BOLÍVAR + MADURO = SANCHO PANZA
Este texto trata de los
beneficios que aporta al gobierno bolivariano el tema de la escasez de
alimentos; vuelvo a la pirámide de Maslow (el esqueleto de esta serie de
artículos). Cito de A theory of human
motivation (1943):
“Otra característica peculiar del
organismo humano cuando está dominado por una necesidad determinada es que
tiende a cambiar su forma de percibir globalmente el futuro. Para nuestro personaje
crónica y extremadamente hambriento [el ejemplo que Maslow viene usando en el texto
para hablar de las necesidades fisiológicas], la Utopía puede ser definida
básicamente como un lugar lleno de comida.
Este personaje tiende a pensar
que si únicamente lograra garantizar la alimentación por el resto de sus días
sería completamente feliz y no necesitaría nada más. La vida misma tiende a ser
definida en términos de nutrición. Todo lo demás será percibido como banal. La
libertad, el amor, los sentimientos comunitarios, el respeto, la filosofía,
todo esto puede dejarse de lado y ser visto como decorativo porque no sirve
para llenar el estómago.”
No es la primera vez que un
régimen utiliza el alimento como una herramienta de control sobre la población.
“Pan y circo”, decían en la Roma antigua; en la Venezuela actual se trata de
hacer circo con el pan.
Los regímenes totalitarios de
izquierda “clásicos” (URSS, China, Cuba) han impuesto siempre sistemas de control
sobre la producción y la distribución de alimentos. Algunos de los episodios
más terribles de la historia contemporánea tienen que ver con este control. La
colectivización de la agricultura aplicada en China por Mao Zedong bajo el
nombre (que parece irónico) de El Gran Salto Adelante se calcula que provocó
tantas muertes como la población venezolana actual. Y Mao Zedong no actuó
ingenuamente, algo similar se había hecho ya en la Unión Soviética con
resultados catastróficos desde el punto de vista humano (hambruna, represión
violenta y esclavitud). Los únicos casos exitosos que conozco de
colectivización de la producción agrícola se dan en pequeños grupos (no más de
cincuenta personas) bajo modelos de producción pre industriales; pero cuando la
colectivización es impuesta por un Estado siempre parece haber llevado a la
caída drástica de la producción. Zimbabue y Corea del Norte son dos ejemplos
actuales, la crisis alimentaria es tan grave que sin la ayuda internacional la
hambruna atacaría a una buena parte de la población de ambos países.
El control de la distribución de
alimentos también es típico de los regímenes totalitarios de izquierda. La
famosa cartilla o libreta de racionamiento cubana copia lo que se hacía en la
Unión Soviética y en prácticamente todos sus satélites (no importa cuán
prósperos pudieran haber sido en materia agrícola antes del comunismo). No
puede ser coincidencia casual, hay un mensaje claro: las “crisis” que sirven
como pretexto al control sobre el alimento son deseadas, buscadas, preparadas,
y halladas por regímenes que sacan provecho de ellas.
El primer conjunto de beneficios tiene
que ver con el texto de Maslow citado antes: la población se estupidiza. Abrumada
por la obtención de productos básicos y por la supervivencia las necesidades
más “elevadas” se anulan. ¿Quién se preocupa por los presos políticos cuando un
golpe de suerte le ha permitido encontrar pollo para toda la familia?
El trapicheo, el trueque, la
producción clandestina, el mercado negro, los “favores” demandados u obtenidos
a cambio de comida comienzan a ser parte del paisaje habitual y,
progresivamente, se legitiman y se institucionalizan. En el caso de Venezuela
ya vemos como un nuevo “oficio” aparece: los bachaqueros y la reventa “ilegal”
de un alimento que exige horas de cola y riesgo de violencia para ser obtenido.
Provecho para el régimen: la mitad chavista del país puede sacar ingresos extras
provenientes de la mitad anti-chavista del país. Si el control de la
distribución de alimentos desaparece las ventajas del bachaqueo también.
El segundo conjunto de beneficios
que la crisis alimentaria genera al régimen tiene que ver con el circo. Si el gobierno
cubano ha tenido durante años la “suerte” de haber estado bajo un bloqueo norteamericano,
excusa perfecta para todos los males del país, el régimen bolivariano se
esfuerza en crear la ilusión de una conspiración interna e internacional
responsable de los problemas domésticos. El tono belicoso del gobierno alimenta
la imaginación de una población dominada por la propaganda oficial, vulnerable a
ella por su bajo nivel educativo o por creer dogmáticamente en una revolución
popular.
Y aquí entra Sancho Panza en la
historia: el personaje de Cervantes comienza en el primer libro como la
caricatura de un hombre simple dominado por sus necesidades fisiológicas (para
hablar con el lenguaje de Maslow); luego, progresivamente, en el segundo libro termina
dejándose arrastrar al mundo de fantasía y locura del Quijote. Visto así,
Sancho podría ser el modelo del Superhombre Chavista: encerrado en sus
necesidades básicas interpreta el mundo que le rodea bajo la esquizofrenia de
una Revolución amenazada por gigantes que, en realidad, sólo son molinos de
viento. Lo grotesco, en este caso, es que el Quijote no es inocente, ni tampoco
inofensivo.