Bangkok, Tailandia, 2010
No sé qué contarte de Bangkok, apenas la he visto superficialmente y es una ciudad compleja. En muchas cosas me recordó a Caracas o a Ciudad de México: la mayor parte de la ciudad está hecha de edificios grises y medio destruidos, con aire de posguerra; el tráfico y la sobrepoblación; la estética de las tiendas y los vendedores ambulantes; los restaurantes, edificios y negocios de lujo, fuera de contexto entre el gris y el descuido; las zonas verdes y los parques como si hubieran sido bombardeados; hay tenderetes de los Camisas Rojas en todas partes, como en ese cuento de Kafka donde los bárbaros se van instalando poco a poco en la ciudad y el narrador se lamenta porque el final ya se prevé, y no hay remedio. Aquí la gente, mientras tanto, vive tranquilamente, como si no importara la escenografía; la paciencia oriental, supongo. Hasta ahora no he sentido en las calles, para nada, esa tensión cotidiana de la criminalidad violenta que es tan normal en América Latina; nada de tipos con cara de crimen mirándote de arriba a abajo sacando cuentas para saber si vale la pena atracarte. Temprano en la mañana estuve caminando por unos galpones que funcionan como mercados populares en la orilla del río; lugares oscuros, curiosamente bien organizados, que venden, sobre todo, alimentos, flores, utensilios de cocina, juguetes y ropa barata. En los mercados sentí como si todo está funcionando normalmente; e incluso en la calle, junto a los Camisas Rojas, tuve la impresión de que la gente sigue en sus asuntos, como si las manifestaciones estuvieran ocurriendo en una realidad aparte. Le pregunté a un tipo en una venta de flores, que hablaba algo de inglés, quiénes eran esos (señalando un lugar donde estaban los Camisas Rojas, como si yo no supiera de ellos); me respondió que era gente del campo (countryside) que había venido a pedirle cosas al gobierno. ¿Qué tipo de cosas? Desvió la conversación, no quiso responder; me imagino que el gobierno tiene sus informantes y el tipo no quería problemas. Me parece que los Camisas Rojas son la típica población excluida de los sistemas donde la riqueza se acumula en las ciudades, como pasa normalmente en estos países que comienzan a industrializarse. Esta gente puede quedarse a vivir bajos los techos plásticos, sin nada, indefinidamente, porque, de todos modos, dondequiera que esté no tendrá nada. La mayoría da un aire fuerte a indigencia, como si sólo les faltara estirar la mano para convertirse en mendigos (creo que mejor miras las fotos cuando las cuelgue en el facebook). La vida bajo los techos plásticos parece moverse lentamente, mientras cada tres o cuatro calles alguno (sin aire de pre-mendicidad) empuña un altavoz con su discurso. Por la diferencia entre el aspecto de los Camisas Rojas y de los tipos de los altavoces tiendo a pensar que los primeros son la carne de cañón usada por los segundos para tratar de satisfacer sus aspiraciones políticas, desplazando o insertándose en el gobierno actual; un poco al estilo de los líderes estudiantiles, ya sabes de qué perfil estoy hablando. No sé, no debería sacar conclusiones con un paseo de un día y, aunque haya caminado bastante, la ciudad es inmensa. Mañana en la mañana me voy a Camboya pero tengo previsto pasar un par de días más en Bangkok dentro de tres semanas, antes de subir al avión de vuelta. Te daré noticias frescas cuando regrese. |
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