miércoles, 5 de octubre de 2011

024

Lisboa, Portugal, 2009

Y entonces veo que nunca he escrito un diario. 
La primera frase que se me sube a la cabeza es “¿Para qué?”, pero eso mismo podría decir de muchas cosas que he escrito (por lo menos, de las que no me han pagado, que son casi todas).
La segunda, “quizá porque los textos aparentemente literarios tienen una función y un uso, o podrían tenerlo, mientras que un diario íntimo tiene vocación suicida, destinado a perderse en un cajón para después irse a un basurero”, ¿y qué?, ¿no se supone que escribes por placer?, ¿qué te importa dónde acaben tus textos?
La tercera, “vale, pero si el diario sirve por su rollo de catarsis, para calmar la necesidad de expresión, ya eso lo has estado haciendo con tus libritos de autoficción, no necesitas un diario”; mentira, la autoficción es un montaje, por más que se disfrace de espontánea no deja de saberse fabricada para ser leída, en cambio el diario se supone inocente de exhibicionismo.
La cuarta, “pues será porque te sentirías cursi escribiendo cosas que luego vas a esconder”, ¿y es que ser exhibicionista es menos cursi?, como que sí, según mis tripas, hoy, en este momento.
La quinta, ¿y qué tiene que ver la foto de Lisboa con los diarios íntimos?; quizá los cajones repetidos como días, la bruma al fondo como tiempo disolviendo cosas, no lo sé, supongo que estas relaciones ya no son mi problema. Ellas son, justamente, el chiste de todo este juego.

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