jueves, 27 de agosto de 2015

artículo para contrapunto.com (30 07 2015)


ESTO ES SKA

Para complementar el artículo anterior voy a describir mi versión la trayectoria “natural” de un ciudadano francés en el mercado laboral actual, su vida como trabajador. Antes propuse tres categorías de productos: dirigentes, trabajadores cualificados, y trabajadores de cualificación media o baja. Voy a mantener estas tres categorías para hablar del mundo laboral.
Sobre los dirigentes: las clases altas francesas son discretas, podría decirse invisibles. Endogámicas, cerradas, la palabra que mejor las define es “ajenas”. Sabemos que los aristócratas existen pero, ¿dónde? En la prensa vemos algunos; en las revistas del corazón, pocos. Pero en la vida normal las grandes fortunas francesas no aparecen. Se sabe de ellos por terceros y, directamente, rara vez (cuando estuve trabajando en una embajada tuve contacto personal con algunos; luego, jamás). Me he cruzado con sus viviendas en mis paseos en bicicleta; con sus embarcaciones deportivas en algún viaje al sur de Francia. Por referencias uno dibuja lo que supone es la línea de sus vidas: estudian en colegios privados, los que son realmente caros; bilingües, o trilingües, desde la niñez; la carrera se hace normalmente en las Grandes Escuelas o en universidades prestigiosas del extranjero; los posgrados, sí, obligatoriamente en Inglaterra o los Estados Unidos; comienzan a trabajar después de escoger la mejor entre varias opciones, o pasan a formar parte de los negocios de la familia. No saben lo que es el paro, su libreta de contactos vale lo suficiente como para que les llegue automáticamente cualquier buen trabajo. Se relacionan con los demás aristócratas en fiestas privadas, en lugares exclusivos, en clubs deportivos (ecuestres para las chicas, náuticos o aeronáuticos para los chicos). Los matrimonios ayudan a consolidar la situación financiera: sus novias son modelos, sus esposas no.  Decir más ya sería entrar al mundo de la ficción, del que siempre he preferido mantenerme alejado. Contra lo que podría pensarse sus vidas no son tan fáciles: se mantienen bajo fuerte presión en el periodo de formación (los lugares donde se espera que estudien son muy exigentes) y en el trabajo (reproducir el dinero no es sencillo, y menos en un mundo que constantemente cambia y donde la competencia, ahora, es global), pero a cambio disfrutan de un nivel de vida y de gastos que para uno suena a fantasía.
Sobre los trabajadores cualificados: egresan normalmente hacia los 25 años de las universidades públicas y, según el área, deben decidir si continuar formándose o comenzar el periodo de prácticas; en Francia este sistema está regulado para evitar abusos, en España no, y era habitual encontrar practicantes eternos en las firmas prestigiosas de los trabajos llamativos. En Europa, en general, el futuro laboral de un profesional lo decide el crecimiento del sector económico donde trabaja. Algunas áreas, como las humanidades, son garantía de problemas serios: trabajos esporádicos o mal pagados, inestables, o en pueblos alejados de las grandes ciudades, y esta situación puede durar toda la vida. Hay profesiones que ofrecen salarios atractivos pero una cotidianidad estresante, agotadora, o rutinaria. La fórmula con los trabajos tiende a ser ésta: mientras más interesante es la actividad, menores son la estabilidad y los beneficios; de allí que profesiones “vistosas”, como la publicidad, la gerencia cultural, o los audiovisuales, tiendan a ser sinónimo de precariedad laboral; hay tanta gente detrás de los puestos que los empleadores hacen como dice la canción: “esto es ska, si no te gusta te vas”. Además de la excesiva oferta de mano de obra hay otros factores que afectan las probabilidades de encontrar un empleo, por ejemplo, la reducción progresiva del financiamiento público para las actividades culturales o la educación. En los sectores “normales”, esos que generan dinero rápido (telecomunicaciones, finanzas, comercio, etc.), el periodo de prácticas y los primeros trabajos exploratorios ocupan entre uno y tres años; así que, generalmente, poco antes de la treintena ya se tiene un empleo relativamente estable y bien pagado (alrededor de dos mil euros). Francia mantiene un nivel intermedio de rotación laboral, ni existe la fidelidad del Japón, Holanda, o los países escandinavos, ni la incertidumbre generalizada de los Estados Unidos o la España post-crisis. Sobre el papel la idea es permanecer en los puestos de trabajo; en la práctica, cada vez se respeta menos la idea. Y esto lleva a una característica dolorosa del mercado de trabajo francés: la trayectoria laboral debe ser como una línea recta; para encontrar un trabajo es necesario tener estudios y experiencia demostrable en ese mismo trabajo. ¿Y cómo lo consigues si todos los empleadores piensan igual? ¿Dónde comienzas, quién es el primero? La respuesta: para eso está el periodo de prácticas, reguladas por la ley y vinculadas al final de los estudios universitarios hechos en Francia. Para los extranjeros, por supuesto, esto supone una barrera importante, primero, porque si no hay convención universitaria no te pueden emplear en prácticas, y segundo, porque los salarios de los practicantes no alcanzan para vivir, se necesita la ayuda familiar hasta que te estableces. Otra particularidad de Francia que al principio me hizo gracia: el “profesionalismo” se lo toman en serio; hay que implicarse con el trabajo; decirte que no eres “profesional”, que no eres “serio”, es insultante (en España, como en América Latina pasa al revés, ¿será que esto tiene algo que ver con la crisis?).
Y para terminar, los trabajadores de cualificación media o baja: al salir del liceo hay una buena variedad de formaciones, la mayoría financiadas por el Estado; tienen, como idea centrar, ayudar a la incorporación rápida en el mercado laboral. Son estudios con un nivel de abstracción o de creatividad bajo, en la mayoría de los casos. De nuevo, las posibilidades de conexión al empleo dependen del sector: alguien que ha seguido una formación para trabajar en mantenimiento, logística, o cuidando de ancianos, tendrá menos problemas que quien siguió una formación de restauración de muebles antiguos, agricultura biológica o diseño de páginas web. El nivel de ingresos, también, depende de la actividad. Curiosamente, y esto creo que es una constante en toda Europa, los oficios no son peor pagados que las profesiones, sobre todo en las primeras etapas; e incluso, dependiendo del área, si un trabajador de cualificación media (por decir algo, un cerrajero) consigue independizarse, puede ganar más que un profesional (por ejemplo, un profesor de la educación media). También hay momentos de gloria en la historia de los oficios: antes de la crisis en España, con el boom inmobiliario, un “simple” vendedor, sin estudios pero con habilidad, tenía posibilidades reales de ganar buen dinero. O está también el caso clásico de quien deja la cocina para abrir su propio restaurante y, con un poco de suerte y mucho esfuerzo, hace dinero. La idea de que vale más ser un vendedor audaz que estudiar durante años para terminar en el paro o ganando una miseria se ha popularizado. El péndulo, en estos tiempos, se mueve a favor de los oficios y en contra de las profesiones. ¿Habrá que esperar treinta años para que, como en la época de nuestros padres, el mercado de trabajo recompense los estudios universitarios? No lo sé, y con los cambios constantes que llegan de la globalización y las nuevas tecnologías no creo que haya nadie capaz de saberlo.

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