia: la familia del hombre de la web había cambiado, no en el trato, no en el carácter, no, habían cambiado los individuos, y todo lo que rodeaba al hombre de la web también; ya no era el heredero de una empresa familiar de instalaciones y mantenimiento de aparatos de calefacción, ahora era empleado de una pequeña oficina bancaria; el padre muerto, sólo tenía una madre anciana, medio ciega ya, y una hermana que la recibió contenta de volver a verla, aunque ella era la primera vez que la veía.
Al principio pensó que era un teatro simpático, una forma del hombre de la web de decirle que ahora las cosas iban a ser diferentes, pero el supuesto teatro comenzó a prolongarse más de lo normal, de lo lógico, aunque de lógico y normal, claro, no tenía nada. Intentó averiguar qué estaba pasando en realidad, buscando, sin encontrar, caras conocidas en un pueblo que sí seguía siendo el mismo. Mientras más buscaba más lo encontraba todo normal. Sólo podía ser ella, pensó, su cabeza, algo dañado adentro, pero en una consulta privada, en Santiago de Compostela, aparte de las tendencias depresivas, el psicólogo no le encontró nada fuera de lo normal. Finalmente decidió dejarlo todo como estaba, total, mucho mejor ahora que antes.

No hay comentarios: