jueves, 27 de agosto de 2015

artículo para contrapunto.com (16 07 2015)



VANILLA COMPANY

Siguiendo con la idea de las novatadas de un latinoamericano en Europa y el tema del trabajo de los dos últimos artículos, esta entrega la voy a usar para dar un ejemplo del tipo de historias en las que uno cae cuando comienza a buscar empleo.
“Trabaja desde casa vía Internet. Diseña tu propio horario. Telf…” Decía el minianuncio (en aquella época puesto en el periódico, ahora estaría en Internet). El lugar de la cita era un hotel modernista del centro de Barcelona donde también estaba esperando una diseñadora de unos cuarenta y algo. Hablábamos sobre una exposición de Magritte cuando el tipo que puso el minianuncio apareció. Menos de treinta años y un ordenador portátil que abrió, supongo que para impresionarnos. Nos preguntó sin interés qué hacíamos e inmediatamente quiso saber si nos gustaría ganar mucho dinero sin trabajar. Nos miramos las caras y repitió la pregunta. La diseñadora se rio y el tipo le preguntó de qué se reía, si es que no creía que se podía ganar mucho dinero sin trabajar y comprar cosas sin pagarlas. Le dijo que no y el tipo, haciéndose el ofendido, cerró su ordenador y comenzó a guardar sus cosas, antes de decir que con “esa actitud” él no podía hacer nada. La diseñadora le dijo que si lo pintaba así por supuesto que no se lo creía; él repitió lo de la actitud y ella le pidió que se explicara. Yo miraba la escena mudo, pensando que quizá podría sacar material de escritura. La situación se puso tensa. El tipo aceptó hablar siempre que cambiáramos nuestra actitud. Y entonces comenzó un monólogo sobre el éxito del buscador Yahoo, inventado por unos chavales de menos de treinta años que ahora eran multimillonarios; y el triunfo de la librería Amazon, una idea original de unos informáticos que ahora eran multimillonarios; y el programa para chatear ICQ, también multimillonario, y así, hasta que la diseñadora dijo que creía que esto no le interesaba. El tipo le dijo que se fuera y le aconsejó cambiar de actitud en las entrevistas de trabajo porque así no iba a conseguir nunca nada, iba a fracasar siempre. La mujer arrugó los labios para no soltar su respuesta. 
Entonces el tipo se pudo dedicar a mí, exclusivamente. Vanilla Company ha desarrollado un excelente sistema de ventas piramidales que te permite obtener, comprándole al tipo, el derecho de venderle a A y B, para que cuando A y B le vendan a C, D, E, F y G, obtengas una comisión, hasta la cuarta generación, imagínate, saca cuentas. Que hasta el año pasado, con este excelente sistema, Vanilla Company se dedicaba al negocio de las moneditas de oro que nunca enviaba porque, para qué, mejor, por tu seguridad, te hacía llegar un papel diciéndote cuántas moneditas de oro habías comprado y estaban en tu poder, y así podías dormir tranquilo, sin miedo a que te robaran, porque no se puede confiar en nadie en este mundo, ni siquiera en Correos. Resulta que, a pesar del impresionante éxito de las moneditas de oro y de que ahora todos eran multimillonarios, Vanilla Company había decidido diversificarse y usar su excelente sistema de ventas piramidales para aplicarlo a los más variados sectores, específicamente, alimentación, salud, vestido, tecnologías y no me acuerdo. Le pregunté cuáles eran los productos, concretamente, y me mostró el catálogo: alarmas para bicicletas (ramo: seguridad); espaguetis como los que venden en los supermercados pero en envases de vidrio (ramo: degustación);  trineos plásticos para nieve – en Barcelona, con el clima Mediterráneo, un producto más bien exótico (ramo: deporte); micrófonos para saber cuándo el bebé está llorando en la habitación de al lado (ramo: hogar); un aparatito que conecta internet en la televisión (ramo: nuevas tecnologías)
—Sin necesidad de ordenador, ¿no te parece bueno, éste?
Buenísimo, indudablemente, una maravilla. Una maravilla, sobre todo, que el tipo pudiera vivir de lo que estaba haciendo. ¿Cuántos ingenuos pescaría cada semana para poder justificar el que se dedicara a esto? ¿O tenía un trabajo con salario fijo y esto lo hacía en sus ratos libres, por diversión, avaricia y deporte? ¿O es que realmente el tipo creía en “su producto” y pensaba que algún día iba a hacerse con él multimillonario? ¿Cómo es que no andaba por allí vendiendo resorts, algo con lo que sí, unos cuántos se habían hecho millonarios? ¿O era yo, más bien, el que tenía problemas de ceguera y no me daba cuenta del potencial financiero de la venta agresiva? Sí, puede que el asunto estuviera aquí, que la equivocación fuera mía, que no estuviera preparado para entender los modelos de éxito de los tiempos de la globalización y no fuera capaz de adaptarme a ellos, pero bueno, no era el único, y la verdad es que plantearme, para instalarme en Europa, la necesidad de convertirme en lo que nunca quise ser en Venezuela (alguien dispuesto a llevarse a quien sea por delante), no parecía la opción más interesante para trabajar.
En esa época, además, por suerte, tenía a Fundayacucho atrás, aunque jamás imaginé los malabarismos que haría cuando se me terminara el crédito de estudios: vendedor de libros jurídicos (5 días); vendedor de telefonía privada (2 meses); asesor externo para una ONG (4 meses); vigilante de museo (3 días); traductor freelance (1 año); propietario de un pequeño bar con música en vivo (3 años); asesor de música para funerales (1 año); redactor publicitario freelance (3 años); responsable de una oficina de atención al público (6 meses); recepcionista de hotel (1 año).
Y en París: recepcionista de hotel (2 años); escritor comercial (una vez); asistente administrativo en una embajada (2 años); profesor de español en un liceo privado y fotógrafo freelance (desde hace 3 años y en eso estoy).

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