martes, 15 de diciembre de 2009

sin titulo

Ya tengo en casa el material que servirá para fabricar al personaje: todos sus escritos reunidos en tres tomos, toda la pintura mural en un libro gigante, una biografía detallada y escéptica, una autobiografía autopromocional, y los textos teóricos que me servirán para la metodología en la memoria de ochenta páginas que debo redactar para cerrar un master, y que es la excusa de toda esta historia.
Ahora la pregunta es por dónde comenzar; más bien por dónde seguir, porque la autobiografía autopromocional ya la leí y el libro gigante de los murales lo llevo a medias. También avanzo el Popol Vuh traducido por Miguel Ángel Asturias y una historia de México escrita por un norteamericano más o menos en la época del fresco centro de la investigación. Entonces, ¿leo primero  la correspondencia y los artículos, o el biógrafo punzante, o la teoría? Me voy por lo más simple, comienzo todo al mismo tiempo.
Las primeras cartas me muestran a un tipo centrado e inteligente (dos de Madrid de 1910 y 1911, y otras dos de París de 1915 y 1916… en plena guerra, ¿qué hacía aquí?). La introducción del biógrafo punzante habla, sobre todo, de la celebración del Día de los Muertos en México y describe superficialmente a Guanajuato, en un tono semiliterario al estilo de los best sellers norteamericanos. El libro de teoría… no sé, no lo he abierto.
Paro, tengo que vestirme para ir a trabajar.

*

EXTERIOR. NOCHE. CALLE. AÑOS OCHENTA DEL SIGLO XIX
Fiesta de pueblo mexicano: niños, gallinas, mujeres, perros, hombres y ancianos moviéndose de un extremo a otro de la pantalla, la mayoría vestidos con sencillez, casi todos con actitud despreocupada.
En lugar del ruido de personas y animales, se escuchan llantos y lamentos.
La cámara  se aleja de la fiesta y nos damos cuenta de que era la vista desde una ventana.

INTERIOR. DORMITORIO AMPLIO DE UN CASERÓN ANTIGUO
A la izquierda de la ventana una cama donde dos mujeres amortajan a otra, comenzando por los pies. A la derecha de la ventana un hombre mira al piso mientras otro susurra frases de las que sólo se alcanza a oír palabras sueltas: “viaje”, “esferas”, “hermanos”; la ropa de ambos hombres, con chalecos y leontinas, contrasta con la de las mujeres que lloran y amortajan.
El sonido de una puerta que se abre. Aparece una mujer, vestida también sencillamente. Lleva en brazos a dos recién nacidos. Tiene los ojos llorosos.
MUJER CON NIÑOS.- Señor, ¿sus hijos pueden… --hace un gesto hacia la cama.
El hombre que mira al suelo no reacciona; su acompañante aprueba moviendo ligeramente la cabeza.
La mujer con los niños se acerca a la cama, se inclina, y grita:
MUJER CON NIÑOS.- ¡Está viva! ¡La señora está viva!
Las dos mujeres dejan  de amortajar, el hombre que miraba al suelo levanta la cabeza, el otro frunce el ceño.
MUJER CON NIÑOS.- ¡Se lo juro por la Virgencita, la señora está viva, me está oyendo!
El hombre que miraba al suelo sigue inmóvil, como en shock, el otro se acerca a la cabecera, coge una vela de la mesa de noche, la acerca a la cara de la mujer que está en la cama. Se incorpora todavía con el ceño fruncido.
HOMBRE DEL CEÑO FRUNCIDO.- Quítenle eso --señalando la mortaja.
En primer plano un pie liberado de la mortaja. Unas manos de mujer lo sostienen, unas manos de hombre encienden una cerilla. El fuego de la cerilla sobre el talón; uno, dos, tres, cuatro segundos, hasta que se apaga y vemos que se ha formado una ampolla. La cerilla cae de los dedos inmóviles.
HOMBRE DEL CEÑO FRUNCIDO.- Diego, sí, tu mujer está viva.
El hombre que miraba al suelo corre a la cabecera de la cama, gritos de agradecimiento de las mujeres que amortajaban, revuelo en el cuarto y, mientras tanto, asomada a la ventana, una niña disfrazada de Muerte (la misma que en El sueño de la Alameda), ha estado mirándolo todo y, en algún momento, da la media vuelta y se va.

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