domingo, 23 de mayo de 2010

Tiempo de Revolucion (1)

INTRODUCCION


“La epopeya del pueblo mexicano”, el nombre que ha recibido el trabajo mural de Diego Rivera pintado en las escaleras del Palacio Nacional, pasea al espectador por la historia de México desde los tiempos precolombinos hasta el presente, y además propone un futuro que llegará, según el autor, después de la revolución anunciada por Engels y Marx.
En el panel izquierdo del mural, Diego Rivera, comunista convencido y militante, presenta lo que parece una interpretación marxista de la situación del México contemporáneo; pero la obra no es una simple traducción de la doctrina a las imágenes (sobre la que se podría desarrollar una aproximación metodológica siguiendo la obra de Panofsky, 1967), es más bien el reflejo de un momento confuso en la vida del autor, algo que se evidencia en el abandono completo de los bocetos originales presentados ocho antes de realizar el trabajo; el resultado es una obra de una gran complejidad, abierta a distintas interpretaciones.
Esta breve investigación se centra en la conversión libre, fantástica e imaginativa, que Diego Rivera hace del presente mexicano en el panel izquierdo del mural; esta investigación está en relación con mi memoria del master, pero funciona de manera independiente. Diego Rivera pinta el fragmento del mural durante la primera mitad de los años treinta, su visión del presente mexicano es duramente crítica. La línea de ideas que dirige la mirada de una zona a otra del fresco está cargada de visiones personales del autor sobre la actualidad de México, de sus experiencias y frustraciones, de sus sentimientos, expectativas y creencias. Esa relación entre imagen, momento histórico, y biografía, guía este trabajo.
En la interpretación del contenido de la pintura manejo la hipótesis de que, para Diego Rivera, como para Karl Marx, el fin del sistema capitalista luego de la revolución comunista es un paso inevitable de la evolución histórica. El paralelismo entre la Revolución comunista, en la doctrina marxista, y el Juicio final, en la doctrina cristiana, es evidente, y por esta razón ha sido de gran utilidad acudir al trabajo de Giovanni Careri (2005). Rivera entiende la historia de una manera lineal o, como diría Foucault, “presentista”, y siguiendo esta idea clasifica y ordena los elementos de su fresco; pero este fragmento del fresco está dividido en escenas que no siguen un orden cronológico. Se trata, más bien, de una “fotografía” que abarca simultáneamente varios aspectos del presente que dirigen al país hacia el futuro revolucionario; en la parte superior, con una referencia clara al fresco que Antonio Lorenzeti dejó en Siena, la figura de Marx señala lo que será México después de aplicar los principios revolucionarios del marxismo.
Las soluciones plásticas a las que llega Diego Rivera en este fresco, pintado ya en plena madurez, son en general sorprendentes. La riqueza de estados de ánimo, de visiones, de ideas, es inagotable. Como ocurre con la Capilla Sixtina, unos cuantos metros cuadrados de pintura al fresco son suficientes para dedicar meses, años, e incluso décadas, al estudio de la obra. Este breve trabajo se convierte, de alguna manera, en los minutos que preceden a esa dedicación.





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La descripción formal del fresco de Rivera podría llevar a:

Un gran número de personajes cubre la totalidad del espacio, excepto en el borde superior. En la franja inferior, de derecha a izquierda, ascendiendo en paralelo a las escaleras, vemos: tres personas que trabajan la tierra; dos mujeres y un hombre que leen junto a varios niños; tres trabajadores, uno de ellos con traje de soldador; dos obreros que conversan, alguno señalando hacia atrás mientras sonríe. En esta primera franja hay tres figuras que se comunican con lo que sería la segunda franja de personajes.
En primer lugar, un hombre con sombrero y revólver que se dirige a otro, montado a caballo; el del caballo, también armado, es parte de un grupo que se ubica debajo de dos ahorcados de quienes cuelgan carteles. Frente a los hombres montados, un grupo de personajes con los brazos caídos es encañonado por figuras ocultas. El segundo puente entre las dos franjas de personajes es un hombre con los brazos abiertos; frente a él, varias mujeres depositan monedas en una máquina que sirve de puente a la tercera franja.
En la tercera franja hay: dos hombres, a medias ocultos por los tubos que ascienden de la máquina, y a la derecha de ellos un grupo de policías armados, con máscaras antigás, enfrenta una turba que levanta piedras y lleva una pancarta donde se lee “Huelga”. Los tubos de la máquina continúan ascendiendo hasta la cuarta franja.
En compartimientos cerrados, unidos por los tubos de la máquina, hay cinco escenas independientes; en la primera, un orador se dirige a un grupo ubicado encima de cuatro personajes ajenos al evento. En la segunda escena, a la derecha del orador, lo que parece una orgía, con una mujer semidesnuda acostada mientras besa a un hombre frente a un semicírculo que la mira. En la tercera escena, a la derecha de la orgía, varios personajes se ocupan de las monedas. En la cuarta escena, por encima de los que cuentan y miran las monedas, un sacerdote, un civil, y un militar que habla por teléfono. En la quinta y última escena, a la izquierda del militar y arriba de la orgía, un conjunto de personajes se agrupa alrededor de un artefacto del que salen cintas de papel.
A la derecha de los compartimientos de la máquina una escena de extrema violencia, dominada por un hombre que señala hacia un punto donde se enfrenta un grupo de hombres armados y una turba que se visualiza del otro lado de las trincheras. Sobre esta escena, a lo lejos, todo es muerte y destrucción. A la izquierda del caos, una bandera roja, siguiendo el eje del hombre que lidera a la masa; a la izquierda de la bandera, tres hombres se acercan a una figura barbuda, detrás de quien se encuentra el sol; esta figura sostiene un texto y señala hacia el horizonte, en el ángulo superior izquierdo del fresco, donde se agrupan varios edificios en un paisaje urbano pacífico y próspero.

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