Proponía una comparación entre las herramientas visuales utilizadas por Vasari para narrar el Juicio Final en la catedral de Florencia y las que empleó Rivera para contar la historia de México en el Palacio Nacional, destacando los aspectos propagandísticos y didácticos de ambos trabajos. Intenté presentar la idea de forma clara, nombré a un par de teóricos, pero estaba consciente de que mi agujero principal era metodológico porque nunca antes había estudiado historia del arte; lo que sabía del tema me venía de lecturas azarosas hechas durante mis paseos autodidactas; además, siendo sincero, me dio pereza meterme en bibliotecas para preparar el proyecto. Lo traduje al francés como mejor pude, que fue usando un traductor de internet y luego corrigiendo según mi sano, aunque débil, juicio; fotocopié títulos, papeles y constancias para la directora de la maestría y lo metí todo en una carpeta.
L’Ecole de hautes études en sciences sociales está en el boulevard Raspail, cerca de donde toca con Montparnasse, en un edificio nuevo (criterio París, de hace treinta años), vecino de la sede principal de la Alianza Francesa. A la derecha quedan los restos del complejo original, un centro de investigación de la evolución animal o algo parecido, si uno le cree al pequeño mural rectangular que está al lado de la reja de entrada; este edificio debió ser construido poco después de que Rivera dejara París, hacia los años veinte. Allí encontré la oficina de la directora de la maestría, que debía tener, la directora, treinta años menos que el edificio. Nerviosa, muy delgada, arrugada, fríamente cortés, absolutamente francesa, la directora tenía todo el aspecto de haber lanzado más de un adoquín durante el mayo del 68. Cuando le dejé mi juego de copias le dio un vistazo rápido y me pidió que le mandara un mail para ver quién iba a ser el tutor de mi proyecto. El asunto de la inscripción como que era mucho más fácil de lo que esperaba. Le escribí unos días más tarde a la directora y me dio el nombre y la dirección electrónica de un investigador de un centro especializado en artes plásticas, independiente de la Escuela , pero relacionado con ella. Le escribí al posible tutor y quedamos para encontrarnos un día en su despacho.
La oficina del tutor estaba en un primer piso de una galería comercial de finales del XIX, reformada para funcionar como restaurante, sala de conferencias y centro de investigaciones de ciencias sociales. Para llegar a la galería caminando desde mi estudio enano atravesaba Raspail, Saint Germain, el Sena, y el Palais Royal, con sus jardines geométricos, fuentes, bancos, palomas y, lo mejor, los pasillos abiertos, paralelos al jardín, hechos de columnas y pisos con baldosas blancas y negras que se pierden hacia adelante, creando un efecto de irrealidad sacado de una pintura renacentista, sobre todo en invierno, cuando la luz entra de lado. No me hubiera sorprendido cruzarme con un ángel distraído, pasándose el rato inseminando a una virgen, como en Fra Angélico.
El centro de investigaciones mantenía el aire elegante, decadente, y un poco ridículo de las cosas que vienen de la segunda mitad del siglo XIX francés, con una estatua en el centro de una plazoleta interna y una especie de cúpula de metal y vidrio. Para hacer tiempo, porque estaba llegando veinte minutos antes de la hora, entré a una sala que abría su puerta a la galería. Había una exposición sobre un tipo que estudiaba la representación del poder en la época del Louis XIV, y en la segunda parte se dedicaba a desmantelar conceptualmente a Disneyland:
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