Viena, Austria, 2010
EXTERIOR.
NOCHE. CALLE DE FINALES DEL
SIGLO XIX
Fiesta
de pueblo mexicano: niños, gallinas, mujeres, perros, hombres y ancianos
moviéndose de un extremo a otro de la pantalla, la mayoría vestidos con
sencillez, casi todos con actitud despreocupada.
En lugar
de música, voces o gritos de niños, se escuchan llantos y lamentos de mujeres.
La
cámara retrocede, la vista de la calle
está enmarcada por la ventana de una habitación.
INTERIOR.
DORMITORIO AMPLIO DE UN CASERÓN ANTIGUO
A la
izquierda de la ventana una cama donde dos mujeres amortajan a otra, comenzando
por los pies. A la derecha de la ventana un hombre mira el suelo mientras otro
susurra frases de las que sólo se alcanza a oír palabras sueltas: “viaje”,
“esferas”, “hermanos”; la ropa de ambos hombres, con chalecos y leontinas,
contrasta con la sencillez de las mujeres que lloran y amortajan.
El
sonido de una puerta que se abre. Aparece una mujer vestida también pobremente.
Lleva en brazos a dos recién nacidos. Tiene los ojos llorosos.
MUJER
CON NIÑOS.- Señor, ¿sus hijos pueden despedirse de… --hace un gesto hacia la
cama.
El
hombre que mira el suelo no reacciona; su acompañante afirma ligeramente con la
cabeza.
La mujer
con los niños se acerca a la cama, se inclina, y grita:
MUJER
CON NIÑOS.- ¡Está viva! ¡La señora está viva!
Las
mujeres dejan de amortajar, el hombre que mira el suelo levanta la cabeza, el
otro frunce el ceño.
MUJER
CON NIÑOS.- ¡Se lo juro por la Virgencita, la señora está viva, me está oyendo!
El
hombre que miraba el suelo sigue inmóvil, como en shock, el otro camina rápidamente hasta la cabecera de la cama,
coge una vela de la mesa de noche, la acerca a la cara de la mujer que estaba
siendo amortajada. Se incorpora todavía con el ceño fruncido.
HOMBRE DEL CEÑO FRUNCIDO.- Quítenle eso --señala la
mortaja.
Ocupando
la totalidad del encuadre un pie liberado de la mortaja. Unas manos de mujer lo
sostienen, unas manos de hombre encienden una cerilla. El fuego de la cerilla
sobre el talón; uno, dos, tres, cuatro segundos, hasta que se apaga y vemos que
se ha formado una ampolla en el talón. La cerilla cae de los dedos inmóviles.
HOMBRE DEL CEÑO FRUNCIDO.- Diego, sí, tu mujer está viva.
El
hombre que miraba el suelo corre a la cabecera de la cama, gritos de
agradecimientos celestiales de las mujeres que amortajaban, revuelo en el
cuarto y, mientras tanto, asomada a la ventana, una niña disfrazada de la
Muerte (la
Catrina, como
en El sueño de la Alameda), lo mira todo y, en algún momento, da media
vuelta y se va.
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