viernes, 26 de octubre de 2012

"La fama, o es venérea, o no es fama" en Amazon.com

La editorial Sudaquia ha publicado la novela que terminé recientemente: La fama, o es venérea, o no es fama. Un relato con aires de autoficción escrito "en tiempo real" bajo los efectos del humor y la libertad creativa.


http://www.amazon.com/fama-ven%C3%A9rea-Spanish/dp/1938978102/ref=sr_1_10?s=books&ie=UTF8&qid=1351267848&sr=1-10&keywords=sudaquia

martes, 9 de octubre de 2012

065

Isla de Margarita, Venezuela, 2012

El día antes de subir al avión que me trajo a Venezuela había en mi bandeja de correo electrónico una invitación a participar en un proyecto destinado a recoger testimonios de escritores venezolanos que viven en el extranjero. No todos los testimonios son experiencias de exilio, algunos de los participantes dejamos el país antes de comenzar “los cambios”. He estado a punto de escribir “abandonamos el país” en vez de “dejamos el país”; la frase hubiera funcionado bien en mi caso.
Mi idea inicial era fabricar una especie de diario de viaje que recogiera el contraste entre el país esperado y el país encontrado. El país esperado es ese que se ha construido en mi cabeza, a la distancia, con los comentarios de la familia y los amigos, las noticias sueltas de la prensa internacional (hace tiempo que no leo la prensa venezolana), algunos informes de organismos internacionales, etc.; unido este material a la versión que tenía cuando me fui.
Ese país mental tiene un Estado omnipresente, adaptado del modelo cubano que, por su parte, ha sido una tropicalización del modelo estalinista, con sus mecanismos de control de la economía, su maquinaria de propaganda del régimen y el culto a la personalidad del líder, su aislamiento de la economía global, y su burocracia intencionalmente torpe. Este país mental tiene, a diferencia del modelo cubano, un nivel de criminalidad de zona de conflicto, como si se viviera una guerra civil continua y no declarada.
La Venezuela que se creó en mi mente se mueve, como todo, según su propia lógica: la construcción de un sistema que busca perpetuarse indefinidamente para sustentar a una nueva elite que recoge el grueso de los beneficios petroleros y, casi seguramente, una parte importante de las ganancias que genera el tráfico de drogas en y desde Venezuela. Esta nueva elite convierte sus beneficios en bienes seguros (inmuebles, básicamente) gracias a las expropiaciones arbitrarias y a la presión ejercida sobre la antigua burguesía para que abandone el país y venda sus propiedades. Esa presión aprovecha un ambiente hostil basado en la criminalidad, los cortes de agua y electricidad, el control de la moneda, la inflación, el desempleo, el hostigamiento oficial, y la escasez de productos en el mercado.
En la Venezuela levantada en mi cabeza la nueva elite justifica el sistema (en algunos casos más, en otros menos sinceramente) con un discurso revolucionario nacionalista, radical y populista que defiende la repartición de riquezas, la ayuda a los más pobres, la defensa contra una supuesta conspiración internacional y contra quienes buscan regresar al modelo anterior. Para sustentar el discurso una parte de los beneficios petroleros se destina a los sectores con menos recursos, favoreciendo el clientelismo en una población que está dispuesta a defender por las armas al régimen que le está dando beneficios (algo que no va a hacer, para apoyar un cambio político, la población con un nivel económico mediano o alto). Tiendo a creer, apoyado por estadísticas y análisis de organismos de Naciones Unidas, que el sistema ha sido relativamente efectivo en su lucha contra la pobreza extrema y que un buen número de venezolanos ha mejorado su nivel de vida en los últimos años (lo que explica parcialmente el alto nivel de popularidad que mantiene el líder).
Esa Venezuela que formaron mis ideas tiene un gobierno que apuesta por el aislamiento internacional, desmantelando al sector privado, estatizando las actividades productivas, centrando la economía nacional en la exportación (cada vez más a países emergentes) de materias primas controladas por el gobierno, anulando a cualquier grupo económico o empresarial interesado en insertar al país en el proceso de globalización económica y de aumento de la productividad que exigen los mercados internacionales. Los ejemplos a seguir son Cuba y Corea del Norte, la Libia de Gadafi o Irán; básicamente, regímenes que han sobrevivido décadas apoyados en el aislamiento y en una actividad económica de explotación de recursos naturales controlada por los dirigentes políticos.
La Venezuela que me fabriqué tiene una sociedad dividida en dos, algo típico de los países en desarrollo, de un lado la minoría que tiene una situación económica relativamente cómoda, con un nivel de educación académica mediano o alto y un estilo de vida parecido al de los países desarrollados (con una fuerte influencia norteamericana); y, del otro lado, una mayoría con pocos recursos y un nivel de educación académica medio o bajo, que hace malabarismos para ir resolviendo el día a día; un país con una débil clase media, reducida además por el desmantelamiento de la actividad privada bajo el sistema actual. Contra ese país doble va, en mi representación, el discurso oficial, aunque, en la práctica, como en la granja de Orwell, la nueva elite, en la Venezuela que me he inventado, se ha dedicado a copiar caricaturizadas las costumbres de los antiguos privilegiados.