domingo, 30 de agosto de 2009
bratislava
Bratislava: del aeropuerto al hotel usando un bus y un tranvía. Las afueras anónimas, construcciones relativamente nuevas, sin gracia, con algunos restos de la época comunista insuficientemente feos como para llamar la atención. Imaginar las afueras anónimas de una ciudad cualquiera en EEUU, quitarle los centros comerciales y ponerle algunos huertos, algunas casas viejas; sacar los talleres mecánicos y las ventas de coches y de hamburguesa y poner, en cambio, negocios pequeños con mesas de frutas hacia la calle y muchas paradas de autobús. Gente tranquila, seria, callada, cara de pocas expectativas, mirando de reojo al turista que se subió a hacerle fotos a esas afueras anónimas, nadie sabe para qué.
Me baje cuando encontré el nombre que me escribió la chica del puesto de car rental en el aeropuerto; le pregunte con señas a una señora dónde estaba mi tranvía, me señaló, llegué; en la parada del tranvía todo estaba medio destruido (parámetro París), y en perfecto estado (parámetro Venezuela); una chica me termino de explicar como llegar al hotel, eso hice.
Había leído que el hotel vivió su edad dorada con los comunistas y que ahora estaba en franca decadencia; pues si, eso parecía, y era lógico, lo escogí en booking.com ordenando los precios de menor a mayor y este era uno de los primeros. Un hall gigante pero con aire de ministerio (parámetro cuarta republica en Caracas); varios ordenadores ocupados y merodeados por su Internet gratis; una chica vestida como si estuviera en casa atendía en la recepción; la habitación amplia y decaída, alfombras, tina descascarada, sistema de tuberías antiguo, buena vista hacia el centro de la ciudad. Solté la mochila, me duche, me cambie de ropa, salí a pasear. Entré al centro por una calle doblada. Edificios de uno, dos o tres siglos de edad, recién pintados. Llegue a la oficina de información turística que buscaba, conseguí los horarios de tren y barco a Viena y Budapest, y los horarios de tren para ir a Zagreb y Belgrado; un mapa de la ciudad, y un folleto que después tiré por no decir nada útil: hablaba de restaurantes, espectáculos, visitas guiadas, yo que se.
En ese primer acercamiento encontré al casco antiguo de Bratislava bastante Disney, como gusta a los turistas organizados. Vi pocos edificios realmente ostentosos, mucho barroco, algo de art deco, una calle con casas medio ruinosas, quizá del s. XVIII. El centro era pequeño y estaba demasiado preparado para la superpoblación de de turistas; preferí subir al castillo a ver qué tal. Estaba en obras, pero desde afuera se veía bastante estándar (parámetro Francia). Una caminata por los alrededores, un parque a los pies de los últimos muros, buenas vistas de otra zona de la ciudad. Cada poco, a lo lejos, grúas de construcción y bosques de edificios nuevos, clase media, levantados quizá para recoger a los herederos de la miseria y la dejadez comunista. Me pareció que el cuerpo de Bratislava tiene forma de ciudad secundaria, de hermana menor; de estar en pleno desarrollo, buscando su personalidad; normal, es una de las capitales mas jóvenes del mundo.
Patricia Barber me acompaño abajo, otra vez al casco histórico, donde estuve un rato sacando fotos de detalles, edificios y gente. Se acabaron las calles y me fui al Danubio, a ver qué me traia. Un puente, de hierro, muy finales del diecinueve. Y del otro lado, como en Alicia a través del espejo, un lugar donde todo el mundo estaba de fiesta: junto al río un simulacro de playa y de domingo, con arena y sacos para que no se escape la playa, chiringuitos de bebidas y fast food; algún lugar tipo chill out, patios de bolas (petancas) y, sobre todo, populache (esto lo digo en francés para que suene todavía más comemierda). Seguí las rutas del populache como si persiguiera hormigas, atravesé un bosque del parque, llegue a un centro comercial y sí, definitivamente son hormigas, para las que consumir marcas globalizadas es el dulce. Una vuelta, reconfirmar que los centros comerciales son en todas partes iguales, y cuando bostecé por tercera vez encontré la salida por un pub llamado Robison, con árboles y lianas y ruiditos de pájaros electrónicos y mesas de madera y viva Disneyland.
En el parque encontré: 1. Un grupo que practicaba, en ropa de deporte y rodeado de árboles, pasos de danza contemporánea; las chicas muy guapas, los tipos no sé, supongo que gays. 2. Un partido de futbol donde las arquerías estaban alineadas con en trozo de iglesia gótica abandonado. 3. Un grupo de sujetos luchando con armas medievales (hachas y espadas), no como una coreografía para teatro, sino como si entrenaran para luchar de verdad; algunos golpes se daban en las manos y en los brazos, porque se mostraban las heridas. 4. Un grupo con cabezas rapadas y ropa militar practicaba técnicas de defensa personal. Se acabo el parque, comenzaba a oscurecer y quería volver a bañarme y me dolían los pies. Busque el puente para cruzar el espejo. Pase junto al restaurante donde había almorzado (carne con patatas, buena, aunque no muy abundante); ahora estaba lleno. Ciudad, avenida, hotel. Ducha, teléfono, descanso, última salida del día. Algo de movimiento en un par de calles turísticas, nada especial, estaba cansado, y regresé.
Me baje cuando encontré el nombre que me escribió la chica del puesto de car rental en el aeropuerto; le pregunte con señas a una señora dónde estaba mi tranvía, me señaló, llegué; en la parada del tranvía todo estaba medio destruido (parámetro París), y en perfecto estado (parámetro Venezuela); una chica me termino de explicar como llegar al hotel, eso hice.
Había leído que el hotel vivió su edad dorada con los comunistas y que ahora estaba en franca decadencia; pues si, eso parecía, y era lógico, lo escogí en booking.com ordenando los precios de menor a mayor y este era uno de los primeros. Un hall gigante pero con aire de ministerio (parámetro cuarta republica en Caracas); varios ordenadores ocupados y merodeados por su Internet gratis; una chica vestida como si estuviera en casa atendía en la recepción; la habitación amplia y decaída, alfombras, tina descascarada, sistema de tuberías antiguo, buena vista hacia el centro de la ciudad. Solté la mochila, me duche, me cambie de ropa, salí a pasear. Entré al centro por una calle doblada. Edificios de uno, dos o tres siglos de edad, recién pintados. Llegue a la oficina de información turística que buscaba, conseguí los horarios de tren y barco a Viena y Budapest, y los horarios de tren para ir a Zagreb y Belgrado; un mapa de la ciudad, y un folleto que después tiré por no decir nada útil: hablaba de restaurantes, espectáculos, visitas guiadas, yo que se.
En ese primer acercamiento encontré al casco antiguo de Bratislava bastante Disney, como gusta a los turistas organizados. Vi pocos edificios realmente ostentosos, mucho barroco, algo de art deco, una calle con casas medio ruinosas, quizá del s. XVIII. El centro era pequeño y estaba demasiado preparado para la superpoblación de de turistas; preferí subir al castillo a ver qué tal. Estaba en obras, pero desde afuera se veía bastante estándar (parámetro Francia). Una caminata por los alrededores, un parque a los pies de los últimos muros, buenas vistas de otra zona de la ciudad. Cada poco, a lo lejos, grúas de construcción y bosques de edificios nuevos, clase media, levantados quizá para recoger a los herederos de la miseria y la dejadez comunista. Me pareció que el cuerpo de Bratislava tiene forma de ciudad secundaria, de hermana menor; de estar en pleno desarrollo, buscando su personalidad; normal, es una de las capitales mas jóvenes del mundo.
Patricia Barber me acompaño abajo, otra vez al casco histórico, donde estuve un rato sacando fotos de detalles, edificios y gente. Se acabaron las calles y me fui al Danubio, a ver qué me traia. Un puente, de hierro, muy finales del diecinueve. Y del otro lado, como en Alicia a través del espejo, un lugar donde todo el mundo estaba de fiesta: junto al río un simulacro de playa y de domingo, con arena y sacos para que no se escape la playa, chiringuitos de bebidas y fast food; algún lugar tipo chill out, patios de bolas (petancas) y, sobre todo, populache (esto lo digo en francés para que suene todavía más comemierda). Seguí las rutas del populache como si persiguiera hormigas, atravesé un bosque del parque, llegue a un centro comercial y sí, definitivamente son hormigas, para las que consumir marcas globalizadas es el dulce. Una vuelta, reconfirmar que los centros comerciales son en todas partes iguales, y cuando bostecé por tercera vez encontré la salida por un pub llamado Robison, con árboles y lianas y ruiditos de pájaros electrónicos y mesas de madera y viva Disneyland.
En el parque encontré: 1. Un grupo que practicaba, en ropa de deporte y rodeado de árboles, pasos de danza contemporánea; las chicas muy guapas, los tipos no sé, supongo que gays. 2. Un partido de futbol donde las arquerías estaban alineadas con en trozo de iglesia gótica abandonado. 3. Un grupo de sujetos luchando con armas medievales (hachas y espadas), no como una coreografía para teatro, sino como si entrenaran para luchar de verdad; algunos golpes se daban en las manos y en los brazos, porque se mostraban las heridas. 4. Un grupo con cabezas rapadas y ropa militar practicaba técnicas de defensa personal. Se acabo el parque, comenzaba a oscurecer y quería volver a bañarme y me dolían los pies. Busque el puente para cruzar el espejo. Pase junto al restaurante donde había almorzado (carne con patatas, buena, aunque no muy abundante); ahora estaba lleno. Ciudad, avenida, hotel. Ducha, teléfono, descanso, última salida del día. Algo de movimiento en un par de calles turísticas, nada especial, estaba cansado, y regresé.
sábado, 22 de agosto de 2009
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