domingo, 7 de agosto de 2011

002

Phnom Penh, Camboya, 2010

Primer escalón: la imagen está tomada desde la parte superior de unas escaleras de ladrillo; unos cuatro metros hacia abajo, tres niños miran a la cámara; uno de ellos, con los dedos extendidos, otro, parado de manos; algo más allá, sobre el muro-pasamanos, otros dos niños reposan; a ambos lados de la escalera dos esculturas de pie y, junto a la cámara, a la izquierda, dos personas bajan las escaleras; la más próxima mira directamente al objetivo, a primera vista parece una mujer joven pero, detallando, parece más bien un joven travestido.
Segundo escalón: la imagen tiene dos “instantes” separados; en el primero, a la derecha, el trío de niños que juegan con quien hace la foto; en su juego hay posturas exageradas (ir de cabezas) y gestos convencionales (las “V” típicas de los asiáticos en los dedos y las posturas del cuerpo, como de poster de películas de Jackie Chan); a su manera se burlan del fotógrafo mientras se burlan de ellos mismos con las extravagancias. El segundo instante, a la izquierda, lo produce la mirada del personaje ambiguo, un “efebo”, un adolescente que se prostituye a los turistas occidentales; el negocio es descifrar, más que su presencia (es probable que haya estado siguiendo al fotógrafo), la expresión de la mirada, ¿curiosidad por lo que hace el extranjero?, ¿busca ser visto para que haya un contacto?
Tercero: usando una lectura de símbolos un poco kitsh, la escalera, desde esta posición “dominante”, permite la unión entre los niños de las cabriolas, miserablemente vestidos, y el joven, vestido con un sweater de adolescente norteamericana, púrpura. A ambos lados, dos estatuas del Buda son testigos mudos del “antes y después”; los budas están de espaldas, como si no quisieran ver hacia el joven travestido.
Cuarto: estoy tratando de recordar el hotel donde me quedé en Phnom Penh, nada, está jodida mi memoria, y esto fue sólo hace poco más de un año. Sé que había llegado a la ciudad sin muchas expectativas, era una parada obligatoria en la ruta desde el Mékong hasta el mar. Por un plano de la ciudad supe el tamaño, con un día tenía bastante para caminarla casi completa. Desde que salí me sentí bien, era una versión “limpia” y reducida de Bangkok, pobre pero tranquila. Había leído que los norteamericanos la arrasaron a bombas, supongo que por eso ahora las calles son cuadriculadas, hechas con el modelo del urbanismo occidental. Por las fotos veo que ese día estuve, primero, en el Museo Nacional (simpático, montado como para visitas escolares), de allí pasé al Palacio Real, y luego llegué, supongo que gracias al mapa, hasta el parque.  Una loma coronada por un templo, y en las faldas, césped, caminos y escaleras. Un grupo de unas cincuenta personas formaban un círculo amplio cogiéndose de las manos; en el centro del grupo alguien, con los ojos vendados, trataba de alcanzar a otro guiándose (supongo, no entiendo el camboyano) por las voces de los participantes. Una mujer con un megáfono de vez en cuando dirigía el juego (¿síntomas comunistas?). Subí al templo, di un par de vueltas, hice algunas fotos, y decidí seguir mi paseo por la ciudad. Mientras bajaba hacia la calle por las escaleras principales del templo aparecieron los niños, al travestido sólo lo veo ahora.
Quinto: ayer había escogido, para el número 002, una foto en blanco y negro de un templo rodeado de árboles; iba a parodiar la relación templos en ruinas-blanco y negro-picturalismo cutre-cuento kitsh inspirado en las mil y una noches; luego decidí cambiar el templo por la escalera, esta imagen de la que sólo puedo recordar el “tono” que me producía el sitio. El “tono” de la foto, ahora, es otro, tiene que ver con la reunión más o menos azarosa de varios clichés en la imagen: los simpáticos niños pobres de los países subdesarrollados, la prostitución que genera un cierto tipo de turistas, la inocencia de la arquitectura, cemento y ladrillos decorado por budas simples, de “consumo rápido”, etc.

No hay comentarios: