jueves, 27 de agosto de 2015

artículo para contrapunto.com (20 08 2015)


EL FUSIL AFRICANO

La semana pasada estuve escribiendo sobre Benín y mencioné el tema del vudú; este artículo lo voy a usar para recordar los storytelling con los que me encontré sobre el terreno.
“En África el Profeta llegó hasta donde reina la mosca tse-tse”, escuché decir a un cooperante blanco que me explicó: la mosca diezma a los caballos y hasta hace cien años era imposible dominar nada sin caballos. Gracias a la mosca los animismos tradicionales africanos lograron sobrevivir a la amenaza de las grandes religiones monoteístas con sus ejércitos, sus misioneros y sus escuelas.
Un africano me dijo más o menos esto: “como no podemos saber casi nada del dios creador preferimos adorar las cosas que ha hecho. Para nosotros es más fácil comunicarnos con los espíritus que viven en los árboles o en los lugares que siempre han formado parte de nuestro entorno”. “El vudú –continuó, en una versión sincrética influida, supongo, por los misioneros–viene de la historia de Moisés, cuando bajó con las tablas de la Ley, eso que los blancos conocen como la religión de la vaca sagrada”.
En la realidad material el animismo aparece en pequeños altares en las casas, donde ponen alimentos y aguardiente; y en los pueblos y sus alrededores, en lugares a los que no se puede acceder, o sí, pero con limitaciones, porque son sagrados y si los irrespetas te puedes meter en problemas serios.
El vudú (uno de muchos animismos) tiene, además, sus propias escenografías: en los mercados hay tarantines que venden cualquier cosa que dé grima, desde insectos, garras, y murciélagos disecados hasta ramas y figuritas grotescas. En los pueblos está la casa de los feticheros, encargados de cuidar a los fetiches del pueblo (unos ídolos hechos de tierra, cuerdas, plumas, conchas, clavos, pelos, pezuñas, y otros materiales exquisitos); los feticheros están encargados también de organizar las fiestas donde aparecen los fetiches (no los ídolos, sino unos disfraces que, para los locales, se mueven solos, aunque si uno se agacha pueda ver los pies de la persona que hace bailar al muñeco); dirigen además las ceremonias de trance colectivo (en alguna estuve donde los feticheros escupían cereales masticados con aguardiente a los espontáneos que caían en el trance temblando y con los ojos en blanco), y en paralelo dan servicios de asesoría personal o actúan como médicos (exorcistas). Finalmente (siempre desde mi experiencia particular) encontré el animismo vudú en altares públicos donde los fetiches (los exquisitos) recibían regalos espontáneos de la gente (una camada de gatitos degollados, por ejemplo).
Cuando me quedé donde los pescadores la casa vecina estaba ocupada por unos brujos. Los brujos, al igual que los feticheros, viven de generar miedo, pero en vez de tener funciones benéficas se encargan exclusivamente del lado “oscuro” de la magia vudú; es decir, reciben comida, regalos o dinero a cambio de enviar maleficios. Los pescadores evitaban cualquier contacto con ellos y una vez me pidieron, muy preocupados, que no saliera en la noche de mi tienda de campaña porque los brujos iban a celebrar (lo que nosotros llamaríamos) un aquelarre. El aquelarre fue una de las cosas más curiosas que he escuchado en mi vida (escuchado, por desgracia no la pude ver, había una pared, y tampoco quería salir de la casa y generar pánico en los pescadores). Ruidos muy fuertes moviéndose de forma vertiginosa en el espacio de la casa vecina, de un extremo a otro, a saltos; primero eran esporádicos, progresivamente se hicieron más rápidos hasta volverse frenéticos. Ruidos indefinibles, entre animales y electrónicos; incoherentes, a veces rítmicos, a veces no, nunca melódicos. No sé con qué podrían haberlos producido, en la zona no había electricidad. El performance duró unas tres horas.
Uno de los pescadores me explicó que los brujos tenían el fusil africano, que podían hacer entrar en tu cuerpo enfermedades y cosas como tuercas, trozos de animales, piedras. Que si no te hacías urgentemente una curación en unos pocos días morías. Que los brujos podían convertirse en aves durante la noche e ir a ver lo que pasaba en otros pueblos. Que podían apagar un equipo de música a la distancia, sólo con el pensamiento. Yo, por supuesto, no me creía nada, pero (siempre hay un pero) pasó lo siguiente: mientras estuvimos en la aldea con lo del proyecto de cooperación una de las salidas que hicimos fue ir a visitar a unos feticheros de un pueblo vecino. Los tipos nos recibieron, nos hicieron pasar, nos mostraron, orgullosos, sus fetiches; les pregunté si podía hacer fotos; sí, no hay problema; el objetivo de la cámara buscaba enfocar pero el disparador no funcionaba; uno de los feticheros me dijo que tenía que darle un regalo un fetiche, por ejemplo, un cigarrillo; por seguirle el juego, eso hice, me saqué el cigarrillo de la boca y se lo puse al muñeco; hice las fotos, éstas que acompañan al artículo, éstas que cuando llegué a Barcelona y las hice revelar (eran los tiempos analógicos) salieron todas con manchas negras, las únicas manchadas de todo el viaje. Y lo más curioso es que no me pasó sólo a mí, también a una compañera del grupo (por desgracia no tengo el scan de sus fotografías). ¿De dónde vienen las manchas? ¿Por qué sólo cubren al fetiche y a los feticheros? No tengo la menor idea, cualquier cosa que diga sería una estupidez.
Claro que el episodio no dice nada nuevo: nuestro conocimiento del funcionamiento del mundo es escandalosamente limitado, hay muchísimas cosas para las que no hay una explicación racional que encaje en el discurso científico, cosas que abren la puerta a explicaciones fantásticas, dogmáticas, irracionales, incoherentes o arbitrarias. Para mí no se trata de desechar la lógica, la racionalidad o el pensamiento científico alegando que no sirven para nada, porque entre las construcciones verbales que conozco ellas me parece que aciertan un poco mejor cuando intento entender lo que está ocurriendo o va a ocurrir; aunque, evidentemente, después de este tipo de experiencias, no me queda más que reírme de mis seguridades, sean cuales sean. En conclusión: si no quieres dudas quédate en casa y prende la televisión.

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