viernes, 7 de octubre de 2011

028

Teotihuacán, México, 2005

Teotihuacan desde la Pirámide de la Luna, con mejor vista que la del Sol, y como no tiene la piedra en el centro falta la peña recargando sus cuarzos, una cola larga, cada uno con su piedra de cuarzo en la mano:
cuarzo-dentro-de-un-vaso-de-agua-para-que-no-pierda-la-carga
cuarzo-ponlo-debajo-de-la-cama-y-ya-verás-que-te-funciona-comadre
cuarzo-dame-pa-las-tortillas-pa-los-tamales-pa-las-enchiladas
cuarzo-consígueme-un-trabajito-aunque-sea-pa-salir-del-paso
cuarzo-ayúdame-virgencita-haz-que-se-acomode-mi-muchacho
cuarzo-no-es-que-sea-malo-es-por-esos-amigos-con-los-que-anda
cuarzo-yo-pido-pa-los-demás-pa-mí-yo-no-quiero-nada
cuarzo-a-ver-si-se-deja-diosito-si-mi-noviecita-se-deja-agarrar-la-teta
cuarzo-ay-yo-quisiera-pero-es-que-si-lo-dejo-va-a-pensar-que-soy-puta
cuarzo-después-que-subí-a-esta-chingada-espero-que-el-pinche-cuarzo-me-sirva-pa-algo
cuarzo-quinientos-años-jodidos-y-los-que-faltan
cuarzo-quinientos-años-jodidos-aunque-jodidos-ya-estábamos
cuarzo-pa-casarme-con-un-buen-hombre-que-me-cuide-y-me-respete-y-me-tenga-como-una-reina
cuarzo-yo-sólo-quiero-que-no-me-olvide-ay-la-desgraciada
cuarzo-oh-my-God-what-a-beatiful-place!
cuarzo-aoum-...-aoum
cuarzo-yo-no-traje-cuarzo-y-ya-me-voy-de-aquí-que-no-aguanto-esta-vaina.

027

Rue du Four, París, 2010

Yo luzco como una persona triste en la foto, pero no lo soy. Yo estoy preocupada por el futuro de mi hijo. El mundo es cada vez más duro y él no está preparado para eso. Recuerdo el día en que fue hecha esa fotografía, aunque no recuerdo haber visto al fotógrafo. Tuvimos que salir del edificio porque había sonado la alarma de incendios. Habían encontrado una maleta abandonada y la policía desalojó la zona para verificar que no se tratara de un ataque de los terroristas.

Ese día fue super cool. Sonó la alarma y vino la policía. Me sentía como en una película.

jueves, 6 de octubre de 2011

026

Lisboa, Portugal, 2009

Los lectores: Disculpe joven, ¿podemos molestar otra vez?
El autor: Por supuesto, vosotros nunca sois una molestia, para nada.
Los lectores: Es que hay algo que queremos saber.
El autor: Ayudaré en lo que pueda.
Los lectores: Hemos visto que usted ha realizado progresos, hay que reconocerlo; ahora muestra algunos buenos sentimientos hacia sus personajes, aunque todavía no es suficiente, tiene usted que abrirse más, ser más expresivo; usted pareciera que quiere dar a entender que no tiene sentimientos, y eso no es bueno; pero no es de eso que queremos hablar, sino de sus historias.
El autor: ¿Qué pasa con ellas?
Los lectores: ¿De dónde saca esas historias tan raras?
El autor: ¿Raras?
Los lectores: Es que nos parece, cómo diríamos, que las historias no son de gente normal.
El autor: Bueno, las historias son reales, o casi, salen de lo que veo y de lo que me cuentan.
Los lectores: Pero, perdone usted, ¿en su novela no hay nadie normal?
El autor: ¿Normal?
Los lectores: Sí, gente correcta, que tenga un trabajo serio, que críe a sus hijos. Fíjese usted, por ejemplo, en lo que cuenta sobre esos bailarines de tango. El joven pareciera que no hiciera nada, y ella, la pobrecita, dice usted que se está medicando por algún problema nervioso.
El autor: Él es bailarín profesional y ella se medica, sí, porque ha tenido ataques de ansiedad, ¿qué tiene de raro?
Los lectores: Pues que ser bailarín no es un trabajo. ¿Qué piensa hacer ese joven cuando ya no sea joven?
El autor: No sé, supongo que ese será el material para una buena historia dentro de unos años.
Los lectores: Ya ve usted; ¿no le parece mejor hablar de gente que lleve una vida honesta?
El autor: Creo que me aburriría. Las cosas demasiado cotidianas no son llamativas. Aunque siempre hay excepciones, nadie se dedica a hacer una sesión de fotos a un lavabo a menos que esté en muy buen o en muy mal estado. Siempre ha sido así. El arte es un catálogo de excentricidades, rarezas, anormalidades, de…
Los lectores: No nos está entendiendo usted, no. Lo que le pedimos es que escriba sobre cosas que dejen una buena impresión, una enseñanza, historias constructivas, que enseñen a la gente a vivir mejor.
El autor: ¡Joder, si justamente eso es lo que intento! Estoy convencido de que cuando uno llega a una desnudez absolu…
Los lectores: Por favor, le agradeceríamos que no diga usted groserías, nosotros nunca hemos sido groseros con usted.
El autor: Es verdad, pido disculpas.
Los lectores: Bueno, haga usted lo que quiera, al final, es su novela.
El autor: Eso también es verdad.
Los lectores: Sólo que así, con estas historias raras, no va a convencer a nadie, se lo decimos por su bien.
El autor: Claro, ya lo sé.
Los lectores: Escriba sobre cosas más sencillas y le irá mejor, estamos seguros.
El autor: Eso, seguramente saldrá un best seller.
Los lectores: Puede ser, joven, puede ser.
El autor: Seguro.
Los lectores: Pues sí, sinceramente, eso es lo que quisiéramos para usted.

miércoles, 5 de octubre de 2011

025

Cotonou, Benín, 2001

Fusil africano
De regreso a la casa de los pescadores compré cuadernos y lápices para los hijos del jefe; sal y aceite para su mujer; jabón para todos. En la playa me perdí, no encontraba la casa de los pescadores y, mientras le estaba preguntando a unos tipos parados frente a una puerta, llegó, corriendo, la hija del jefe, haciéndome señas para que la siguiera, pero manteniéndose lejos.
En la casa el que hablaba francés me dijo que no me acercara a esa gente porque eran brujos, gente mala, que si querían podían hacerme daño:
--Ustedes los blancos tienen el fusil con balas; aquí tenemos el fusil africano; si un brujo quiere, te puede meter cosas en el cuerpo para que te enfermes y te mueras.
Me dijo que había visto cómo los curanderos le sacaban del cuerpo a la gente piedras, trozos de animales, tornillos; que cuando un brujo te dispara el fusil africano primero te da fiebre y, si no viene rápido el curandero, te mueres; el curandero te saca con la mano lo que te ha disparado el brujo; y luego te cierra pasándote unas hierbas para que no queden marcas de la operación.
--¿Qué más hacen los brujos?
--Los brujos se convierten en animales, se paran en los árboles, vuelan, pero si los ves, te enfermas y te mueres. No los puedes ver.
--¿Y qué más hacen?
--Pueden apagar un radio desde lejos. Y tú vas y lo enciendes y ellos lo vuelven a apagar; yo eso lo he visto.

Alcalde
Esa tarde el que hablaba francés y yo cogimos varias bolsas grandes, el jefe un bidón de gasolina, y unas moto-taxis nos pusieron en la carretera que pasaba por Ouidá. Esperamos un rato hasta que llegó una camioneta de carga que nos juntó a una docena de personas en un cuadrado metálico, sin ventanas, que se movía con la puerta abierta. Llegamos, salimos, el jefe no me dejó pagar. El que hablaba francés me llevó a conocer a su mujer y a su hija. Pasamos a la casa del jefe que me presentó a su madre. Akué kaká. Dormí en el patio de la casa del que hablaba francés, que quiso quedarse conmigo, hasta que lo convencí para que se fuera a dormir con su mujer, que tenía varios días sin verlo.
En la mañana, el que hablaba francés me llevó a conocer al alcalde; un tipo que vivía en una casa grande de estilo occidental, con garaje, cocina, televisión, etc.; por la casa circulaba una especie de mayordomo y una doméstica; de vez en cuando llegaba alguno a pedir favores. El alcalde me preguntó de dónde venía; le respondí; me dijo que él iba a Europa cada año. Después del alcalde, el que hablaba francés me presentó a más familiares y, a mediodía, me llevó donde el jefe de los pescadores, un hombre de mirada inteligente y unos cincuenta años; su casa, bloques y zinc, piso de arena, se había llenado de gente que, en semicírculo, nos miraba. El pescador, usando al que hablaba francés, me dio la bienvenida en tono tranquilo y me habló del pueblo; el semicírculo escuchaba en silencio. Al salir, le comenté al que hablaba francés del contraste entre los dos hombres, la ostentación de uno y la sencillez del otro; el desfile de gente pidiendo favores en la casa grande y el grupo de personas sentadas en silencio frente al pescador; el alcalde haciéndose el importante y el otro natural. A mis comentarios el que hablaba francés no respondió, sólo una sonrisa.

Togo
A mediodía pasamos en una canoa de madera un río que era la frontera con Togo. Fuimos al mercado donde la mujer del que hablaba francés vendía pescado salado. En un puesto murciélagos secos, serpientes, raíces, escorpiones, hojas.
--¿Y eso qué es?
--Medicinas.
También las vendía un showman que mostraba láminas con dibujos planos de hombres con manchas en la piel, mujeres con zonas del cuerpo hinchadas, viejos y niños en cama, todos con cara de desgracia. A cada lámina una píldora y un guión.

024

Lisboa, Portugal, 2009

Y entonces veo que nunca he escrito un diario. 
La primera frase que se me sube a la cabeza es “¿Para qué?”, pero eso mismo podría decir de muchas cosas que he escrito (por lo menos, de las que no me han pagado, que son casi todas).
La segunda, “quizá porque los textos aparentemente literarios tienen una función y un uso, o podrían tenerlo, mientras que un diario íntimo tiene vocación suicida, destinado a perderse en un cajón para después irse a un basurero”, ¿y qué?, ¿no se supone que escribes por placer?, ¿qué te importa dónde acaben tus textos?
La tercera, “vale, pero si el diario sirve por su rollo de catarsis, para calmar la necesidad de expresión, ya eso lo has estado haciendo con tus libritos de autoficción, no necesitas un diario”; mentira, la autoficción es un montaje, por más que se disfrace de espontánea no deja de saberse fabricada para ser leída, en cambio el diario se supone inocente de exhibicionismo.
La cuarta, “pues será porque te sentirías cursi escribiendo cosas que luego vas a esconder”, ¿y es que ser exhibicionista es menos cursi?, como que sí, según mis tripas, hoy, en este momento.
La quinta, ¿y qué tiene que ver la foto de Lisboa con los diarios íntimos?; quizá los cajones repetidos como días, la bruma al fondo como tiempo disolviendo cosas, no lo sé, supongo que estas relaciones ya no son mi problema. Ellas son, justamente, el chiste de todo este juego.

lunes, 3 de octubre de 2011

023

Marrakech, Marruecos, 2005

Me dices que no entiendes mis libritos, que te pierdes, que no distingues lo que es chiste y lo que es serio, que nunca se sabe. Pero no, es al revés, conmigo siempre se sabe. Sólo hay una fórmula, sencilla, que repito monotemáticamente: cuando escribo, nunca digo lo que digo; y no le des más vueltas, no digo nada más.