Varanasi, India, 2011
20 segundos para mirar la fotografía. Luego
cerrarla y escribir.
Tres niños y dos adultos. Un hombre de unos 50 a la izquierda. Está mirando a la cámara.
Una mujer que puede tener 25 o 50, no se sabe, lleva una burka negra. La mujer
quizá mira a la cámara. Si es así, hay dos opciones que cambian completamente
la lectura de la imagen. La primera: la mujer no sabe que hago, o voy a hacer,
una foto cándida disparando desde el pecho. Entonces su manera de caminar es la
de siempre, en este laberinto de callejuelas de Varanasi. La segunda: la mujer
sabe que hago, o voy a hacer, una foto cándida disparando desde el pecho.
Entonces camina apurada, para escapar del encuadre y llevarse con ella a sus
hijos, o a los niños que la acompañan, si no lo son. Los niños, esto sí es
seguro, no saben que hago, o voy a hacer, una foto cándida disparando desde el
pecho. Si lo supieran, habrían posado, gesticulado, reído, huido, cualquier
cosa menos caminar, pura y simplemente, como lo hacen en la foto. La imagen sería,
simplemente, otra. Y así, más o menos, funciona la objetividad de la
fotografía.
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