LE MUR (THE WALL)
Hasta ahora he hablado en estos artículos con la voz de una pieza suelta buscando incorporarse a un engranaje que funciona perfectamente sin ella; este artículo presenta mi versión de cómo funciona esa maquinaria en lo que tiene que ver con la educación; el próximo artículo tratará del mercado de trabajo. Me concentraré en Francia, el caso que mejor conozco.
Se podría decir que la máquina (el sistema) produce básicamente tres categorías de objetos: trabajadores de cualificación media o baja, trabajadores cualificados, y dirigentes. Francia mantiene una estructura piramidal con poco movimiento entre las categorías sociales (lo de la égalité es un chiste, como pasa con la liberty en EEUU); es decir, la gran mayoría de las personas mantiene el estatus social que heredaron de sus padres. La globalización, los negocios estilo Vanilla Company (artículo anterior), Sarkozy & Cia. dan a entender que están soplando vientos en otras direcciones, pero por ahora hablaré del sistema clásico.
El modelo de educación francés se basa en los exámenes oficiales: al salir del liceo y para entrar a la educación superior, más los necesarios para sacarse los diplomas.
Hasta los 15 años todos los chavales reciben aproximadamente la misma educación; digo aproximadamente porque la ley establece que los colegios públicos deben acoger a los estudiantes de los alrededores y esto significa que en las zonas marginales de las afueras de las grandes ciudades (sobre todo de París y Marsella) los hijos de familias pobres van a colegios donde hay, básicamente, hijos de familias pobres. El nivel de educación en este tipo de establecimientos, por distintas razones (los detalles merecen un artículo completo), es bajo, así que desde la educación básica ya aparecen diferencias importantes. Mi primer año como profesor fue en un colegio de este tipo. Un dato: menos de la mitad de los apellidos de los alumnos eran franceses.
A los 15 años, y dependiendo del criterio de los profesores y del director del colegio, los chavales pasan a las ramas de la educación diversificada. Aquí la máquina aplica el primer filtro oficial: los estudiantes con malos resultados o problemas de conducta son dirigidos hacia los liceos profesionales (dos años), los que tienen resultados decentes pueden ir a otras ramas (tres años), y los que tienen mejores resultados al liceo general, con una carga fuerte de materias científicas (tres años). Al finalizar el liceo se realizan las pruebas del Bac que sirven para decidir quién puede estudiar dónde.
Hacia los 19 años comienza la educación superior (o posBac) y se muestra por primera vez, de manera clara, el truco de la maquinaria: Grandes Escuelas, universidades públicas, centros de formación profesional.
Las Grandes Escuelas reciben a la élite de los estudiantes y fabrican a una buena parte de los nombres “importantes” de la economía, la política, la cultura, y la sociedad francesa (es decir, a los dirigentes). Para entrar en ellas se necesita aprobar unos exámenes de admisión con características muy particulares. Existen liceos privados, unos pocos, que se dedican a preparar a los estudiantes específicamente para estas pruebas; son liceos costosos y cerrados. Los mejores estudiantes de los liceos privados tienen alguna oportunidad de pasar los exámenes si se preparan bien por su propia cuenta; pero los estudiantes que vienen de la educación pública, si no han tenido la suerte de haber caído en un instituto destacado, tienen pocas oportunidades para entrar en una Gran Escuela. El precio de estas Escuelas no es alto pero todas ellas se encuentran en París, y vivir en París sí, es muy costoso; eso deja fuera de juego a una buena parte de los estudiantes de pocos recursos que no habitan en la capital.
Las universidades públicas reciben al grueso de los estudiantes que tienen un nivel correcto y sus criterios de admisión son más o menos exigentes dependiendo de la carrera y del número de bachilleres que pretendan las plazas. Ellas fabrican a los empleados cualificados. A diferencia del modelo anglosajón (donde lo complicado es entrar, pero una vez dentro ya difícilmente sales) el modelo francés permite entrar de manera relativamente fácil pero selecciona y desecha durante la carrera (esto, económicamente hablando, es un desperdicio de recursos). La licencia se obtiene normalmente en tres años (hacia los 22) y entonces se abren dos años de maestrías (profesionales o de investigación, según las expectativas de cada quien). El precio de las universidades públicas es de risa (menos de 500 euros al año) y están repartidas por todo el territorio. El prestigio o la calidad de la enseñanza varía poco de una universidad a otra: tener un título de La Sorbona, por ejemplo, sólo representa algo fuera de Francia. El gran problema de las universidades públicas es que no garantiza la incorporación al mercado de trabajo, pero esto queda para el próximo artículo.
Finalmente, los institutos de formación profesional se encargan de entregar, después de unos estudios de duración variable según el caso, los certificados que permiten ejercer como proletario (en Francia sin un papelito oficial no puedes hacer prácticamente nada). Bombero, ayudante de enfermera, operador en una cadena de montaje de una fábrica, vigilante, electricista o panadero, el Estado francés te da posibilidad de formarte y evolucionar con opciones que se adaptan a la trayectoria laboral, por lo menos en el papel. La idea es tener una oferta de mano de obra de cualificación media o baja con un nivel de formación alto, una paradoja que ayuda a dar un alto valor agregado a los productos Made in France y que permite la supervivencia del sistema todo, porque sin este plus de calidad la economía francesa se vendría abajo.
La máquina, globalmente, apunta hacia la estabilidad y hacia la perpetuación del modelo social. Para el ciudadano de clase media que aspira ver a sus hijos graduándose en la universidad la máquina funciona, pero para los sectores menos favorecidos el sistema sólo abre la posibilidad de ganarse el derecho a tener pequeños empleos cada vez más precarios. El peso del Estado como proveedor de educación es fundamental y eso tiene un coste importante para el sector privado; el “acuerdo” entre el Estado y los grandes capitales se mantiene básicamente porque los niveles de productividad y de competitividad franceses son decentes, aunque constantemente son cuestionados por economistas y empresarios. Una parte de la clase alta mantiene la presión para desmontar la maquinaria educativa actual y en esa dirección se movió el gobierno de Sarkozy, pero con los socialistas el desmantelamiento se encuentra temporalmente suspendido. De todas formas, la tendencia, a la larga, parece ir hacia la americanización del modelo, o sea, que cada quien se las arregle como mejor pueda.
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