viernes, 27 de enero de 2012

046

Fontainebleau, Francia, 2010

Empezó con una historia de mediados del XIX. Una aristócrata ve morir a su marido durante las guerras napoleónicas y es salvada de la muerte por un oficial del ejército francés que la esconde. El oficial debe partir con el ejército en retirada, dejando a la mujer sola. Acaban las guerras y el oficial se dedica a los negocios, con los que le va bien. Impulsado por el amor y el remordimiento, y ayudado por el azar, reencuentra a la aristócrata que años antes salvó de la muerte aunque no de la locura (parece que fue explotada sexualmente por el ejército invasor o algo parecido). Entonces, el oficial reconvertido en hombre de negocios se dedica en cuerpo y alma a tratar de devolver la razón a la aristócrata. Cree, como muchos en su época, que el enfermo puede “despertar” de su locura si se enfrenta a las circunstancias que le hicieron perder la razón. El oficial reconvertido en hombre de negocios reconvertido en terapeuta organiza la reconstrucción de los hechos: ordena ampliar el lecho de un río, compra armamento en desuso, hace confeccionar ropas que ya nadie viste, contrata a varias centenas de campesinos para que se hagan pasar por soldados. Reproduce tan perfectamente el escenario que algún amigo cercano se espanta creyendo que vuelve a estar en el lugar de los hechos. Pone en marcha el plan: hace traer a la aristócrata que, efectivamente, responde bien al tratamiento, recobra la razón, le dice que lo ama y, acto seguido, muere.
Sigue con una isla donde se ha instalado un manicomio. Como nadie supervisa a la institución su director decide probar terapias experimentales. Con la idea de que los enfermos pueden “despertar” de la locura si se enfrentan a las circunstancias que les hicieron perder la razón se organizan representaciones teatrales. En una de ellas un esquizofrénico obsesivo compulsivo (en la época tendría otro nombre), que pasa día y noche creyendo estar a punto de ser llevado a la guillotina, vive un juicio en una falsa asamblea revolucionaria que lo libera de toda culpa. El enfermo pierde el miedo a la guillotina pero no abandona la locura. Alguien le explica que la asamblea ha sido una farsa y el enfermo recupera su miedo, sin perder la locura; entonces se le trata como a un caso perdido, es decir, se le deja de tratar.
El asesor artístico del teatro de los locos de la isla era el marqués de Sade; parece que para combatir el aburrimiento fabricaba los argumentos de las obras. Han publicado un libro sobre los archivos del hospital. El libro se ha vendido bien aunque, según, es un completo desastre desde el punto de vista histórico, y un peligro por el contenido político reaccionario que lleva escondido. De la compañía de teatro quedan rastros, principalmente, por los informes de un tipo que enviaron como supervisor con la idea de destruir la carrera del director del hospital. Los guiones de Sade han desaparecido, y en los informes sólo aparece porque se le acusa de aprovechar los ensayos de las obras teatrales para seducir a las actrices amateur enajenadas.

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