martes, 6 de marzo de 2012

050

El Cairo, Egipto, 1999

Borges abominaba la multiplicación monstruosa del universo que producen los espejos. Bajo esa lógica, ¿qué decir, entonces, de la fotografía? Una multiplicación que separa al original de su reflejo, convirtiendo al reflejo en original. Una multiplicación que abandona al original para que lo carcoma el tiempo, mientras el reflejo permanece quieto, ajeno a la vejez y a la enfermedad; ajeno, por un buen tiempo, a la muerte. Una multiplicación que empuja al original dentro de la masa anónima de objetos mientras su reflejo pasa de mano en mano, a veces convertido en mercancía y, si tiene suerte, en obra maestra. Una multiplicación que acentúa la debilidad de lo existente frente a la dureza de las apariencias que, multiplicadas, fabrican, en nuestra mente, una deforme y minúscula versión del universo.

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