martes, 12 de mayo de 2015

Una entrevista II / III


9) Literatura y modo de vida. Literatura y pensamiento. Literatura y lenguaje. Literatura y política. Literatura y arte. Comente.
Literatura y modo de vida. Cuando uno está realmente triturado por las circunstancias escribir es una gran suerte; te permite creer que todo lo que está pasando es material literario y hasta das gracias a las Parcas por los favores recibidos. Por ejemplo: divorcio + trabajito cutre + falta de dinero + no tener claro cómo salir de todo eso = una novela “en tiempo real” que salió más rápido, y mejor, que cualquier otro de mis libros; vivía como si mis días y la novela fueran más o menos lo mismo; hacía cosas para ver qué resultaba y poder escribirlas. Fue gracioso, aunque no sé si lo repetiría.
Literatura y pensamiento. Supongo que el solo hecho de escribir viene junto a la pretensión, un poco ridícula, de creer que uno tiene algo (importante) que decir, un pensamiento que merece ser conservado (al final es eso, ¿no?, la literatura, una especie de “formol para las ideas”). Si no, ¿quién se tomaría la molestia de hacer un texto? El estar aquí sentado respondiendo esta entrevista, en lugar de ir, no sé, al sofá para ver Sunset Boulevard, ya viene unido a la idea de que estas líneas, que reflejan unas ideas que van a llegar a otras personas, son parte de un gesto de comunicación del pensamiento que tiene valor (o, por lo menos, que es lo suficientemente valioso como para que se desarrolle). Por supuesto que cuando uno lo piensa en frío pierde toda la gracia… pero he aceptado responder y enviar la entrevista, así que mejor dejo el cinismo y el espíritu crítico de lado y sigo con el apartado siguiente.
Literatura y lenguaje. Para mí la literatura es para la lengua lo que para la construcción de coches es la F1, o lo que para la moda son los desfiles de alta costura. Es, o puede ser, el campo de experimentación que permite mezclar cosas que normalmente no van juntas; por ejemplo, incorporar el lenguaje de la calle al mundo académico a través de la oralidad en la literatura; o reajustar las fichas (el vocabulario, la sintaxis, la gramática) y fabricar una combinación que refleje una versión propia del proceso de comunicación escrita; o presentar una selección personal de obras escogidas de la innumerable, pero finita, biblioteca de Babel de Borges. Por supuesto que la literatura tiene también otros usos igual de nobles, pero éste es el que yo prefiero darle.
Literatura y política. Durante un tiempo la literatura fue una herramienta importante de propaganda (política y religiosa, social y económica). Cuando los lectores se dejaban influenciar por los libros a los grupos de poder les convenía invertir en los escritores. Desde la caída del muro creo que la idea es menos atractiva. Mantener intelectuales no sirve para mucho, al contrario, apoyar a los escritores es alimentar a gente que puede llegar a poner en duda las políticas públicas o desenmascarar las herramientas de la manipulación de masas vigentes. Supongo que eso explica, aunque sea parcialmente, el desmantelamiento de las fuentes de financiación pública de los intelectuales, desde las universidades hasta los medios de comunicación. Todavía existen espacios para los escritores dispuestos a hacer su papel de escritores, son los premios literarios, las columnas en los periódicos grandes, los eventos y las charlas, espacios que favorecen un perfil determinado de escritor-intelectual, semi-crítico, semi-independiente, semi-todo lo demás. Estos espacios están abiertos a los que sepan cómo, y quieran, jugar al juego. Bolaño hace una descripción simpática en los Detectives Salvajes, cuando habla del escritor de carrera en los fragmentos que terminan con aquello de “todo lo que comienza en comedia termina en…”.
Literatura y arte. Aquí no tengo claro de si se trata de las artes plásticas, las “artes” en el sentido amplio clásico (todo lo que una cultura produce buscando despertar la emoción estética), arte en el sentido antropológico (toda técnica capaz de añadir un valor a los objetos culturales, materiales e inmateriales), supongo que puedo hablar de la definición que quiera. De entrada, no veo una gran diferencia entre el impulso que mueve al escritor y, por ejemplo, el que mueve al pintor o al músico. Cambian, sí, los medios y el “retorno” que el artista o el escritor obtienen del grupo social. Cambia también la imagen frente al público, exactamente igual a como ocurre en el deporte, la imagen social de un tenista o de un futbolista no tiene nada que ver con la imagen social de un lanzador de discos o de un jugador de ajedrez; aunque todos estén ejerciendo una actividad deportiva, es el contexto y los acuerdos culturales los que dictan el valor del trabajo. En este momento, tengo la impresión de que los artistas plásticos, cuya imagen social ha venido cayendo en picada de una forma más violenta incluso que la de los escritores (por ejemplo, ¿cuáles son los equivalentes actuales de Picasso o de Warhol desde el punto de vista de la fama y la influencia sobre la gente de la calle?) han conseguido escapar de la crisis económica que afecta a escritores, músicos y fotógrafos, básicamente porque los objetos que producen escapan del abaratamiento que supone la entrada del mundo digital y de Internet; siguen produciendo objetos únicos con un valor de mercado que se presta a la especulación, y como las acciones de la bolsa, pueden aprovechar las vacas gordas y las “ burbujas” (con el beneficio paralelo de la protección que las obras de arte aún reciben de las legislaciones tributarias). En resumen, literatura y artes (plásticas), hermanas de entrada, se divorcian en la salida.

10) ¿Qué tan vigentes están los géneros literarios? ¿Y la idea de calidad literaria? ¿Cree en alguna clasificación, jerarquía u oposición entre los géneros o los tipos de  literatura? Comente.
Mientras los géneros literarios sean utilizados por los editores para crear un “target”, un público destinatario, un consumidor potencial, siguen vigentes. Mientras la señora amante de las novelas románticas, o el adolescente freak de la ciencia ficción, cuando visitan al Fnac, se dirijan a unos espacios concretos, los géneros siguen allí. En resumen, mientras haya etiquetas sobre los anaqueles de las librerías, habrá géneros literarios. Que en la llamada “literatura de autor” los géneros se disuelvan, aparentemente, cada vez más, ya es parte del aire de los tiempos (supongo que un aspecto de eso que los críticos llaman “posmodernidad”). En todo caso, el salto de un género a otro y las mezclas ya existían en autores tan antiguos como Rabelais o Cervantes. Más que el juego “de ruptura” formal que representa la fusión de los géneros, creo que la verdadera revolución se está dando a nuestras espaldas, y pone en cuestión la misma vigencia del libro como objeto. Pero eso nos desviaría a otro problema.
Sobre la calidad, creo que hay un solo juez, todopoderoso e implacable, que a veces cambia de opinión, pero sólo ocasionalmente. Ese juez es el tiempo. Si un texto es capaz de seguir hablando después de cien años, es un buen libro; si se queda mudo, pues nada, hizo lo que pudo, y quizá le sirvió al autor, o a los que se aprovecharon de él cuando era un recién nacido, pero poca cosa más.
Clasificación, jerarquía, oposición… clasificación: la que uso para ordenar los libros y saber dónde buscarlos en el archivo con los 10.000 libros en .pdf que he acumulado; ubico al autor en el momento en que estuvo más activo y lo sub-clasifico según su origen (por ejemplo, si quiero buscar a Guimaraes Rosa, entro a 20º, latinoamérica, voy a la “g”); es decir, es una clasificación con un carácter práctico que no va mucho más allá de eso, aunque detrás está la idea de que a todos nos ata nuestro tiempo; sólo que acaba juntando a Burgess, el de La naranja mecánica, con Churchill, el de Sangre, sudor y lágrimas. Una clasificación así en una biblioteca, o en una librería, creo que no funcionaría.
Jerarquía, la que uso para decidir el orden y las prioridades de lectura; aparte de eso, que es inmediato y funcional, creo que para mí existen dos tipos de libros, los que volvería a leer, y los que no. Antes me servía para saber cuáles libros podía prestar (o regalar, porque difícilmente alguien devuelve un libro prestado), pero la clasificación dejó de ser útil cuando, después de una mudanza, decidí no volver a acumular libros en papel y llevar mi biblioteca en un disco duro portátil. ¿Jerarquías de géneros? En general, los géneros tienden a ser cosas babosas. Géneros considerados “menores”, como la novela de espías, han permitido la aparición de autores “mayores”, como John Le Carré (aunque a mí me dé, él en particular, bastante igual). Creo que me quedo más bien con Bucowsky dentro del género de la literatura semi-pornográfica. La literatura hecha intencionalmente para ser “grande”, con grandes temas y grandes historias, muchas veces sólo produce libros pesados y pretenciosos. Nadie puede saber de dónde vendrá la próxima sorpresa.
Oposición entre los géneros, supongo que existe, claro, en la práctica, en el mundo real: literatura comercial vs. la literatura “de autor” (la que se lleva los premios “oficiales”); literatura juvenil vs. literatura para adultos; femenina vs. masculina; etc., caemos de nuevo en la señora o el joven que visitan el Fnac y necesitan saber a cuáles anaqueles dirigirse para comprar un producto que les guste. Detrás del márquetin, no sé realmente si exista una oposición, hablando estrictamente como autor, entre géneros o tipos de literatura; a mí, en particular, me gustaría mucho poder moverme de un género a otro con toda comodidad, usando la parodia o no, como lo hace Cabrera Infante en Tres tristes tigres. Pero para poder realizar estos saltos con acierto es necesario conocer bien los géneros que se parodian, y eso significa horas de lectura en trabajos que, probablemente, para uno no son interesantes.


11) Los medios digitales propiciaron cambios en los modos de producir, difundir, intercambiar textos. Y asimismo en las maneras como se lee, se usa, se entiende, se autoriza, evalúa y clasifica la literatura. Comente estas afirmaciones, agregando sus ideas sobre hacer literatura en la actualidad.
Para construir estas afirmaciones yo no usaría el tiempo pasado sino el presente: “los medios digitales propician cambios en…”, creo que el proceso no ha terminado, más bien acaba de comenzar. Bajo el sistema actual una buena parte de los oficios creativos, como los conocemos ahora, están desapareciendo o van a desaparecer (no sólo los escritores dedicados exclusivamente a la literatura, también los músicos o los fotógrafos, entre otros). Igualmente, los canales de difusión están en estado terminal (desde el Washington Post hasta la librería de barrio, pasando por las agencias de fotografía, las tiendas de discos o las revistas en papel). La consecuencia inmediata, al desaparecer los fondos que tradicionalmente han sostenido a los creadores, será las “desprofesionalización” de escritores, músicos, fotógrafos, etc. Quienes realizan estas actividades creativas lo harán como trabajo secundario, para obtener beneficios indirectos, pero no como actividad principal, como en su momento lo hicieron Robert Capa, Igor Stravinski o Mario Vargas Llosa. La obra publicada o difundida será un “objeto de prestigio”, no una fuente de ingresos, un prestigio cada vez más endogámico, ignorado por la mayor parte de la sociedad desde el momento en que los “creadores” ocupan menos espacio en los medios de comunicación de masas. Eso, creo, es el futuro inmediato. Con respecto al mediano y largo plazo no tengo la menor idea porque las cosas evolucionan muy rápidamente, sobre todo en lo que tiene que ver con las comunicaciones y los medios. Esto en relación a los autores.
Libros, yo mismo soy el peor ejemplo para el gremio: desde hace mucho tiempo (cuando digo mucho, son más de diez años) no compro un libro que no sea 1. Porque lo he necesitado en algún posgrado; 2. Porque es de fotografía o pintura, y lo prefiero impreso que en digital; 3. Porque quiero apoyar a algún amigo. Del resto, todo lo he tomado (o robado) de internet y lo leo en la tablet. Tengo una enorme cola de lecturas pendientes, a la que sumo otra cola enorme de revistas digitalizadas que descargo a 10€ las diez revistas desde una página legal de internet (son exactamente las mismas revistas que hay en los quioscos, Photo, Polka, etc.). Con todas estas lecturas pendientes no necesito comprar libros en papel, especialmente si no siento interés por las novedades. En resumen, en mi vida práctica, si decretaran el cierre de todas las librerías y las bibliotecas, como en el Fantomes de Cortázar, la verdad es que no pasaría nada, o casi nada: me fastidiaría mucho no poder cumplir mi ritual semanal de ir a la biblioteca de la Maison de la Photographie para meterme en la obra de un fotógrafo concreto a través de sus libros, pero aparte de esta visita semanal, mi vida no cambiaría gran cosa. Con los pocos escritores que mantengo contacto normalmente los intercambios se realizan en formato digital; en papel, sólo los libros que nos han publicado recientemente, o sea, uno cada tanto. Esto, sobre los libros.
La comprensión, evaluación, autorización y clasificación de la literatura creo que acaba reduciéndose a los ambientes académicos, y en algún caso, a los críticos iluminados de unas revistas literarias cada vez menos atendidas. Cuando yo estaba joven se decía que todo escritor que apareciera en los espacios de crítica literaria del New York Times, aunque su libro fuera pulverizado, tenía la garantía de que la edición se vendería; hoy en día, es la edición del propio diario New York Times que está a punto de desaparecer; creo que esto es bastante sintomático. Por otro lado, según las estadísticas, por lo menos en España, el espacio qué más libros vende es una cadena de supermercados; es decir, libros que se compran, la mayor parte de las veces, para regalar, sin un criterio muy definido, sin asesoría, en resumen, sin saber gran cosa sobre ellos (más allá de la portada y el texto de la  contraportada). Hace diez años, cuando yo vivía en Barcelona, se estaban imprimiendo y vendiendo más libros que en cualquier otro momento de la historia, pero la lectura, como actividad, estaba en franca decadencia. La respuesta a la paradoja es que los libros se tienen, pero no se leen.
Desde mi experiencia inmediata (no tengo nada oficial que respalde la idea) creo que una dificultad añadida a la lectura, y al libro, llega con la tablet. Una de las funciones del libro era ocupar el tiempo que usaba la gente en el transporte público o en casa, al regresar del trabajo. Ahora tenemos videos con audífonos para llenar esos momentos. La recepción audiovisual es mucho menos exigente que la lectura, y por un tema simple de “mínimo esfuerzo” creo que ya podemos imaginar la tendencia. Tengo la impresión de que la lectura, y la literatura misma, acabarán ocupando un espacio equivalente al que actualmente ocupan el teatro o el ballet: una actividad minoritaria, con poca incidencia en el mundo cultural (en comparación con la música comercial y el cine, por ejemplo). Esto no quiere decir que la escritura va a desaparecer: mientras los audiovisuales necesiten guiones, habrá escritores (de guiones); mientras la educación necesite libros de texto, habrá escritores (de libros de textos). Quien queda fuera de juego es el escritor (de literatura), que será, como los dramaturgos o las bailarinas de ballet, casi una figura de museo.


12) ¿La literatura es una práctica de las élites? ¿Por qué?
De las “élites” socioeconómicas no lo creo, si usamos la palabra “práctica” como sinónimo de ejercicio habitual; al contrario, creo que es una actividad poco atractiva para las élites (si nos fijamos en las biografías de los autores actuales encontramos que la mayoría vienen de la clase media). Lo fue, en el siglo XIX y hasta mediados del XX, cuando el escritor era un people (que no aparecía en las revistas del corazón porque no existían, pero podía ser el centro de los chismes que circulaban en la alta sociedad); pero actualmente, en el siglo XXI, el escritor es un personaje menor. Por ejemplo, cuando en alguno de los ejercicios que uso con los chavales (de clase alta) a los que doy clases aparece el tema de qué piensan hacer en el futuro, muy rara vez encuentro la palabra “escritor”; en cambio, no es raro encontrar “fotógrafo”, o “periodista”, tiene más charme. Creo que la imagen del escritor que circula entre los chavales es la de un tipo feo, con gafas gruesas, antisocial, pedante, aburrido, desagradable (me imagino que es lo que concluyen después de ver a muchos de los escritores que aparecen en la televisión). Frente a esta imagen dudo que las futuras élites se sientan atraídas por la literatura; si añadimos, además, que desde el punto de vista económico la literatura es completamente nula (no hay relación entre el beneficio económico y el esfuerzo), y que el peso de los escritores sobre la opinión pública tiende a reducirse, la idea del escritor como parte de la élite queda un poco tocada; y si esto es en Francia, uno de los países con uno de los niveles culturales más altos que conozco, supongo que en otros lugares debe de ser peor.

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