lunes, 7 de febrero de 2011

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Rivera, o más bien, la periodista Gladis March, en el capítulo titulado “El asesinato de Julio Mella”, dice que a finales de 1928 el abogado personal del presidente Calles visitó a Rivera para advertirle, amistosamente, que dejara de apoyar a un líder campesino, secundado por el Partido Comunista de México, porque estaba poniendo en juego su propia vida. Rivera dice que respondió, siguiendo el carácter del personaje Diego Rivera fabricado en el libro, que iba a apoyar siempre al líder político que le diera la gana, y que, además, le dijera a Calles que él le había pedido al Partido Comunista que le ofreciera el privilegio de encabezar la primera revuelta contra el gobierno para limpiar a México de la corrupción reinante.

“Supongo que mi desafío directo era más de lo que el pobre hombre [el abogado] esperaba. Salió apresuradamente. No fui ahorcado, sigo vivo y pintando.
En cuanto a Calles, fue luego expulsado del poder por mi buen amigo Lázaro Cárdenas, Presidente de México recientemente. Con las ceremonias civiles y militares adecuadas, hace tiempo descendió al infierno donde su cuerpo incinerado tuvo la guardia de honor de los reaccionarios, sus antiguos enemigos cuando él pretendía ser un revolucionario.
Durante los años siguiente estuve muy envuelto con las actividades del Partido, la más memorable entre ellas tiene que ver con la defensa de Tina Modotti, quien fue sometida a juicio por el asesinato de Julio Mella (…)”

E inmediatamente Rivera pasa a hablar sobre uno de sus frescos en el edificio del Ministerio de Salud.
Más adelante vuelve a Mella:

“Julio Mella era un líder revolucionario cubano que había huido de la dictadura del presidente Gerardo Machado. Mella había venido a México buscando refugio y aquí él conoció a Tina Modotti, una excelente pintora y fotógrafa. Yo había tenido amistad con Tina desde antes de mi viaje a Rusia; de hecho, su amistad había sido la última causa para que Lupe se divorciara de mí.
Mucho antes de mi regreso de Rusia, Tina y Mella se habían hecho amantes.
En 1929 Julio Mella fue asesinado por órdenes del presidente Machado.
El gobierno mexicano, sin embargo, decidió no ver la motivación política del crimen. Adoptó la posición de que el asesinato había sido un crimen pasional e inculpó a Tina, que tenía puntos de vista ofensivos para el régimen y para los asesinos. La acusación del gobierno se fundaba exclusivamente en el hecho de que Tina había sido la amante más reciente de Mella. A partir de este hecho se deducía que Tina estaba cansada de Mella y que había decidió poner fin a su relación acabando con la vida de éste.
Debido a que el caso estaba siendo usado para manchar el nombre del Partido Comunista, sus líderes se hicieron cargo de la defensa de Tina. Se me encargó indagar sobre los hechos verdaderos que estaban detrás del asesinato de Mella. Con la ayuda de varios amigos fui capaz de establecer que el asesino de Julio Mella había sido un pistolero cubano pagado por el gobierno de Machado, enviado por el jefe de sus servicios secretos expresamente para cometer el crimen. Mi evidencia, presentada en el tribunal, dejaba de lado la red de especulaciones en que se basaban para cerrar la trampa sobre Tina. El detective a cargo de la investigación se vio obligado a renunciar. El gobierno cubano envuelto en la intriga fue oficialmente desenmascarado y al embajador cubano se le dio el plazo de un año para abandonar el país.
Esta fue mi última misión con el Partido. Antes de que el año terminara, fui expulsado de él.”

La lectura entre líneas de este fragmento me da a entender que, al momento de ser entrevistado para la “autobiografía”, Rivera no sentía especial simpatía por Julio Mella. De él habla poco y no destaca ninguna virtud, aunque Mella luego fuera convertido por los comunistas latinoamericanos en un “pionero” y en un “mártir de la Revolución”. Rivera comienza el capítulo resaltando su propio coraje al retar e insultar al Presidente Calles, y luego destaca que él ha seguido vivo y pintando (en cambio, Mella fue asesinado). Por otra parte, la protagonista del capítulo parece ser Tina Modotti, la femme fatale salvada de las garras del dictador Calles por la habilidad del propio Rivera. El pintor hace ver que según las presunciones del fiscal Tina Modotti estaba cansada de Mella, e inmediatamente recuerda que la fotógrafa fue su amante, y la causa última de su divorcio, antes de que él partiera a Rusia.
Entre las líneas de las entrelíneas siento que Rivera intenta convencernos de que Tina Modotti se acercó a Mella sólo porque él se fue de México, aunque quizá con esto ya estoy exagerando. En todo caso, sí creo que se percibe cierta rivalidad de Rivera hacia Mella; y esto, justamente, desde mi punto de vista, justifica el capítulo: en realidad, Tina Modotti prefirió a Mella antes que a Rivera, y éste aprovecha para atacar. Cuando el muralista volvió de Rusia, Modotti siguió con el cubano; había perdido el interés por Rivera, y fue sólo después del asesinato y de los buenos oficios que Rivera puso para salvarla de la cárcel, que la italiana aceptó otra vez la intimidad del pintor.
Desde mi lectura, el capítulo es una muestra del resentimiento que Diego Rivera sentía hacia Julio Mella. Si, como dice la estudiante mexicana, en París hubo una relación de amistad entre los dos hombres, este resentimiento parece casi natural. Rivera ya tenía antecedentes de problemas con amigos que le habían quitado a “sus mujeres”; el peor de todos, Pablo Picasso. Pero Rivera veía a Picasso como un maestro, como el genio de éxito y el inventor del cubismo, una doctrina a la que se apuntó durante varios años; cuando Rivera habla de Picasso se siente una posición de discreta sumisión. En cambio, Mella era casi veinte años menor que Rivera. Tina Modotti se encontraba entre ambos hombres, también en edad. Si Modotti prefería a Mella estaba claro que era, entre otras cosas, por ese aspecto que Rivera nunca iba a poder mejorar: su físico. Rivera jamás fue un hombre atractivo, Picasso y Mella sí lo eran.

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